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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS Si para San Agustín el hecho primario de la creación es un acto de la Bondad divina, hay que decir con él que esta Bondad inunda la realidad entera. Inunda en primer lugar a la ciudad santa y celeste. Esta es la visión de San Agustín. Su amor, contra la interpretación protestante, es primariamente una respuesta cálida a la llamada de la Bon– dad divina. La Ciudad de Dios en su meta Tiempo y eternidad son dos realidades que casi siempre se las ha visto en su conexión con el cosmos. En San Agus– tín tienen además un aspecto extraordinariamente viven– cia!. Según él, el tiempo entreteje lo más Íntimo de nuestra existencia. Ve en el presente del tiempo lo que en reali– dad somos. Pero este presente tiene una estructura onto– lógica que él explicita en estos términos. Hay un presente «de praeteritis»: la memoria; hay un presente «de presenti– bus»: la contuición; hay un presente «de futuris»: la expec– tación. En este tiempo presente vive la Ciudad de Dios, rica por la memoria del pasado, entusiasta porque en su presente actual intuye que va camino de Dios; y en ex– pectación de que el futuro del tiempo dé paso a la eter– nidad. En este tránsito del tiempo San Agustín distingue seis edades: las cinco primeras enmarcan la historia bíblica del Antiguo Testamento. Con Cristo ha comenzado la sexta edad, la laboriosa edad que está corriendo la Ciudad de Dios. Y esto hasta que llegue el momento en que los seis días genésicos, símbolo de las seis edades del laboreo se– cular humano, den paso al sábado de la placidez y de la quietud. Este sábado de gloria -así lo podemos llamar– entusiasma a San Agustín. Al margen de todo milenaris– mo, con el que se ilusionó de joven, San Agustín piensa que es el dichoso día en el que los miembros de la Ciu– dad de Dios llegan a la meta. Meta ya última porque es encuentro definitivo con Dios, pero en espera de que lle– gue la hora de que el cuerpo participe de tan suprema di– cha. Cuando esto tenga lugar, el sábado de gloria del séptimo día dará paso al octavo, que es el día del Señor, pascua gozosa por toda la eternidad. Con todo, más que esta disposición de las edades interesa comprender cómo San Agustín interpreta el sábado de gloria, que se transformará, sin tener atar de– cer, en el domingo de pascua de la eternidad. Lo hace en una línea, tan densa y pregnante, que sólo él ha podido escribir: Ibi vacabimus et videbimus: videbimus et amabimus; ama– bimus et laudabimus. Forma parte esta línea del último pasaje con que San Agustín cierra su «opus magnum». Nos vemos precisados a comentarla y es delicioso el hacerlo. En primer término, con el adverbio inicial «ibi», San 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina __________________ Agustín precisa que los santos están en un sitio determi– nado. No dice dónde, ni hace falta. Pero con ella signifi– ca que la resurrección de los cuerpos no es algo fantasmal, sino algo que se puede ver y palpar en un lugar determi– nado. La humanidad ha soñado en muchos estados de re– viviscencia para el hombre. San Agustín, con la partícula ibi, indica claramente que será un cuerpo real el que acom– pañe al alma en su vida eterna. Pasa luego San Agustín a relatar las ocupaciones de los bienaventurados. Las señala con los cuatro verbos del texto. Se hallan todos en primera persona del plural por– que quieren hacer transparentar una realidad comunita– ria de vivencias. El primer verbo, «vacabimus», asume la mentalidad clá– sica del «otium». Sólo en el «otium» puede tener lugar el «vacabimus», que bien pudiéramos traducir, sin malenten– dido, por: «nos tomamos las vacaciones». Lo fastidioso del caso se halla en que las «vacaciones» en nuestros ambien– tes se hallan saturadas de diversiones y pasatiempos sensi– bles, cuando en la mentalidad clásica el «otium» vacacional es el condicionamiento necesario de la más alta vida del espíritu. Los griegos pensaron que en el ocio sus dioses gozaban de su vida divina. San Agustín, en línea con esta mentalidad, es mu– cho más mesurado. En otra de sus sentencias geniales con– trapone el «otium» al «neg-otium», en estos términos: Otium sanctum quaerit charitas veritatis; negotium ius– tum suscipit necessitas charitatis [DC, XIX, 19]. En perspectiva iluminada San Agustín percibe a la ca– ridad de la verdad en busca del «otium», mientras que la necesidad precisa del «negotium». Qué felicidad humana si el «negotium» estuviera siempre al servicio de la necesi– dad de la caridad. Al menos, subrayemos aquí esta grata sentencia como un incomparable programa del humaní– simo «pastor de almas», como se llama hoy a San Agus– tín. Pero este negocio caritativo no puede tener lugar en la eternidad dichosa, donde nadie puede sentir la menor necesidad. Entonces será el «otium» del «vacabimus» el que posibilitará la caridad de la verdad. Esta última frase de San Agustín da pie para la expli– cación de los otros dos verbos: «videbimus et amabimus». De recordar es que estos dos verbos han andado un poco a la greña en la escolástica, al optar Santo Tomás por el «videbimus» y los doctores franciscanos por el «amabi– mus». Ambas tendencias han buscado un respaldo en San Agustín. Y sin embargo, San Agustín parece refractario a tal respaldo. En efecto, ya la expresión citada, «charitas veritatis», da un sentido unitario al «videbimus et amabi– mus». Pero lo dice con mayor evidencia cuando nos dice en qué consiste la vida de los bienaventurados en esta fór– mula: «Beata quippe vita est gaudium de veritate» (Conf, X, 23, 34). Santo Tomás, desde su intelectualismo griego, la interpretó como «visio». Duns Escoto, desde su pecu– liar voluntarismo, dio preferencia al «gaudium amoris». Pero ya en el ambiente escolástico, el gran agustiniano San 55

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