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Francisco oraba y hacía penitencia; vivió el Evan– gelio y el mundo se renovó. Nada de lo que encontramos en Francisco es algo puramente natural. Incluso su amor a la naturaleza y a los animales, su alegría, su dureza y su ternura, todo está inmerso en Dios. Francisco, ya en esta vida, par– ticipó, en cierto sentido, de aquella misteriosa penetra– dón del Creador en todo lo creado, en virtud de la cual Dios está más íntimo a cada cosa que ella a sí mis– ma. Penetración misteriosa que nosotros llegaremos a comprender únicamente en el cielo, cuando veamos a Dios como El nos ve (1 Cor. 13, 12), y de la que Fran– cisco participaba ya, en cierto modo, aquí abajo. Todo esto es demostrable y volveremos sobre ello más adelante. Pero, en el fondo, Francisco es incomprensible desde el punto :de vista de la razón. Nuestra prindpal tarea ha de ser contemplarle, ponerlo al alcance de nuestra mirada interior. Y lo contemplado obrará entonces en conformidad con la fuerza que en sí contiene. Con todo debemos intentar •comprender, aún racio– nalmente, lo mejor posible, las fuerzas que en él obran y el recíproco entrecruzarse de las mismas. Y también aquí deberíamos aprender de Francisco. Cuando Dios comenzó a actuar en él en forma mis– teriosa e inescrutable, meditaba sjn descanso qué podría ser esto y qué querría Dios de él. Idéntico fue su com– portamiento cuando la visión de la impresión de las llagas le sumergió en el más hondo abismo de dolor y le le– vantó a la más alta cumbre de la seráfica alegría. 35

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