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VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS las virtudes paganas. Se le ha atribuido que las llamó «splendida vitia». Ortega y Gasset lo recuerda. No escri– bió San AgustÍn esta espléndida frase. Pero sí esta otra más hiriente y negativa: «vitia sunt potius quam virtudes» ( CD, XIX, 25). Todo el razonamiento del libro XIX, del que está tomada la frase citada, se mueve en una atmósfera de ambigüedad. Es genial cuando habla del orden. Y ya diji– mos que en su concepción del mismo empalma con uno de los mejores legados de la cultura greco-romana que hizo del sentido del orden una virtud cósmico-moral. Pero San AgustÍn no mantiene ésta su estima. Y desde su perspec– tiva cristiana declara inconsistentes, más bien falsas, to– das aquellas virtudes del orden cósmico-moral, por no reconocer al verdadero Dios. Tan reiterada ambigüedad obliga a que nos pregunte– mos por la raíz de la misma. Hallamos una doble moti– vación: histórica y sistemática. Histórica por cuanto no utiliza la fuente que le hubiera dado precisión y claridad. Se trata de Aristóteles. Discuten los investigadores agusti– nianos la presencia del gran filósofo en la obra de San Agustín. Pero al margen de detalles, interesantes a veces pero no decisivos, un estudio comparativo entre los dos grandes pensadores obliga a deducir que ni la Física, ni la Metafísica, ni la Ética de Aristóteles han entrado a for– mar parte del núcleo mental de San AgustÍn. Esta falta no pudo ser suplicada por la filosofía neoplatónica y es– toica, que conoció mejor y que se hallaban más vigentes en su ambiente cultural. Esta motivación histórica tuvo el efecto de que San Agustín no llegara sistemáticamente a tener un concepto claro y preciso de naturaleza. Dijimos que en su visión de la historia San AgustÍn embalsa las incontables ense– ñanzas bíblicas. Pero tal vez haya que decir que el con– cepto de naturaleza, muy pobre en el pensamiento bíblico en el que tiende a confundirse, según afirman hoy los bi– blistas, con lo que Dios quiere que suceda, no fue filosó– ficamente superado por San Agustín. De aquí que surja en su obra esta otra importante ambigüedad: la de no pre– cisar claramente los linderos del orden natural y sobrena– tural. Sobre esta confusión de lindes habla muy alto estepa– saje en De Civitate Dei. En él establece un paralelismo entre la acción germinadora de Dios en el plano espiri– tual y en el plano biológico. En este sentido escribe: «como dice el Apóstol: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da incremento (1 Cor 3, 7), así puede decir– se en la unión conyugal». Aplica este mismo paralelismo a la madre y continúa escribiendo: «Ni la madre que lle– va en su seno lo concebido es algo, sino Dios, que le da el crecimiento. El sólo... hace que las semillas desplieguen sus números y salgan de sus pliegues latentes e invisibles para exponer a nuestros ojos las bellezas visibles que ad– miramos ( CD, XXII, 24, 2). Muestra este razonamiento carencia de precisión al no deslindar el orden distinto de naturaleza y gracia. Lo peor del caso fue que esta misma naturaleza, carente de auto– nomía, se halla maléficamente dañada por el pecado orí- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina __________________ ginal. Esta tara ha hecho de la desgraciada humanidad una massa damnata. Sabemos que luteranos, calvinis– tas y jansenistas exageraron las fórmulas pesimistas de San Agustín sobre la naturaleza humana. Pero sería can– didez inaceptable no reconocer que en el punto de par– tida tan delicados problemas carecieron de claridad y precisión. Creemos que estas ambigüedades explican el pesimis– mo de San AgustÍn sobre la Ciudad Terrena, las virtudes de los paganos, la organización del Estado, del Derecho, etc. Todos estos hechos culturales, a la luz de la pura ra– zón, encierran un contenido valioso. Pero lo pierden cuan– do se los mira al trasluz de una concepción pesimista de la naturaleza. Apena tener que hacer estas constataciones. Pero nin– gún hombre, ni el mayor genio, acierta en todo. En esta ocasión, pienso que el gran correctivo que necesita San AgustÍn es el sereno naturalismo de Santo Tomás. Con la Física, Metafísica y Ética de Aristóteles en las manos tuvo el instrumento para deslindar netamente los campos res– pectivos de naturaleza y gracia. La relación entre ellas la resumió maravillosamente en esta sentencia que se lee en la Introducción a la Summa Theologica ( q. I, a. 8): «Cum igitur gratia non tollat naturam, sed perficiat». El que la gracia no haya venido a eliminar nada que haya sido dado por la naturaleza, supone que se otorga a ésta un franco optimismo. A este optimismo somos deudores cuantos nos hemos declarado en pro de un sereno y recto «humanis– mo cristiano». Es patente, según esto, que Santo Tomás ayuda a pre– cisar y completar la visión agustiniana de la historia. Para regusto de cuantos buscan entre los grandes genios más motivo de complementariedad que de lucha dialéctica, es de advertir que, si Santo Tomás ayuda a precisar la visión gigante de San Agustín sobre la historia, él mismo, por lo que toca a este gran tema, es increíblemente ciego. Su gran discípulo e historiador, E. Gilson, lo reconoce. Si bien es necesario disculpar la ceguera de Santo Tomás res– pecto de la historia porque le impedía atender a ella su genial espíritu de sistema. Desde la filosofía griega el siste– ma se desentendió de la historia, hasta juzgarla poco dig– na de atención. Hubo que esperar a que Hegel identificara sistema e historia. Santo Tomás vive otro clima que le vie– ne de la sistemática griega. No tiene de cierto total dis– culpa porque tenía ante sí la historia salutis. Pero la encuadra dentro de su teología sistemática. Esta teología fue la obra que dio la pauta a nuestro pensar teológico durante siglos. Hubo que esperar al Vaticano II para que la teología sistemática diera la mano y cediera el paso a la teología como historia salutis. Este escorzo radial a nuestro tema hace ver la ne– cesaria complementación de las aportaciones de los genios. En esta ocasión dos genios máximos de la cris– tiandad, Agustín de Tagaste y Tomás de Aquino, se dan la mano para que los que vienen en pos puedan ofrecer– nos con la plenitud deseable la visión cristiana de la his– toria. 57
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