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admitir honradamente. Lo cual está en abierta contradic– ción con algunas de las anteriores afirmaciones. Es necesario, por tanto, que lo expliquemos con más precisión. El Nuevo Testamento proclama las grandezas del Señor en un lenguaje llamativamente sobrio. Exige la plenitud de la perfección; habla de alegría, de un rico galardón, del amor más elevado; pero, se guarda bien de toda exaltación, incluso cuando informa sobre hechos sol'prendentes. A esta sobriedad se debe gran parte de su fuerza persuasiva. Con Francisco ocurre muy de otra manera. Cierto que no debemos confundir a Francisco con sus biógrafos ni con el modo de hablar de éstos. San Francisco es incomparablemente más duro que sus bió– grafos, los cuales muchas veces envuelven o pretenden envolver la áspera realidad de su biografiado bajo los velos del entusiasmo. Cuando se pasa de las palabras que el mismo Santo ha hablado o escrito, a las de •sus biógrafos, se experi– menta un sorprendente cambio de clima. Sin duda nos queda del Santo el Cántico del Hermano Sol, en ,el que se desborda todo un mundo de sentimientos y de ado– ración. Sus bendiciones rebosan de comunicación amo– rosa. En ellas la proximidad del amor humano se funde con la caridad que fluye desde el Crucificado a los her– manos "benditos", partícipes de una misma redención. Es un hecho que, cuando Francisco predica, habla en él todo el hombre y llega hasta "danzar" de entusiasmo. Era un auténtico poeta, que podía desahogarse horas enteras cantando. Y, sin embargo, lo que determina el rasgo fundamen– tal de su figura es algo distinto. Francisco habla en for– ma sobria y mesurada, que no es lo mismo que seca y prosaica. Sus frases están en gran parte formadas por palabras de la Sagrada Escritura s. Y aún aquello que añade de suyo (como doctor en el Reino de Dios, que 18

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