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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS la conjunción de lo mejor de la cultura greco-romana con la gran aportación del cristianismo. Sobre este tema refle– xioné en mi breve estudio: «Physis-Diatheke. Naturaleza e historia en el pensamiento bíblico y aristotélico (Nat. y Gracia, 18 [1971], 343-365). Physis es la Grecia que en– carna Aristóteles en su concepción naturalista del cosmos. Diatheke es el testamento que hace Dios a favor de su pueblo: inicial en el Antiguo; plenificado en el Nuevo. Concluíamos en dicho estudio lo aceptado por los histo– riadores, pero quisimos subrayar: si el saber científico nos viene de Grecia, el sentido religioso nos lo da la revela– ción bíblica. De esta doble fuente ha bebido el pensamien– to de Occidente largos siglos. En primera línea, AgustÍn de Tagaste. Hemos dado este preámbulo para enmarcar la genial fórmula en la que el gran doctor aúna y sintetiza el doble mundo espiritual de la cultura clásica y del Evangelio. La f6rmula es bimembre, de dos palabras: Ordo amoris. Lle– van en sí tan denso contenido que están pidiendo dos grue– sos infolios de comentario. Pero es obligada en esta ocasi6n la brevedad. Como acaece con frecuencia San AgustÍn deja caer esta f6rmula como de paso. La encontramos en De Civitate Dei (XV, 22), cuando razona sobre el amor ordenado que tienen a Dios los ciudadanos de la Ciudad Celeste. Éste es constitutivamente una virtud. De donde concluye que la mejor definici6n de la virtud la da esta f6rmula: Ordo amoris. Muy iluminado ha estado R. Guardini cuando se sirvió de esta fórmula para definir a la Iglesia, a la que gozosamente describe como un constitutivo amor que, hu– yendo de toda anarquía, fluye por los cauces del orden para regar y vitalizar las almas de los que siguen a Cristo. Desearía yo igualmente acertar, al proponer esta f6rmula bimembre como expresión de la fuerza impulsora de la Ciudad de Dios, propuesta por San AgustÍn. En efecto, el primer miembro nos encara con el me– jor legado de la cultura greco-romana: el orden. Viven los griegos la realidad del orden tanto en la literatura y el arte cuanto en el mundo envolvente al que llamaron KÓaµoc;. Con esta palabra significaban no ya un mero orden, sino un orden bello. Para modelo perenne de este orden bello todavía subsiste el Partenón, que con su gracia virginal -lo dice su nombre- transparenta orden, claridad y armo– nía. Este orden pasa a la vida humana con la ley -vóµo<;– y la justicia -oíKr¡-. Resumida se halla esta alta concep– ci6n en los dos últimos versos de Cleanthes en su himno a Jove. Por su valor histórico los acotamos aquí: ÉJCeÍ OÜ'te ~PO'tOÍ:<; yÉpa<; (lA,A,Q'tt µdsov, OÜ'te 0eai<;, ll KotVOV ad vóµov tv ÓÍKr¡ úµveiv. Según, pues, el fil6sofo estoico, dioses y hombres deben cantar a la ley común, y esto en rigor de justicia. Es ésta una visión c6smica trocada en orden moral. Después de este canto a la ley y la justicia no hace fal– ta detenernos en comentar c6mo Plat6n en el discurso fundacional de la ciudad nueva, propuesta en las Leyes afir– ma que la Dike acompaña siempre al Ser Supremo (IV, 716). Este legado griego pasa plenamente a Cicer6n, quien 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina _________________ en De Legibus no tiene otra meta que organizar la repú– blica según el orden de la justicia señalado por la ley. Nos hemos permitido esta digresión porque pensamos que San Agustín, en uno de los libros mejor pensados de su gran obra, De Civitate Dei ( XIX), recoge y asimila este rico caudal clásico. En primer lugar no tiene reparo algu– no en decir que los miembros de la Ciudad de Dios se atienen a las exigencias del orden de la ciudad terrena en la que tienen que vivir. De este orden de la ley brotará la paz humana. Ulteriormente habla de esta paz con pon– deración y encomio, viendo en ella la meta de las mejo– res acciones humanas: «Possumus dicere fines bonorum nostrorum esse pacem» (CD, XIX, 11). Muy luego esta– blecerá un vínculo inescindible entre la paz y el orden en esta su frase inolvidable: «Pax omnium rerum, tranqui– litas ordinis» (CD, XIX, 13, 1). De esta tranquilidad en el orden surgirá el mejor florón de tan bello panorama humano: la «ordinata concordia» (CD, XIX, 14). Esta con– cordia la ve realizada en la paz doméstica y en la paz ciu– dadana. Ante este empedrado de texto, perlas de inigualable va– lor, no tenemos reparo en afirmar que en este libro XIX, De Civitate Dei -no sólo en él- hace suyo San Agustín el egregio legado de la cultura greco-romana sobre el or– den. El Santo lo canta en multitud de ocasiones. Ahora lo contempla en cuanto asumido por la Ciudad de Dios, que en su marcha por la historia no tiene reparo alguno en asumir los mejores valores de la Ciudad Terrena. Este orden es el supuesto estático que posibilita la acción de la fuerza dinámica de la Ciudad Celeste: el amor. Sin pretenderlo, terminamos de enfrentar de nuevo el pensamiento clásico y la mentalidad bíblica en otro pun– to de suma importancia. El orden estático, que empapa a la gran cultura griega, imposibilitó el que ésta se abriera a pensar sobre la marcha de la historia humana. Ésta, para sus grandes historiadores, vino a ser tan sólo un recuerdo del pasado y un muestrario de hechos que enseñan la tra 0 ma del vivir: «historia, magistra vitae». Y no más. Pero el pensamiento bíblico nos da a conocer una «historia sa– lutis». Es decir: que hace ver a la humanidad en su cami– no de lo temporal a lo eterno. ¿Qué actitud tomó San Agustín ante este dilema cul– tural? Ya vimos que asumió de la cultura griega su senti– do metafísico y moral del orden, que sintetiza en la ley eterna, a la que define: «Ratio divina ve! voluntas Dei or– dinem naturalem conservari iubens et perturbari vetans» (Contra Faustum, XXII, 27. La repite algo acortada en CD, XIX, 15). Pero este gran espíritu no se atuvo sola– mente al orden estático, sino que asume igualmente la his– toricidad bíblica. Y hay que decir que la mentalidad bí– blica tiene máxima efectividad en la estructuraci6n de la magna obra que comentamos: De Civitate Dei. Justamente los agustinólogos están acordes en este punto (me remito a T. Van Bavel, Répertoire Bibliographique de Saint Augus– tin [1930-1960], n. 2.673, 2.830. 2.853, etc.). Todos ellos convienen en que San AgustÍn es inmenso lago, remanso grandioso, que recoge las incontables referencias bíblicas 53

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