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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO Formas fundamentales del amor LA STORGÉ O EL «AMOR-CARIÑO» EN SÓFOCLES A LA LUZ DEL MÉTODO FENOMENOLÓGICO. LA VINCULACIÓN EN LA SANGRE Sobre mi pensamiento cristiano incidió con hondo pro– blematismo la obra ya citada del teólogo luterano Anders Nygren, Eros und Agape. ¿Sería en verdad un hecho his– tórico, según se intenta probar en esta obra, que el plato– nismo del éros llegó a desdibujar la figura del amor cristiano -agápe- hasta que Lutero le devolvió su genui– no sentido cristiano, expuesto por San Pablo? En otro pla– no distinto, ¿puede considerarse el amor materno de Mónica a su hijo Agustín, como un amor de amistad, se– gún tantas veces se escribe? A su vez, ¿puede hoy acep– tarse que la amistad es la manifestación máxima de la virtud humana, según pensó Aristóteles y Santo Tomás trasladó a la vinculación más encumbrada entre hombre y Dios? Durante largos años estas preguntas me han obligado a una reflexión reposada sobre las formas fundamentales del amor. Pensé entonces que la fenomenología, al señalar las notas distintivas de estos diversos amores, sería un mé– todo muy adecuado para distinguirlas y precisarlas. Me ayudó en este análisis el rico vocabulario griego sobre el amor, especialmente estas cuatro palabras cargadas de con– tenido awpy1H:po<;-Q>tAía-aycinri. Fruto de este esfuerzo fue mi primer estudio, en 1969, sobre la «storgé» o el amor-cariño en Sófocles. Hoy lo pre– fiero llamar «amor entrañable», por estar ligado a la en– traña, raíz de la existencia humana, y, por otra parte, ser el «cariño» muy propio de otros amores. De este estudio ofrezco aquí lo más sustancial del mismo: E. Husserl, a principios de siglo, daba una estructura– ción rigurosa al método fenomenológico. Pero lo limitó a la zona eidética del conocimiento, a la contemplación de las ideas puras. Muy pronto, con todo, bajó dicho mé– todo a tomar contacto con la realidad bullidora de la vida y del amor. A analizar la existencia humana lo aplicó Hei– degger. Para desentrañar los misterios vitales de la vida . y del amor lo utilizó Max Scheler. Es hoy ya del dominio común la distinción que esta– bleció este último pensador entre el amor-éros, amor in– digente, que busca su complemento en otro ser o en los valores transcendentes y el amor-agápe, el amor cristiano que rebosa en pura donación y liberalidad. 1 La obra de Max Scheler ha sido uno de los intentos 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Formas fundamentales del amor ___________ mejor logrados en la aplicación del método fenomenoló– gico a la problemática compleja del amor. Hoy no se pue– de escribir nada serio sobre este tema sin tener en cuenta sus análisis iluminados. De hecho, su investigación ha tenido una secuencia de obras y estudios que han refle– xionado sobre el amor según las dos dimensiones funda– mentales señaladas. Quizá, en este sentido, la obra de Anders Nygren, Eros und Agape, signifique un hito que no es decoroso perder de vista. 2 Creemos, no obstante, que tanto los análisis de Max Scheler como los de Anders Nygren, que acepta el esque– ma fundamental de aquél, adolecen de demasiada estre– chez. Ninguno de ellos siente especial preocupación por la dimensión del amor que va a ser objeto de estas líneas: del «amor-storgé» o «amor-cariño». Este amor está vincu– lado a lo más «entrañable» que hay en nosotros. Es la «en– traña humana», como vital transmisora de ser, quien crea este vínculo, tan sagrado en las tradiciones patriarcales y tan en menguante en nuestra civilización tecnificada. No intentamos en nuestro estudio hacer una apología del mismo. Ni de lamentar su decrecer progresivo en el ambiente espiritual de nuestro tiempo. Nuestro fin es más modesto: analizar sus matices en uno de los genios de la humanidad que mejor ha sabido plasmar su intimidad y sus ternuras, sus alegrías y sus dolores, sus exigencias y sus contrastes. Nos referimos al trágico griego Sófocles. Este nombre significa «esclarecido en sabiduría». Y bien pudiéramos subrayar que su mente irradiaba, no una sa– biduría a nivel de razón pura, sino esa sabiduría honda, que remansa largos siglos de afectividad humana: la sabi– duría primera que las antiguas civilizaciones han cultiva– do casi con exclusiva preferencia. 3 En este sentido Sófocles se halla en la línea del man– dato bíblico reiteradamente repetido: «Honra a tu padre y a tu madre para que vivas largos años». 4 En las Traqui– nias Heracles amonesta a su hijo y le dice: «El más santo de los mandamientos es obedecer a los padres». 5 Hinca aquí uno de los puntales del eterno humanismo. De un humanismo que el sentido cristiano de la vida ha podido asumir y potenciar. Con lo cual, sin embargo, no se afirma que el pensamiento cristiano pueda condividir en todos sus puntos la concepción sofoclea del amor. Pese a nuestra admiración por el trágico griego tene– mos que confesar ser irreconciliables con una concepción cristiana el odio implacable de Edipo a sus hijos malos; el resentimiento vengativo de Electra hacia su madre; la ferocidad de Heracles queriendo estrujar entre sus brazos a la que él juzga esposa traidora, Deyanira; el furor de Ayante contra los otros jefes rivales; el rencor de Filocte– tes contra sus secuestradores. Nada de todo esto es cristiano, ni lo puede ser. Sino efecto de aquella extremada «hybris», de aquel sobreexce– so de vitalidad que tantas veces empujaba a los héroes grie– gos a traspasar los límites de la justa medida. 6 Pese a estas menguas graves, todavía podemos y debe– mos hablar del humanismo de Sófocles. De tal suerte ha calado en las intimidades de este afecto tan noble y eleva- 89
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