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Prefacio Prefacio "En nuestro siglo han vuel– to los mártires, tan fre– cuentemente desconoci– dos, casi 'militi ignoti' de la gran causa de Dios. Sus testimonios no deben per– derse en la Iglesia" (Tertio Millennio adveniente). "La experiencia de los mártires y de los testigos de la fe -dice Juan Pablo JI– no es característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que también marca todas las épocas de su historia. En el siglo XX, tal vez más que en el pri– mer periodo del cristianismo, son mu– chos los que dieron testimonio de la fe con sufrimientos a menudo heroicos. Cuántos cristianos, en todos los conti– nentes, a lo largo del siglo XX, pagaron su amor a Cristo derramando también la sangre. Sufrieron formas de persecu– ción antiguas y recientes, experimenta– ron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato. Muchos países de antigua tradición cristiana volvieron a ser tie– rras donde la fidelidad al Evangelio se pagó con un precio muy alto" (Homilía en la Conmemoración ecuménica de los testigos de taje del siglo XX, 7 de mayo del 2000). Dentro de este marco histórico, que describe el "apocalipsis" de la tortura y del sufrimiento cristiano en el siglo XX, Juan Pablo II beatifica el 11 de marzo del 2001, iniciado ya el tercer milenio, a un grupo de 233 mártires del Levante español. Dentro de esta multitud enor– me, que nadie podrá contar, de toda na– ción, raza, pueblo y lengua, que están delante del trono y del Cordero, vestidos con estolas blancas y con palmas en la mano, gritando: '¡La victoria es de nuestro Dios!', se encuentran 17 márti– res capuchinos, 12 religiosos y 5 clari– sas capuchinas. Son el P. Aurelio de Vi– nalesa y Compañeros. Es entre monta– ñas de cadáveres cómo los cristianos, en España durante 1936, dieron testimonio heroico de su fe en la resurrección. Este número especial del BICI pre– senta la historia personal de cada uno de estos valerosos testigos de Cristo que sufrieron persecución y muerte violenta, padecida "por odio a la fe" y aceptada por todos ellos heroica y serenamente. La fecundidad del martirio no radica tanto en la muerte violenta en sí misma, sino en la plena participación de la cari– dad de Cristo y es consecuencia y efec– to del seguimiento de Cristo: "Si el gra– no de trigo no cae en tierra y muere, 5

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