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bién la reducci6n de perspectivas que implica todo estu– dio histórico produce fácilmente el mismo efecto. Pre– cisamente por esto algunos historiadores hablan con poca reflexión sobre guerras y otras tremendas catás– trofes, cometiendo con ello una falsificación de la verclad objetiva. En los acontecimientos hay que considerar no s6lo su valor histórico y su importancia relativa en orden al destino común de los pueblos y naciones; se han de ver y sentir las cosas tal como ellas fueron vistas y sen– tidas cuando acontecieron. El hambre, hambre negra que pasó Francisco durante días enteros y en <l,iversas ocasiones, fue cosa dura. El dormir sobre el suelo, sin otra manta que la áspera túnica ·que cubría su cuerpo, después de que tal vez una lluvia fría había calado los harapos· y que poco o nada se podía mendigar para acallar el hambre- todo esto era extremadamente duro. La suciedad es siempre suciedad; aún cuando la inconmensurable amplitud espiritual y la libertad interior del humildísimo y sobrehumano Fran– cisco, por su parte, la despreciase como nonada. Y así -,.para citar otro ejemplo- no estaba precisa– mente muy claro el que el gran Papa Inocencio III hu– biese de recibir con ,entusiasmo al Santo y al grupo de frailes acompañantes, con aquella facha miserable: este hombre mísero y desconcertante, que se •presentaba a él con el pelo desgreñado, descuidada la barba, con una túnica remendada, donde tal vez se veían aún los rastros de una noche pasada sobre la desnuda tierra; que pre– tendía que al dinero se le había de considerar como si fuese estiércol. Muy explicable también el que más taiide el cardenal Hugolino, que ya había comprendido cariñosamente al incomparable, durante la "danzante" prédica del Santo ante el Papa, estuviese rezando, a fin de que "aquella sim– plicidad no terminara en el ridículo" 23, ¿ Se debe tomar en serio cada una de las escenas de la vida de Fran– cisco: Que abrazó a un leproso maloliente y contagioso; 23

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