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8 Un Mensaje para el hombre actual Nos encontramos, pues, aproximadamente en esta situación : El hombre frío, desilusionado y escéptico del siglo 20 debe, si quiere llegar hasta Francisco, adaptarse a desacostumbradas expresiones de ardor y derretimien– to, perfume y dulzura. El hombre moderno, secularizado y de fe débil, debe entrar en una atmósfera de palabras y acciones llenas de amor de Dios en forma sobrema– nera extraña, que nada tiene que ver con la lógica ra– cional. Si se quiere lograr este contacto debemos, en todo caso, cumplir las exigencias ya mencionadas, Es decir, mantenernos sobrios, auténticos y completamente fieles a la verdad, incluso cuando nos encontramos con aquellas expresiones hiperbólicas y fulgurantes. Porque el Pobrecillo de Asís conocía el amor tierno, pero -es preciso repetirlo-, sólo bajo la forma dura de la Cruz. Es impresionante ver cómo, hasta el momento de la im– presión de las llagas, sµ júbilo sobrenatural, lleno de dulce alegría comunicada directamente por Dios-, está ligado a una simultánea con-pasión y con-crucifixión con el Crucificado, en forma muy real y dolorosa. Aquí está lo decisivo que hemos de aprender de Francisco. Cristianismo no es sólo Cruz,. pero es esen– cialmente Cruz. Hoy muchos quieren hacer inofensivo al Cristianismo, pero así lo falsean. Tal sucede, por ejemplo, cuando el Mensaje, cristiano, en plan de justificación apologética, es presentado en perfecta conformidad con las exigencias de la natura– leza, del espíritu y de la historia, de modo que desapa– rezcan su tremenda dureza y escándalo. Pero, es esencial al Cristianismo el que sea locura y tropiezo para ,el mundo. Y así lo exige Cristo : padre y madre, hermanas y hermanos, marido, esposa e hijos, ojo y mano, el mundo entero y hasta la propia vida... 25
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