BCCCAP00000000000000000000453
_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO Sin embargo, apena tener que confesar como éste len– guaje descriptivo y narrativo no ha sido suficientemente valorado y cultivado en algunos ambientes culturales de los últimos siglos. Es de lamentar sobre esta falta de cul– tivo por los mentores de la vida mística. Y hay que su– brayar que de este pecado los españoles no tenemos perdón de Dios, por tener ante nosotros el dechado de nuestros místicos, maestros de la más alta vida espiritual y maes– tros igualmente del mejor lenguaje para declararla. Baste recordar a la maestra incomparable Teresa de Ávila. 21 De alma límpida y clara como su cielo natal, es en todas sus obras una maravilla descriptiva y narrativa de los miste– rios de su conciencia. La delicia incomparable de su len– guaje, todo concretez y viveza, es un vaso rebosante por el que nos da a beber el agua clara de su espíritu. En esta vía le sigue su máximo discípulo San Juan de la Cruz, quien prefiere a las fórmulas escolásticas, aprendidas en las aulas, el lenguaje vivo y usual. Éste lo recrea para que transparente los estados de su ascensión mística. 22 Esta referencia a la mística hispana puede iluminar so– bremanera en la «aprehensión» y «comprensión» de las hon– das vivencias de la conciencia humana. La completamos con una nueva mención de Dámaso Alonso en sus estu– dios sobre los místicos españoles que son clásicos de la lengua. Afirma con toda ingenuidad estudiarlos: «desde esta ladera». En efecto, desde la ladera que da al más acá de la vida literaria estudia muy detenidamente a San Juan de la Cruz. Con perdón de los colegas que en mi entor– no se dedican a la vida espiritual, tengo que confesar que este crítico literario me ha enseñado tanto como ningún otro a calar en las místicas ascensiones del santo. Parece exponer tan sólo una mera introspección literaria y, sin embargo, hace ver cómo el alma mística corre en busca de su Amado. La búsqueda es tan inquieta y de zozobra en las primeras estrofas del Cántico que no hay tiempo ni lugar para el tranquilo remanso de un epíteto, sino que todo es velocidad expresada por sustantivos y por verbos. Mas cuando el alma se siente tranquila en su matrimonio místico, toda agitación verbal cesa, para venir a la pluma sólo el epíteto silente y cariñoso en dulce requiebro con el Amado. Éste viene a ser para el alma: «música callada», «soledad sonora» ... 23 Permítaseme dirigirme a los españoles para decirles que en Dámaso Alonso tenemos ya un clásico ejemplar del método fenomenológico, aplicado a conocer el poema lite– rario y a traducir en un lenguaje adecuado este conoci– miento. Cierto que son vivencias literarias las que este crítico estudia. Pero, ¿no cabe hacer lo mismo -a fortiori– con las vivencias espirituales, máxime en su cumbre mís– tica? Tenemos, por tanto, modelos. Ya es hora de tratar de imitarlos. Pienso que cuando el Vaticano II pide po– nernos a la altura de los tiempos y leer sus signos, son los signos de la más alta cultura humana los que primera– mente tenemos que leer. Y asimilarlos en lo mejor que contengan. 24 Concluimos esta exposición del método fenomenoló– gico con un modelo «a contrario». Ya de antiguo la estra- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Métodos filosóficos: escolástico y fenomenológico ______ tegia guerrera formuló esta consigna: «del enemigo el consejo». Aquí no tenemos por enemigo a nadie. Pero no podemos dejar de disentir de una mentalidad que, como la de J.-P. Sartre, es la negación radical de la que hemos he– cho nuestra. Y sin embargo en su obra, La Nausée, halla– mos una puesta en práctica del método fenomenológico que desearíamos fuera imitada. Ya en otras ocasiones he– mos contrastado el pensamiento de Sartre con el pensa– miento franciscano. Ante todo con el de Duns Escoto. 25 Con San Francisco el contraste se hace aún más hiriente. San Francisco resume sus anhelos de santidad en esta sola jaculatoria: «Dios mío y todas mis cosas». En radical oposi– ción a esta actitud, J.-P. Sartre se abraza con La Náusea - nótese que la escribe siempre con mayúscula- y sentencia de sí mismo: «C~st moi -La Náusea soy yo»-. 26 Pero si Sartre llega a proclamar la negación total de Dios para iden– tificarse con La Náusea, es que ha seguido un camino fal– so. Este camino, este itinerario de su alma, descrito con ojo escrutador por él, que es un artista en la descripción de los estados de conciencia, es la gran lección que nos deja a quienes, por camino diametralmente opuesto, intentamos calar en el alma beatífica de San Francisco. No es cosa de detenernos en el análisis de La Nausée. Para nuestro intento de aclarar la praxis del método feno– menológico es suficiente recoger algunos momentos cum– bres de la misma. El punto de partida, raíz de todo el proceso mental de Antoine Roquentin, protagonista de la novela, consiste en ver toda la existencia, y más en par– ticular la existencia humana, como un mero estar ahí, en– vuelto por el absurdo. Al sentir de esta suerte la propia existencia surge inevitablemente la náusea. Entre la fron– da del jardín Roquentin, en vez de mirar al árbol pujante en sus ramas, se fija tan sólo en las sucias y distorsiona– das raíces cubiertas de bichajos y que se hunden en la gle– ba. Afirma que la náusea le ha cogido en el café, donde nadie se preocupa de nadie y donde el sexo se hace sentir en toda su vulgar bajeza. En la descripción de la vida en el café Sartre llega al colmo en aquel pasaje al que titula: «Onze heures de soir». Es intraducible para toda alma de– licada, que recordará la célebre sentencia de Séneca:«Ad majora natus sum... ». Lo más penoso de este cuadro es la proyección que la lujuria abyecta irradia sobre la lim– pidez del jardín vecino en que ya sólo es posible ver que «las anchas hojas de los árboles estaban negras de bichos». Todo así se hace nauseabundo. Y a Roquentin ya no le resta más que confesar hacia el final de la novela de su vida: «No puedo decir que me sienta aligerado ni conten– to; al contrario, esto me aplasta. Sólo que alcancé mi ob– jetivo... La náusea no me ha abandonado y no creo que me abandone tan pronto. Pero ya no tengo que soportar– la. Ya no es una enfermedad, ni un acceso pasajero: "SOY YO MISMO"».27 Ch. Moeller concluye su penetrante auscultación de Sartre con esta reflexión: «Sartre no ha comprendido ab– solutamente nada del problema de la fe, porque toda su obra es contraria a esta frase evangélica: "Si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios"». 28 Pensa- 87
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz