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dadosamente este defecto, con todo nos salen al paso, inevitablemente, otras difjcultades. Es propio de la vida el repetirse continuamente. Y todo lo que se usa se desgasta. Lo usado se deteriora. Sin embargo, es necesario que, cuando se trata de la vida, la repetición no lleve al empobrecimiento. Las fun– ciones vitales deben cumplirse como si el movimiento y la producción de que se trata, brotase ahora por vez primera, nueva y juvenil. Consideremos bajo este aspecto la posibilidad de hablar al hombre de hoy en forma fructuosa. En seguida percibimos la dificultad: el lenguaje está gastado. Una propaganda irreflexiva y cargada de superlativos en los negocios, en la política, en el deporte, ha terminado por embotar la sensibilidad para la misma predicación reli– giosa. Un torrente ininterrumpido y alocado de palabras que saltan de la prensa y de la radio, ha saturado espi– ritualmente a los hombres, desespiritualizándoles, e in– cluso les ha vuelto desconfiados frente a toda clase de información. Esta desconfianza paraliza la vida íntima del hombre actual mucho más de lo que él puede per– cibir en forma consciente. La palabra ya no impresiona. De aquí la necesidad de llenar cada frase de un con– tenido nuevo y sustantivo. O, según dice Mounier, la palabra debe hoy producir escándalo, si se quiere que el hombre atienda realmente a ella. 4 Renovar nuestro lenguafe religioso La necesidad de renovar y esencializar el lenguaje es particularmente acuciante en el campo religioso. Un pe– ligroso consumo de superlativos devotos insuficientemen– te controlados, el ejercicio de la predicación sagrada en 13

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