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<lucida en él esta imagen y semejanza de Dios. Y tam– bién, por el modo cómo un hombre -imagen de Dios– se ha hecho semejante a Cristo y en la medida en que ese hombre pueda ser, en Cristo, un ejemplar para nos– otros. Ambas cosas fueron realizadas en Francisco en tal plenitud, que ante ella las palabras resultan insuficien– tes. El Santo mismo ha resumido la obra de Dios en él en su escrito más genuino, el Testamento. Allí menciona la fuerza originaria que le daba impulso vital: el Dios Al– tísimo y el Dios paciente que le concedía la gracia de compartir con El sus dolores. Tal es el 1 sentido profundo que, en medio de su sen– cillez externa, encierra esta frase de inagotable conte– nido: el Señor me concedió a mí, fray Prancisco, hacer penitencia. El "Señor" a quien él invoca tan gustoso es "el Al– tísimo", el Señor del universo, ante quien ora tembloroso, a quien alaba ardiendo de amor, arrobado en éxtasis. El "Señor" a quien él se ha entregado tan confiada– mente, que ya no siente ninguna intranquilidad, ni inse– guridad alguna por la comida y el vestido, por el día de mañana, por el cobijo doode pasar la noche as. En forma perfecta, casi incomprensible, vive a la perfección Fran– cisco la confianza en la providencia del Padre celestial. Sigue de un modo asombrosamente literal, cual nunca se había realizado, la amonestación de J,esús: no os preocupéis de lo que habéis de comer o beber, ni de lo que habéis de vestir. ¡ La perfecta pobreza evangélica! Casi totalmente despreocupado del problema de la pro– piedad -porque la mira desde el punto de vista del Evangelio- se siente feliz al contacto directo del Sal– vador pobre. Nada de teorías, sino imitación y copia fiel: la pura sencillez. He aquí un hombre que tuvo el valor de confiar totalmente en la palabra de Dios. 41

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