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_____ 11. TEMAS EN TORNO A MI PENSAMIENTO CRISTIANO pensamiento hispanoamericano, por las amigables relacio– nes con mis alumnos americanos y por la subsiguiente comunidad de trabajo. Uno de ellos, el cubano Raúl For– net-Betancourt, hoy profesor en la Katolische Universi– tat Eichstatt (Alemania), hará aquí una exposición de estas largas y felices relaciones. Por mi parte, me limito a seña– lar dos temas sobre los que especialmente he reflexiona– do: la aportación hispana al derecho internacional y la efectividad del llamado «populismo hispano» en el hecho histórico de la independencia de las nuevas naciones. Sobre el primer tema publiqué en México, un estudio con este título: «Máxima aportación del pensamiento his– pánico a la cultura: el sentido universalista» (Revista de Filosofía, 17 [1984], 465-490). El título señala bien lo que creo se demuestra en el texto: la repugnancia del sentido cristiano hispano a todo racismo biológico y a todo pre– destinacionismo religioso porque somos todos descendien– tes de una única pareja humana y estamos llamados todos a la inserción en Cristo, formando una única Iglesia. En un estudio último, hecho con máxima reflexión: Francis– co de Vitoria y Bartolomé de Las Casas, confrontación ideo– lógica (Homenaje a M~ D. Gómez Molleda, vol. II, Ediciones Univ. de Salamanca, 1990, pp. 329-341), he intentado mostrar, contra la tendencia que exalta a Las Casas, confundiendo lo sentimental-activo con lo doc– trinal-orientador, que es Vitoria y no Las Casas, quien se abre plenamente a la comunidad de pueblos y nacio– nes -«totus orbis», en su lenguaje-, preanunciando y pre– ludiando eso que hoy todos tanto anhelamos: la unión en la paz de la grande y única familia humana. Por lo que toca al segundo tema, se da una pugna en– tre la tesis de los doctos americanos que tienden a ver las raíces doctrinales de la independencia en la ideología re– volucionaria francesa, y la tesis de la escuela española, for– mada en torno al Corpus Hispanorum de Pace, dirigida por L. Pereña. Esta escuela da por indiscutido que fueron las ideas del populismo español, formuladas de Vitoria a Suá– rez en esta Salamanca en la que escribo, las que dieron el clima doctrinal que justificaba la independencia. En mis reflexiones he llegado a la conclusión de que es imprescindible distinguir en el hecho de la indepen– dencia la obra de los próceres en activo: Miranda, Bolí– var, Belgrano, San Martín, etc., y la acción todavía más eficaz de los cabildos que, sintiéndose delegados del pue– blo por hallarse el rey en prisión de Napoleón e imposi– bilitado para gobernar, fueron dando los progresivos pasos hacia la independencia. Y esto tanto en Caracas, como en Buenos Aires, Santiago de Chile, etc. Ahora bien, si es claro y manifiesto el influjo de la Ilustración en los pró– ceres -caso más destacado, el de Miranda-, es igualmen– te cierto que la intervención del estamento clerical en los cabildos fue siempre muy efectiva -en algunos casos mayoritaria-. Pero es de notar que este elemento clerical fue educado en seminarios y universidades donde se en– señaba el «populismo español». De máximo influjo fue en este sentido la Universidad de Chuquisaca (en Charcas– Bolivia), dirigida por los jesuitas cuyo populismo suarecia- 62 Preámbulo ___________________ no, allí serenamente expuesto, recibió nuevo crédito -por ironía de la historia- con el injusto «extrañamiento» de los jesuitas, decretado por Carlos III. El influjo de este centro cultural fue inmenso en el cono sur. Los mentores de este cono se formaron en gran parte en el centro uni– versitario jesuítico de Chuquisaca. He expuesto .con de– tención esta mi tesis en: «La filosofía en Hispanoamérica durante la época de la emancipación»(Actas del IV Semi– nario de Historia de la Filosofía Española, A. Heredia So– riano [coord.J, Univ. de Salamanca, 1986, pp. 175-194). A este estudio especialmente me remito. Debiera ser com– pletado con otros que se elencan en mi bibliografía ge– neral. Mi franciscanismo, tan pensado y tan vivido, ha teni– do en mi mente un peculiar diorama. Como tema de re– flexión filosófica me lo impuso la elección de mi tesis doctoral: El voluntarismo de San Buenaventura. Tan sólo publicada en mínima parte para cumplir los requisitos aca– démicos -con grave disgusto del director de la misma, mi siempre bueno G. Delannoy-, ha venido a ser para mí un fermento vivo y, al mismo tiempo, un motivo de perenne discusión en lo Íntimo de mi conciencia intelec– tual. Clave de esta discusión ha sido mi actitud ante el neoplatonismo, al que tan detenidamente he estudiado. Una trayectoria, cada vez más precisa y exigente, me ha ido despegando siempre más de este gran sistema metafí– sico. En mi tesis tendía a justificar a San Buenaventura cuando éste repetía fórmulas claramente emanatistas, to– madas de los textos neoplatónicos al pie de la letra. Pero más tarde advertí que el riguroso ascetismo de dicho sis– tema, despreciador de todo contacto con la materia, te– nía poco de cristiano. Más tarde he creído penetrar en la entraña del gran sistema para tomar conciencia de tres ac– titudes del mismo, incompatibles con un pensar cristia– no: 1) La concepción del amor-éros, esencialmente ascendente y liberador, frente al amor-agápe, el amor cris– tiano, descendente en donación plena. 2) El impersona– lismo más radical, que preside el proceso descendente y ascendente de los seres, tan opuesto al familiar diálogo cris– tiano del «Padre Nuestro... ». 3) Su despreocupación total por el sentido de la historia y aun de toda relación comu– nitaria humana, para quedarse «solo con él solo», mientras que la cristiana Ciudad de Dios va peregrinando a lo lar– go del tiempo hacia la casa eterna del Padre. He resumi– do el diorama intelectual de mi alejamiento del neoplatonismo en esta fórmula: «Del principio metafísi– co "bonum est diffusivum sui" a la concepción cristiana del "amor liberalis"». Dios, por ser bueno, se difunde, como pide el principio neoplatónico. Pero se difunde con un «amor liberalis», por el que libérrimamente se dona y se redona. De mi tesis doctoral a esta conclusión hay larga andadura que gustosamente he recorrido. La personalidad de San Francisco ha acompañado mi vida diaria desde mi noviciado, año 1928-29. Durante el mismo aprendí, al pie de la letra, los doce capítulos de su Regla, vigente hoy, junto con su Testamento Espiritual. Lo teníamos de obligación, fácil de cumplir para mi SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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