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_________________ PRESENTACIÓN históricos. Quizás el tema a través del cual su aportación es más significativa, original y constante lo resume el tex– to que encabeza esta presentación, es decir, el problema de la historia y de su historicidad. En la introducción a la obra Presupuestos filosóficos de la teología de la historia, indica muy bien su urgencia y necesidad de un replantea– miento. Queda casi todo el camino por abrir, pero indudable– mente el tema concita el interés de las mentes más lúci– das. Preocupa hoy saber e interrogarse por el sentido de la historia, la significación de la temporalidad personal y cósmica; el destino final de cuanto acontece en la misma entraña de nuestra realidad. ¿Cuál es la verdadera histo– ria, la auténtica y que aún ha de formularse intelectual– mente? He aquí algunas de las cuestiones que están en el fondo de la indagación intelectual y experiencia! de estos textos. Lo que hoy se reclama con urgencia es que una visión teológica de la historia cuente con una base con– ceptual precisa y bien elaborada desde la filosofía. Es ne– cesario revalorizar el pensamiento y establecer nuevos vínculos entre filosofía y teología. También en este aspecto ha de tener vigencia la historicidad y es preciso confiar en la congruencia y armonía de todos los saberes. Su obra Presupuestos filosóficos de la teología de la historia presenta su problemática. Sin embargo, el P. Enrique Rivera no se para en mientes y se pone manos a la obra. ¿Por dónde comenzar? Por las fuentes y su historia. Así establece el primer apartado que titula: «Visión cristiana de la histo– ria en sus textos». En el preámbulo señala algunos pun– tos de interés. En primer lugar, el estÍmulo que supone para su empresa la palabra de Pablo VI en estrecha vincu– lación con el espíritu del Concilio Vaticano II, cuando afirma que es preciso trabajar en pro de una «teología con– creta e histórica, centrada en la historia de la salvación». El autor reconoce, con todo, que la visión cristiana de la historia no ha podido llegar todavía a un estado de ma– durez. Critica la insuficiencia de una teología de la histo– ria como la de una filosofía que no reúne todos los datos, noticias y experiencias disponibles. De todo ello conclu– ye, en tercer lugar, lo siguiente: «ni se da ni puede darse una pura filosofía de la historia, tampoco una pura teolo– gía de la historia. Ambas debieran aunar sus aportaciones en lo que con nombre modesto, pero lleno de contenido, podemos y debemos llamar: visión cristiana de la histo– ria. Por ser visión la historia debe asumir cuanto descu– bre la razón en el análisis de los hechos humanos. Lo exige hasta la etimología de la misma, pues, se origina del ver– bo istoreo -observar, exaniinar, explorar. Por ser cristia– na tiene el respaldo de la revelación cuyo punto central es Cristo, Alpha y Omega de la historia». No se puede resumir con mayor precisión y hondura el tema que le preocupa y afana en su indagación intelectual. Quizá lo que a esta reflexión, dice, le ha impedido llegar a su esta– do de madurez es que ha predominado más el espíritu de sistema, modelo griego, que la creación histórica del pen– samiento y de la vida. Su empeño intelectual va a peregrinar por las fuentes 4 textuales bíblicas y patrísticas en las que va a seleccionar aquellas huellas en que se detecta el tema y el problema de la historia. En el primer apartado se refiere al funda– mento bíblico de la visión cristiana de la historia. Ve el A.T. a través de cuatro contrastes entre historia bíblica y griega. Del N.T. se refiere a todos los libros con especial detenimiento en San Pablo y el Apocalipsis. Los textos que selecciona son muy significativos «para una visión cris– tiana de la historia». Son hitos en el pasado, pero que de– bieran serlo todavía más para el futuro, para lograr «una visión panorámica y plena con sentido cristiano y a la altura de los tiempos». Se centra a continuación en la época patrística, época poco estudiada, salvo el caso de San Agustín. Dentro de ésta distingue un doble período: el siglo II con los PP. Apostólicos y Apologistas, y la Gran Patrística con su bifurcación de griega, oriental y latina, occidental. Constituye un hermoso recorrido lleno de sugerencias, matices y propuestas. Lo que selecciona son textos clave que sirven de estudio a futuras investigaciones. Señala con particular interés en la patrística griega la obra de S. Juan Crisóstomo, y en la latina la obra cumbre y genial de S. Agustín La ciudad de Dios. En todo ello destacan la mul– tiplicidad de visiones referenciales y la peculiar relación con la cultura clásica. Comenta con verdadera fruición y sentido la importancia que S. AgustÍn hace del Sábado de Gloria: Jbi vacabimus et videbimus; videbimus et ama– bimus; amabimus et laudabimus. La resurrección, forma de la historia, es algo que se puede palpar y ver en un lugar determinado. S. AgustÍn «con la partícula Jbi indi– ca claramente que será un cuerpo real el que acompañe el alma en su vida eterna». Este amplio, sugestivo y concreto recorrido finaliza en una conclusión estimulante que titula «Visión cristiana de la historia: un libro por escribir». La obra magna de S. Agustín no tiene continuidad histórica. Ninguna de las metamorfosis de la ciudad de Dios le da cima y pleni– tud. No tenemos, pues -dice E. Rivera-, «el libro que necesitamos sobre la visión cristiana de la historia», aún reconociendo las profundas intuiciones que se dan en auto– res muy determinados. Pero el Nuevo Genio que com– plete esta magna obra de S. Agustín será un «hombre colectivo, que incite a una comunión colaboradora». El segundo gran apartado, se refiere a sus textos pre– feridos: temas en torno a su pensamiento cristiano. La intención de su selección radica en resaltar «mayeútica– mente» la «continuidad creadora» que viene cultivando en su investigación que agrupa en cinco secciones; 1) Te– mas esenciales de mi pensamiento cristiano; 2) Mi visión cristiana de la historia; 3) Estudios sobre el desarrollo del pensamiento filosófico medieval; 4) Aportaciones del co– nocimiento de la problemática iberoamericana ; 5) Inter– pretación del franciscanismo como «forma mentís et vitae». He aquí pues las cinco vías que constituyen su iti– nerario mental. En el primer trabajo recogido en esta sección acerca de la «perspectiva histórica del desarrollo del saber» esta- SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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