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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO Los críticos de arte constatan que Van Gogh hace ha– blar a las cosas. 12 Heidegger lo confirma en las líneas que de él hemos acotado. Pero si nos hemos detenido en trans– cribirlas es porque nos dan una iluminada muestra de cómo la fenomenología enseña a ver. En el cuadro de Van Gogh se trata de unos zapatos campesinos, cuyo uso, he– cho patente en el cuadro, pone tensos y adensados los afa– nes y trabajos de la mujer labriega en los largos años de su duro vivir. Pues bien; confesamos sin rubor que esos humildes zapatos campesinos vienen a ser como un telón de fondo en nuestro uso del método fenomenológico. En nuestro intento de aplicar este método a San Francisco, los hechos y dichos del santo son el necesario punto de partida para tener acceso a aquella alma seráfica y percibir sus mejores latidos. Por lo mismo, reconoce– mos nuestra deuda con la crítica histórica que determina los hechos y con la filología penetrante que declara el sen– tido de los dichos. Pero juzgamos igualmente necesario que con el método fenomenológico demos un paso ulterior se– gún lo exige cuanto terminamos de exponer y es exigido igualmente por otros estudiosos de la espiritualidad, re– cordados anteriormente. La distinción entre cervantistas y quijotismo, puesta de relieve por M. de Unamuno, muestra a plena luz cuán diferentes son los métodos históricos y filológicos del que cultiva la fenomenología. Los primeros garantizan de la verdad de los hechos y de sus condicionamientos cultura– les. El segundo trata de leer en la intimidad de los mis– mos a través de la letra de su inmediato aparecer. Volviendo de nuevo a los zapatos de Van Gogh, la autori– zada Summa Artis 13 describe la pertenencia del pintor a la corriente impresionista, su actitud frente al romanti– cismo anterior, sus relaciones con la literatura naturalista de su época. Todo ello está bien. Pero a condición de que nos ayude a ver mejor los zapatos campesinos. Que no sir– van para aturdirnos como comentarios de impertinente «cicerone». De modo paralelo, ante los cuadros diversos de los dichos y hechos de San Francisco queremos ver. Sen– cillamente ver. En esto consiste la esencia del método fe– nomenológico que desearíamos practicar para tener acceso a lo escondido de aquella alma seráfica. Como método de expresión En España dos poetas de este siglo han hecho suyo, cons– ciente o inconscientemente, el método fenomenológico, al trasladar al papel su comunión con las cosas. Sus nom– bres son muy conocidos: J. Ramón Jiménez, Premio No– bel de Literatura, y J. M:' Pemán, el poeta católico que mejor ha interpretado el sentir cristiano de su pueblo. Am– bos quisieron y lograron ir sencillamente a las cosas. Y las cosas les dijeron con diáfana claridad lo que son. Juan Ramón Jiménez propuso su programa en estos versos de cristal y al mismo tiempo muy profundos: 26/SUPLEMENTOS ANTHROf'OS Métodos filosóficos: escolástico y fenomenológico ______ ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas! que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente... ¡Intelijencia, dame el nombre exacto, y tuyo, el suyo y mío, de las cosas! El gran poeta logra de modo único dar transparencia a las cosas por la palabra en su Platero y yo. En el «Prolo– guillo»-así lo llama con toda intención- descorre el velo de su alma y escribe: «Este breve libro, en donde la ale– gría y la pena van gemelas, cual las orejas de Platero [...] va a los niños[....] pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poe– ta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca. -¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños, siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo...!-». Ante esta ingenua presentación de su poema es para que se apodere de nuestra conciencia la consigna del poe– ta: «Que mi palabra sea la cosa misma». En verdad el poeta en este prólogo ha hecho de la palabra el transparente men– sajero de su ser Íntimo. Ahora place añadir que la sensibilidad estética de Juan Ramón Jiménez era muy franciscana. Lo atestigua, por si alguien lo pusiera en duda, otro gran poeta amigo suyo, Antonio Machado, en la breve poesía que le dedica. La poesía quiere evocar ante el lector «La Mariposa de la sie– rra». De esta evocación acotamos los versos más signifi– cativos para nuestro propósito: Mariposa montés y campesina, mariposa serrana.... que Juan Ramón Jiménez pulse por ti su lira franciscana. No puede expresarse mejor la afinidad sensitiva entre Juan Ramón y San Francisco. Al mismo tiempo nos sen– timos inmersos con esta poesía en la más pura transpa– rencia de la palabra. Esta transparencia es la meta del método expositivo que venimos proponiendo. Esta misma transparencia de la palabra, en la que tan– to insistimos, pide delicadamente J. M:' Pemán al iniciar sus canciones místicas. Se dirige a ella para increparla por haber sido muchas veces «tan sucia de oficios de media– dor». Pero ahora se alegra de poder proclamar: Unida irás al sentido de tu más honda intención, como la carne y el alma, como la luz y el calor. Por despedida le da este sabio consejo: «En agua de sen– cilleces / haz palabra tu ablución / para decir lo inde– cible».14 Este clima de sencillez, transparencia y candor, debiera 85

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