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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO la riqueza del castellano, en más de una ocasi6n, como en la presente, nos hallamos en la imposibilidad de poder traducir a nuestro idioma los ricos matices que posee la lengua clásica. Cuatro matices tiene el amor en la lengua griega que te voy a exponer con cuatro palabras. Por medio de ellas podremos acortar los caminos largos del amor y mostrar por este rodeo c6mo el amor cristiano, la caridad que nos enseñ6 Cristo, es camino ancho y luminoso frente a las sendas estrechas, muchas veces tortuosas, del amor terreno. Amor-storgé Con este vocablo significaban los griegos ese amor natural, instintivo por el que amamos la pro– longaci6n del propio ser. El padre se prolonga en los hi– jos; el autor se prolonga en su obra. Nace de aquí un vínculo fortÍsimo que vincula al padre con el hijo y al autor con su obra. San Pablo en el alegato de su carta a los de Roma con– tra los vicios del paganismo usa un adjetivo derivado de este vocablo en sentido negativo. La versi6n de Nácar– Colunga traduce este adjetivo por «des-amorados». Bella palabra que, sin embargo, no alcanza a verter la hondura del término griego. Porque San Pablo no intenta s6lo re– prochar a los paganos que no tienen amor, que son «des– amorados». Quiere decir más. Quiere decir que el cora– z6n de la gentilidad se hallaba carente hasta de ese amor instintivo que la bestezuela tiene para su cría. San Bernardo, al comentar el dolor de la Virgen junto a la cruz, arguye que fue inmenso por el amor «entraña– ble» de María a Jesús. Estuvo lejos de las entrañas de Ma– ría, razona el santo, aquella carencia de amor que San Pablo achacaba a los paganos. Respetemos este amor primero de la naturaleza, esta primera abertura del hombre hacia el «otro», que se fun– da en algo visceral y de sangre. Como lo respeta el cristia– nismo, aunque el cristianismo vaya más allá. Amor-éros. El amor «er6tico» es un amor que prego– na la radical insuficiencia del propio «yo» que busca en el «otro» el complemento de su felicidad. La mitad y otra gran parte de la literatura de Occidente ha cantado el amor er6tico. Más aún: hasta para más de un pensador -pienso, v. gr., en Ortega y Gasset- es beatería toda otra conside– raci6n del amor que no lleve incrustrado en su entraña el amor er6tico. Los pensadores cristianos llamaron a este amor «con– cupiscentia», de significaci6n en sí inocente, pero que se troc6 en peyorativa por la conexi6n tan fácil entre la con– cupiscencia y el desorden. Fue esta conexi6n hist6rica del «éros» y el desorden lo que impidi6 que el mensaje religioso del Nuevo Testa– mento aceptara este voca.blo. Ni por una sola vez se halla en las páginas bíblicas que nos transmiten el amor de Je– sús. Flotaba este amor en aguas claras y límpidas, no en las turbias del amor er6tico. El amor de Jesús tuvo otra inspiraci6n. Lo vamos a ver en seguida. Pero antes lamentemos el infortunio que ha sido para nuestra vieja civilizaci6n de Occidente el que casi no haya entendido de otro amor que del amor er6tico. 94 Formas fundamentales del amor ____________ Amor-filia. Esta tercera clase de amor nos abre a lo me– jor del «otro», a su intimidad, a sus valores espirituales. En el amigo ya no vemos un mero instrumento de que nos podemos servir, sino un coraz6n en el que podemos con– fiadamente reposar. Cuántos instrumentos de servicio en los fangales del amor er6tico. Por los de la amistad, si ésta es auténtica, s6lo se halla una plenitud de convivencia que goza en la mutua perfecci6n de los amigos. Tres requisitos señal6 Arist6teles para la amistad: igual– dad entre los componentes, reciprocidad mutua, deseo de convivencia. Por exagerar en demasía el primero, neg6 drásticamente, reputándolo un absurdo, la amistad entre el hombre y Dios. Pero lo que el gran fil6sofo juzg6 absurdo fue dulce realidad en la noche de la Cena entre Jesús, que era Dios, y sus ap6stoles, rudos pescadores de un lago de Galilea. En un preciso y solemne instante de aquella Íntima char– la de despedida, Jesús abre su coraz6n para decir a los su– yos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Ya ves por las palabras de Jesús cuál es el refrendo de la amistad: la abertura de los secretos del coraz6n. Jesús llama amigos a sus discípulos porque les ha manifestado I I • sus secretos mas 1nt1mos. El amor de amistad es un «des-velarse» al «otro» en el más dulce de los coloquios. No es el «otro» una mera pro– longaci6n del propio yo, como en el amor-storgé. No es el «otro» instrumento más o menos egoísta del propio yo, como en el amor-éros. En la amistad el «otro» es un valor en sí. Tanto se le estima que se descarga en él el propio coraz6n. Jesús, al descubrir sus secretos a aquellos pescadores, les da una prueba de que, a pesar de su rudeza, los estima, los valora. Hasta hacerlos depositarios de sus más Íntimos secretos. Si la igualdad que buscan naturalmente los ami– gos no puede verificarse entre la infinita distancia que hay entre Jesús y sus discípulos, existe sin embargo entre ellos una reciprocidad que se manifiesta en una inefable comu– nicaci6n de secretos y vivencias. Amor-agápe. El mundo pagano, que no lleg6 a com– prender ser posible la amistad entre Dios y el hombre, ni de lejos vislumbr6 el cuarto amor: el amor cristiano, la caridad cristiana. Un pasaje evangélico, tomado del serm6n del monte, nos va a introducir en la Íntima esencia de este amor: Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no resistáis al mal, y si alguno te abofeteara en la mejilla derecha, dale también la otra... Habéis oído que fue dicho: Amarás a tú prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso tam– bién los gentiles? Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial [Mt 5, 38-48]. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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