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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO respirar todo escritor franciscano. Sobre todo, al acercarse al alma de San Francisco. Entonces más que nunca, debe cumplir el citado consejo: «En agua de sencilleces haz, pa– labra, tu ablución». Cuánto necesitamos de esta ablución ante la hipócrita palabrería que nos acosa por todas partes... Muy de notar es que este acceso a lo vivencial y con– creto ha tenido mal ambiente en el pensar clásico. Hasta llegar a declarar los escolásticos, siguiendo a Aristóteles, que el individuo es «incognoscible e inefable». No es cosa de entrar ahora en la crítica de este fastidioso aristotelis– mo. Pero nos place notar que hoy la mejor filosofía, tam– bién la mejor escolástica, es decir, la que se atiene más al espíritu que a la letra de la gran tradición de las escue– las medievales, busca las vías de acceso a lo singular. Res– palda esta nuestra afirmación el pe.~s,amiento actual en torno a esa categoría muy en alza,"a la que llamamos «en– cuentro». La vinculación «yo-tú», tan estudiada por los pen– sadores personalistas actuales, es hoy una gran vía, abierta al diálogo y a la expresión de la relación «yo-tú» en toda su vital concretez. En España, la escuela filosófica de Madrid se ha sensi– bilizado muy al vivo sobre la necesidad de superar los con– ceptos rígidos y lograr para nuestro pensar un lenguaje dinámico y ligado a lo concreto. A este respecto Ortega y Gasset ya levantó bandera a favor de este lenguaje hace más de medio siglo. 15 Y su impacto se ha hecho sentir por doquier. De desear que esta ola literaria llegue hasta la playa de nuestros espirituales. El discípulo más fiel de Ortega, Julián Marías, precisa este nuevo lenguaje al distinguir la incumbencia respectiva de la descripción y de la narración. Desestimadas ambas como método de exposición filosófica, han logrado una revalorización actual. Por fortuna hoy se las ve como ne– cesario punto de partida -también como cumbre en la ex– posición de la vida mística- para que se logre una efectiva reflexión humana, la cual, según ya indicamos, debe ir di– rectamente a las cosas. Verlas como ellas son. Pues bien; la descripción y la narración son el mejor instrumento que tenemos a mano para poder comunicar lo que se ha visto en las cosas. Ambas se han de utilizar, pero no indistinta– mente. En efecto, como las cosas, o son hechos que están ahí frente a nosotros, o historias que han acaecido, la des– cripción expondrá lo percibido en los hechos, como la na– rración contará la historia que ha tenido lugar. J. Marías, después de reconocer que fue Husserl quien hizo de la descripción el método mismo de la fenomeno– logía, añade: «La descripción no puede agotar ni satisfa– cer las exigencias del conocimiento... pero todo lo que transcienda de lo meramente descriptivo ha de venir pos– tulado por los requisitos de la descripción misma». 16 Se– gún esto, lo dado en sí, hecho patente en la descripción, es necesariamente el primer momento de toda reflexión que quiera ahondar en lo profundo. Completa J. Marías cuanto aquí dice sobre la descrip– ción haciendo ver que la narración es su equivalente al tratarse del hecho histórico. Y en primer lugar del hecho del devenir de la propia conciencia. En un juego de pala- 86 Métodos filosóficos: escolástico y fenomenológico ______ bras anota que el ser de la vida es vivirla. Y añade a con– tinuación: «El único modo de hablar de ella [de la vida] es contarla». En efecto, sigue razonando: «La narración es la forma de presentación o patentización de la vida hu– mana en su articulación interna en su conexión vivien– te... Por esto, concluye, la forma propia de la razón histórica es la narración; es una razón narrativa». 17 Esta actitud es a todas luces un ataque frontal a los lar– gos siglos en los que la filosofía -por su influjo también la teología- ha venido haciendo uso casi exclusivo de con– ceptos claros y precisos, articulados en sistema. Sería ab– surdo negar valor a este procedimiento. Menos que nunca ante la desbordada palabrería de hoy, incapaz tantas ve– ces de decirnos «de qué», en resumidas cuentas, se trata. Pero este método escolástico de claridad y precisión no debe cegar a sus defensores para no ver la Ínsita deficien– cia del mismo. Y por este motivo, la necesidad de com– pletarlo. Gran tema en verdad nos sale al paso en el que ahora no es posible detenerse, pero del que es necesario tomar conciencia. Por el momento baste aducir un excel– so motivo, muy para ser tenido en cuenta por todo pen– sador cristiano. Lo tomamos de la automanifestación bíblica que Dios ha hecho de sí mismo. Esta automani– festación corre desde la primera página del Génesis hasta la última del Apocalipsis. Pues bien, hoy la teología sub– raya que se trata de una «automanifestación histórica de Dios que se verifica o por medio de la acción divina o por medio de la palabra divina y a veces por medio de las dos». 18 Nos aturden los filósofos del día, recordándo– nos a toda hora que el hombre es constitutivamente his– toria. Cierto que los defensores de los conceptos rígidos y sistemáticos no han simpatizado con esta concepción del hombre como historia. Pero ahora resulta que los teó– logos no tienen reparo en decirnos que Dios se ha auto– manifestado primariamente en la historia a lo largo de los milenios de su revelación. Hasta poder afirmar que Dios es para nosotros una realidad que se hace patente en la historia. 19 Y no se alegue que en la Biblia leemos un con– cepto metafísico de Dios cuando Él, hablando con Moi– sés dijo de sí mismo: «Ego sum qui sum». 20 Pese a los incontables comentarios de este metafísico pasaje, hechos por los máximos doctores de la Iglesia, hoy saben hasta los alevines de la exégesis que Dios quiso decir con tales palabras que era «el fiel», el que estaría siempre firme en su promesa. Este era el atestado que el pueblo de Dios había de tener a perpetuidad muy en cuenta. Lo hacen patentes la descripción y narración del suceso. Vemos, pues, que la revelación divina se ha arropado en largas páginas bíblicas con la descripción y la narración. Ellas hacen acto de presencia por doquier, como en el gran momento señalado en que por Moisés Dios dice a su pue– blo cómo debe confiar en él. Nos parece, por lo mismo, que el método expositivo de la descripción y narración ha– llan un respaldo bíblico. Es cierto que la Biblia no pre– tende enseñar a filosofar. Pero es indudable que ha contribuido no poco al desarrollo del pensar en Occidente. Que lo sea también en esta ocasión. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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