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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO pletaba a Aristóteles que no admitía más que dos órdenes: el absolutamente necesario de la naturaleza y puramente con– tingente de la voluntad libre. Igualmente completaba al pen– samiento bíblico que tiende a interpretar la naturaleza como lo querido por Dios. Esta concepción bíblica fue asu– mida por San AgustÍn en el campo de la naturaleza sensible. San Buenaventura ve en este campo un ardo naturae con necesidad hipotéticamente necesaria, es decir, si su curso no es interrumpido por un posible milagro del poder de Dios. Es esta la conclusión a que llegamos en nuestro estu– dio citado: De todo ello colegimos que San Buenaventura precisó la con– cepción bíblica y agustiniana del «ardo naturae,,. Como, por otra parte, le era muy conocida la visión cósmica de Aristóteles, in– tentó conciliar ambas tendencias en su sistema filosófico– teológico. ¿Cómo lo logra? La clave de la solución sintética de San Buenaventura está en la distinción de un triple orden en los seres. Aristóteles tan sólo distingue dos: el orden necesario de las esencias y el orden contingente de la voluntad libre. San Buenaventura escinde el orden necesario de Aristóteles en dos: el orden absoluto de las esencias y el orden hipotéticamente necesario del curso de la na– turaleza, del ordo naturae. Esta distinción es una ingente apor– tación de la filosofía cristiana a la cosmovisión antigua. Hasta entonces la interpretación del cosmos oscilaba entre una inter– pretación caprichosa y arbitraria y un necesitarismo absoluto. El filósofo cristiano no acepta la interpretación caprichosa del cosmos; pero rompe igualmente con el necesitarismo griego, que reducía el ardo naturae al orden de las esencias. El ardo naturae pende últimamente de la voluntad de Dios, que puede intervenir en él con su Providencia y el milagro. Por eso le llamamos ardo hypothetice necessarius. La Historia del pensamiento nos habla de los constantes conatos por eliminar este ordo hypothetice necessa– rius. En la filosofía de la Ilustración y en el materialismo y posi– tivismo del siglo XIX se da un esfuerzo por reducir de nuevo el ardo hypothetice necessarius al absoluto. Se podría hablar en este caso de un regreso al necesitarismo aristotélico y estoico. Lograda la reducción, tiene justificación la risa de Voltaire ante esta ora– ción de la Iglesia, sobre todo después del terremoto de Lisboa de 1755: «A flagello terraemotus, libera nos, Domine». Si no hay en la naturaleza más que un orden absoluto, como pensó Aris– tóteles, entonces la conocida oración de la Iglesia sería tan inú– til como la que pidiera el Omnipotente que dos y dos fueran diez. Hoy los conatos son en sentido contrario. Se intenta inter– pretar el ardo naturae como un orden estadístico, semejante al que vige en la conducta humana. San Buenaventura, distinguien– do los tres órdenes, puso las bases de una concepción cósmica cristiana. En ella se ha de distinguir un ordo absolutus, vincula– do al orden esencial, un ardo hypothetice necessarius, regulado por las leyes naturales que el Creador ha impuesto a los seres, y un ardo contingens, que pende de la voluntad enteramente. A la luz de este triple orden debemos enjuiciar la lucha de San Buenaventura contra el averroísmo latino. Podemos describir a éste como una invasión del necesitarismo metafísico en los otros órdenes. San Buenaventura, defendiendo los otros dos órdenes, puso las bases de una verdadera cultura cristiana. Como conclusión de nuestro estudio advertimos que si Aristó– teles conoce los dos órdenes extremos, es decir, el orden absoluto y el orden contingente, la afirmación del ardo naturae como ordo hypothetice necessarius es efecto de la reflexión del filósofo cristiano. De todo ello se colige con cuánto fundamento se puede hablar 80 Fuentes de pensamiento cristiano ____________ de una doble fuente histórica del concepto de naturaleza en San Buenaventura. La teoría de los tres órdenes en el campo de lo real frente a los dos aristotélicos fue también tesis de Santo Tomás, que ~xpone de modo más explícito y detenido que San Buena– ventura. Apenas se ha subrayado en las historias medievales de la filosofía. Pero el retorno de la Ilustración al necesita– rismo aristotélico en la interpretación de la naturaleza, sus– trato mental que hacía radicalmente imposible el milagro, muestra muy al ojo la importancia histórica de haber dis– tinguido los doctores escolásticos los tres órdenes señalados. Intentamos ahora una explicación de lo dicho, ponien– do de relieve el modo peculiar de cómo actúan estas dos fuentes, fe y razón, en el campo de las vivencias Íntimas humanas. Recordamos que con frases indelebles M. Hei– degger pide que el Dasein sea ante el paso del Sein el vigía -der Wachter-, el pastor -der Hirt-, el peregrino -der W7cinderer-. Por nuestra parte ponderamos tan bello tema, hasta poder decir que todo un pueblo -no sólo el hom– bre como individuo- ha estado -ha debido estar- a la escucha de Dios. Es el pueblo bíblico en el cual cada hom– bre se trueca en oyente de la palabra, según la feliz expre– sión de K. Rahner -Horer des Wortes-. Frente a esta actitud de escucha, el pueblo griego ha querido ver. A lo que ha visto lo ha llamado idea -de idein = ver-. De esta idea ha vivido gran parte de nues– tra cultura occidental. Una confrontación de esta doble mentalidad hemos dado en nuestra obra, Unamuno y Dios (Madrid, Encuen– tro, 1985), al mostrar la distinta actitud de dos almas ar– dientes en su relación con Cristo: San Francisco de Asís y M. de Unamuno. Al primero lo veíamos en actitud dia– logante con Cristo; el segundo, pese a su encendida ora– ción a Cristo, no entró en veraz diálogo con él. La raíz de tan diversa actitud la hallábamos en su distinto trans– fondo cultural. San Francisco vivió inmerso en la cultura bíblica de la escucha. M. de Unamuno, por el contrario, quiso ver, como se lo pedía el mundo fáustico en que le tocó vivir. Acotamos las páginas 212-216 en que expone– mos este tema en la obra citada. LOS COLOQUIOS CON CRISTO DE SAN FRANCISCO Y M. DE UNAMUNO EN SU AMBIENTE CULTURAL Una somera reflexión ante el testimonio de estas dos almas mues– tra al instante que hablan desde situaciones mentales muy di– versas. Francisco se halla inmerso en la tradición bíblica, mientras que Miguel de Unamuno es un portavoz de esa corriente que puede definirse como «espíritu de la modernidad». Debemos, SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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