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ci6n y mediante la creación, sino que a la mies de los campos, a los viñedos, a las rocas y bosques, a los her– mosos paisajes, a los ligeros riachuelos, a los ja1.1dines, tierra y fuego, al aire y al viento... a todos invita él, con la más ingenua simplicidad, a amar a Dios y a obe– decerle con corazón alegre 19. Después de la primera predicación a las aves, se reprende a sí mismo por su negligencia en no haberlo hecho antes..., "y desde aquel día predicaba a todos los pájaros y reptiles, incluso a los mismos seres inanimados... Y diariamente experimen– taba su docilidad" 20. Y, a la inversa, con toda seriedad exige Francisco, que el hombre virtuoso haya de estar sujeto a las fieras y animales, de modo que éstos puedan hacer de él lo que quieran 21, En otros casos Francisco buscaba un contrapeso a la profunda y siempre creciente veneración que le tribu– taban las gentes. Y así mandó por santa obediencia a uno de sus frailes que le insultase duramente, como si fuese un zángano inútil. Cuando, por fin, el fraile, en contra de su íntima convicción, se resuelve a ejecutarlo, Francisco le alaba diciendo: "Todo lo que sobre mí has dicho, es verdad" 22. Palpamos aquí la desbordante hu– mildad y la delicada preocupación de no ,disminuir en un ápice el honor de Dios con una confianza en sí mis– mo que le hubiera hecho olvidar su condición de peca– dor. Pero, ¿cómo justificar un tal mandato? ¿No se es– conderá algo oscuro y morboso en todo esto? ¡ Sería una ligereza juzgar ,esta pregunta como una pedantería 1 Para el hombre moderno hay aquí dificultades que es preciso señalar. Si ellas detienen un momento nuestro paso, es para proseguir luego la marcha con más hon– radez hacia el Francisco auténtico. Debemos ver al Po– brecillo de Asís como realmente era. Sólo entonces pode– mos saber si queremos otorgarle nuestro sí, y si tenemos el valor de hacerlo. En la lejanía todas las aristas pierden aspereza. Tam- 22
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