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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO por lo mismo, hacer ver cuál sea la peculiar característica de es– tas dos mentalidades. Sólo desde ellas podremos ver rectamente cómo reflexionan, hablan y dialogan estas dos almas. Mas ante tema de tal amplitud nos tenemos que limitar a exponer tan sólo una nota fundamental de aquellas dos mentalidades. Esta nota podría hacernos entrever algunos de los horizontes insondables de las dos almas a cuya intimidad nos asomamos. Mentalidad bíblica Nota peculiar de esta mentalidad es su carácter dialógico. Hace unos años moría en Jerusalén el máximo filósofo de raigambre judía de este siglo, Martín Buber. Pues bien, este pensador, que tan vivamente ha reflexionado sobre la vida espiritual de su pue– blo, ha interpretado esta vida como un perenne diálogo de Dios con Israel. Nadie puede poner en duda la rectitud de esta inter– pretación. En efecto, ya en la primera página del Génesis se nos narra «modo humano» cómo Dios se dirige a la primera pareja de nuestra estirpe para hablar con ella, darle su bendición y la consigna de que crezcan, se multipliquen y llenen la tierra. El último libro de la Biblia se cierra cuando el vidente del Apoca– lipsis se dirige a Jesús para pedirle que venga pronto. Y en el intermedio podemos escuchar el interrumpido diálogo de Dios con sus profetas que culmina en el misterio de la Palabra que se hace carne, según se nos dice en el prólogo del Evangelio de San Juan. La abertura tan conocida de la Carta a los Hebreos resume esta vida dialógica en estos términos precisos: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a los pro– fetas. Últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo». En un intento de sensibilizar esta cultura bíblica pudiéramos decir que es una cultura de o{do. Es que en ella lo más decisivo es escuchar la voz de Dios que impone su mandato. Y después, actuar en conformidad con la exigencia del mandato divino es– cuchado. De ahí la insistencia del mensaje bíblico pidiendo al pueblo estar a la escucha de Dios. Todavía continuamos los sa– cerdotes repitiendo este mensaje al iniciar nuestra plegaria litúr– gica diaria: «Ojalá escuchéis hoy su voz». Todo esto, para nosotros los cristianos, suena a resabido. Pero apena el que no se perciba siempre la inmensa significación que tiene en la vida Íntima de las almas, pues sólo desde esta menta– lidad bíblica, desde esta impregnación de diálogo, surge la co– munión viva y creadora entre Dios y el alma. 1 Pensamos que en este enmarque bíblico tenemos que situar el diálogo de Francisco con el Crucifijo. Sólo viendo en el San– to un anillo más de ese collar histórico de divinos coloquios en– tre Dios y el hombre podemos comenzar a comprender las palabras que cruzan entre sí Francisco y Cristo. Los Santos vie– nen a ser los receptores de las comunicaciones divinas en el Nue– vo Testamento, como los profetas lo fueron en el antiguo. Sin ningún profetismo oficial, San Francisco es una gran alma abierta siempre a la misteriosa voz de lo alto. Esta su actitud posibilitó su diálogo ante el Crucifijo. Y ahora nos ayuda a comprender el sentido de aquel diálogo. Mentalidad moderna Muy distinta de la mentalidad bíblica es la mentalidad moder– na desde la que Miguel de Unamuno dirige sus versos al «Cris- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Fuentes de pensamiento cristiano ____________ to de Velázquez». Si a la mentalidad bíblica la hemos apellidado dialógica, bien pudiéramos, por contraste, llamar a la mentali– dad moderna dialéctica. Con esto de notar: que si el método dia– léctico, como método de pensar, adquiere muy diversos matices en la historia de nuestro pensamiento occidental, hay una nota constante en el mismo. Esta nota es su carácter netamente im– personal. Desde la dialéctica de Platón hasta la dialéctica de He– gel y Marx, tan conexionadas y tan distintas, la mente humana trata de adentrarse en el misterio del ser y se esfuerza por ascen– der a las cumbres de la gran sabiduría. Pero nunca aflora el diá– logo en todo este esfuerzo de búsqueda. Y no se objete con los diálogos de Platón. Y con tantos diálogos posteriores. Pues es– tos diálogos son siempre entre varios compañeros de viaje inte– lectual, que aúnan sus esfuerzos por hallar la vereda que les conduzca al Absoluto. Pero ni la fascinante Belleza de Platón, ni el frígido Motor Inmóvil de Aristóteles, ni el Imperativo ca– tegórico de Kant, ni la Idea de Hegel, ni el Devenir histórico empujado por la lucha de clases, según Marx, han entablado nun– ca el más mínimo diálogo con el hombre. Es para traer a la me– moria el conocido y repetido pensamiento de Pascal: «Dirijo mi plegaria al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. No al Dios de los filósofos,,. 2 Pensamos que aquí se halla la raíz de la grandeza del hombre moderno y también de su miseria. Grandeza porque desde los días de Grecia la mente de Occidente es un perenne desvivirse en busca de la verdad. Esta mente ha repetido mil veces las pala– bras de Goethe, que recuerda nuestro Ortega: «Luz, más luz». Mientras que dentro de la mentalidad bíblica, toda alma sincera se pone a la escucha para oír a Dios y obedecerle, el hombre de Occidente busca claridades, pide evidencias. Deliberadamen– te renuncia a toda autoridad para atenerse de modo exclusivo a las conquistas de su espíritu. El hombre no está a la escucha. Es más bien un anhelo, una tensión, un esfuerzo en busca de algo que le dé plenitud. Hay que realizarse, dice el hombre que hoy se pasea por la calle. Y recoge en su palabra y en su deseo esa larga tradición occidental, que se resume en lo que se ha dado en llamar «espíritu fáustico». Este espíritu inocula esta consigna en la conciencia de todos: «Tú eres el ser capaz de realizarte a ti mismo». Recordemos aquel momento cumbre del drama de Goethe en el que Fausto, el personaje que ha dado nombre a este espíri– tu, entra en profunda meditación en su cuarto de estudio. Abre un volumen y se abisma en él. Lee: «En el principio era la pala– bra». Y en otro pasaje: «En el principio era la mente». Y en un tercero: «En el principio era la fuerza». Ninguna de las tres con– signas le deja satisfecho. Pero sigue un momento de plena luci– dez y exclama: ,Neo claro y osadamente escribo: "En el principio era la acción". "Im Anfang war die Tat'i,. Esta evocación del Fausto nos abre a la grandeza y a la miseria del hombre moder– no: a la grandeza de sus inmensas aspiraciones y a la miseria de su falsa suficiencia. 3 Desde estas inmensas aspiraciones y desde esta falsa suficien– cia tenemos que leer los versos de Miguel de Unamuno ante el «Cristo de Velázquez». Le mira, le contempla, con arrebatados acentos le increpa para que le ayude en su deseo. Pero nunca dialoga con él. No se pone a la escucha para percibir si le habla. Un abismal contraste advertimos ya desde este primer momen– to entre las dos almas cuyo interior queremos sondear. En Fran– cisco advertimos un desbordamiento de sencillo diálogo en el que el santo manifiesta que se halla todo a la escucha de su Cris– to querido. En Miguel de Unamuno no advertimos diálogo al– guno. En sus versos, más bien se encara con su Dios. En este 81

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