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piamente hablando una obra de arte no puede ser des– crita. El que no la ha visto, oi'.do y tocado no puede lograr una representación adecuada de la misma. Por más que se le explique, no es posible que un ciego de nacimiento, un sordo o uno que carece de olfato lleguen a tener representación adecuada de lo que es un color, un so– nido, o un perfume. Francisco fue un hombre original y único en una forma que apenas es posrble definir concretamente. Y por ello era, en lo que tenía de más personal y suyo, rigurosa– mente incomparable. Este hombre admirable nos ha de– jado únicamente unas pocas páginas -por lo demás de valor inestimable- de alabanzas, prescripciones y ben– diciones. Incluso los que convivieron con él resumieron sus impresiones en forma del todo insuficiente, si se tiene en cuenta la grandeza y potencia del Santo; aun– que algunos de esos escritos sean realmente magníficos, sobre todo los de Tomás de Celano. 2 Hablar ele él comprometiéndose Sentimos una especie de necesidad íntima -en sí muy ,estimable y muy hondamente arraigada en noso– tros- de reflexionar sobre los grandes hombres que nos p1 1 ecedieron, con el fin de llegar a compr,ender su personalidad y su obra. El cristianismo y la Iglesia han afirmado también y cultivado ysta necesidad desde el principio. Este volver la vista hacia la historia puede traer un peligro para el observador: el peligro de hablar a la ligera, sin mayor compromiso. Francisco había sospe– chado ya algo de esto, según parece indicarlo la frase que nos ha servido de lema al principio de estas páginas. 11

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