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forma "edificante", en el mejor sentido de la palabra. ¡ Qué tema! : ¡ El Pobrecillo alegre! ¡ El admirador de la naturaleza l ¡ El peregrino del mundo, libre e incan– sable ! ¡ Qué vida! ¡ Qué entusiasmo ! ¡ Qué fuerza dra– mática y simbólica la de esta figura! ... Pero, ¡ no nos hagamos ilusiones l Nunca debería ser más sobrio nuestro ,entusiasmo y nuestra expresión más concisa y cauta que cuando nos acercamos a Francisco. Nos acecha el grave peligro de caer en frases hueras; y tanto más grave es este peligro cuanto que la literatura moderna describe con demasiada frecuencia a nuestro Santo en forma. panteísta y lo mal– entiende sustancialmente. El Pobrecillo de Asís se hace simpático como trovador amable y delicado, como estí– mulo para la complacencia estética o simplemente sen– timental, en un ambiente de Florecillas. Pero, Francisco no es eso precisamente. Ante Francisco de Asís no hay que "exaltarse". Sería la mejor manera de no entender a un hombre como él, que jamás quería enseñar con palabras, si antes no había practicado rigurosamente aquello que predicaba y ex– hortaba. Lo primero que este inflamado Serafín exige a quien se acerca a él es una honradez sobria y exacta. Aunque no sea más que el reconocimiento modesto de la indig– nidad para hablar sobre él. 6 Un peligro: lo "emocional" Queda otra dificultad todavía más profunda. Debe– mos reconocer que en la vida de Francisco acaecen hechos que nos suenan increíbles, raros y hasta descon– certantes. Hay también allí mucho de exaltaci6n que, al menos en un primer momento, nosotros no podemos .17 2

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