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los "creyentes", ya no tenemos una fe tan jnquebranta– ble como la de nuestros abuelos. Y, sin embargo, todavía seguimos hablándonos a nos– otros mismos y a los creyentes actuales como si nosotros y ellos poseyésemos una fe totalmente inquebrantable. Nuestra acción pastoral se desarrolla en un peligroso "como si". Esto no puede conducir a nada bueno. Los incrédulos se mofan y los creyentes se tornan débiles a la hora de la tentación. De aquí nuestra conclusión: ningún entusiasmo bea– to -fácil de suscitarse y rápido en de~aparecer-, debe hacernos confundir la piedad, ni ver o aprobar incon– sideradamente cualquier cosa como devoción y santidad. Sólo debe ser predicado lo que ha sido diez veces some– tido a prueba y ha sido hallado totalmente auténtico. Unicamente así brotará de nuevo la -confianza y se co– municará la verdad en su fuerza originaria. Nuestro tema es Francisco de Asís, el grande, amable santo; el siervo fiel, seguidor, imitador del Crucificado y su reproducción viva. Aquí, más que nunca, parece ,condenado al fracaso el lenguaje que intente tocar el corazón fríamente crítico del hombre actual. Porque, surge en seguida la pregunta seria, apre– miante y hasta inquietante para el que tenga un poco de experiencia: ¿ cómo se podría hablar sobre Francisco al hombre moderno, de modo que éste oiga realmente, en lo íntimo de su alma, que oiga de modo que se diga a sí mismo: esto va para ti, y aquí y ahora, esto tienes que llegar a realizarlo tú en tu misma vida? 15

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