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temporáneos y lo sigue siendo para nosotros. Y un mis– terio no debe ser desvelado a la ligera; de lo contrario se destruye, con el enigma, la realidad misma. Se le debe dejar en su insondable profundidad, en su difícil tensión interna. Ante el misterio hay que permanecer en silencio. Hay que buscar el contacto inmediato con él. Y cuando se le contempla con mirada fija y pene– trante, entonces podrá ocurrir que nos entregue algo de su esencia íntima, fecundando el alma del hombre reflexivo y llenándola de alegría. Naturalmente, siem– pre en la forma como lo puede hacer un misterio : des– corriendo el velo para dejar entrever secretos aún más hondos. Francisco de Asís es una figura secular; pero, lo es en una forma completamente desacostumbrada. De tal manera que en seguida se percibe que, todo cuanto se dice sobre esta figura extraordinaria, es poco más que un pobre balbuceo; poco más que un fallido intento por describir, con palabras inadecuadas, un mundo des– conocido y extraño. Sólo en forma muy deficiente es dado captar la realidad apetecida y en forma más de– ficiente aún el comunicarla. Ya el primer biógrafo del Santo atestigua esta insu– ficiencia de las palabras humanas. Insuficiencia que se palpa no sólo al hablar de la impresión de las llagas 2, sino que se extiende más : la totalidad de Francisco sólo aproximativamente se la puede sondear. Y precisamente esto está en íntima dependencia con la originalidad propia del Santo : faltan en absoluto los términos de comparación válidos, con los cuales pudiera ser medido y según los cuales podría ser descrito. In– cluso su modo de "conocer" y de expresarse es tan po– co abstracto, es una captación tan inmediata de la rea– lidad, que nuestras palabras sólo con dificultad pueden llegar a insinuar esta realidad. Pasa con Francisco como con una obra de arte, o con las percepciones elementales de nuestros sentidos. Pro- 10

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