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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS sino también que la Trinidad misma ha intervenido en la faena Creadora. En el capítulo 24, libro XI de su gran obra, San AgustÍn hace ver con regusto moroso que toda creatura lleva en sí un reflejo trinitario. Pues todas ellas existen en la eternidad de Dios Padre; ven en la verdad de Dios Hijo, y aman y gozan en la bondad de Dios Es– píritu Santo. Vuelve sobre el tema en el capítulo 26, cen– trado ya sobre el hombre. De él afirma: «Indudablemente hallamos en nosotros una imagen de Dios, de la Trini– dad... Somos, conocemos que somos y amamos este co– nocer». Este capítulo es celebérrimo porque seguido a lo transcrito se halla el anticipo cartesiano del cogito, ergo sum, en la fórmula: «si /altor, sum». De notar que San AgustÍn la deriva del misterio trinitario de nuestra con– ciencia. Ahora la recordamos por cuanto San Agustín da aquí un atestado imperecedero del valor del hombre, sea el que sea, por reproducir toda conciencia humana un re– flejo pálido, pero real, del gran misterio cristiano. Con esta grandeza crea Dios al hombre para que inicie su an– dar por la historia. Éste es el magnífico comienzo de la Ciudad de Dios, Celeste y Santa. Para un pensador cris– tiano, siguiendo a San Agustín, parece que esta historia prolonga el diálogo sustancial que mantienen entre sí las tres divinas personas. Esto pudiera parecer a alguno que es un razonamiento a espaldas del angustioso bracear de tanto náufrago en el mar de la historia. Mas a tan pe– rentoria objeción respondemos que estamos reflexionan– do, siguiendo a San Agustín, sobre el primer plan divino acerca de la Ciudad Celeste. Llegará pronto el momento de comentar la mala acogida de este plan divino por la Ciudad Terrena. Ahora debemos más bien declarar las notas con que Dios quiso adornar a la Ciudad Celeste. En dos de ellas nos queremos detener: ser universal y ser pe– regrina. Ya indicamos cómo nace con San Agustín la historia universal por haber visto a todas las generaciones huma– nas procedentes de un único hombre. Pero su reflexión acentúa la unidad de estas generaciones al concebirlas como el desarrollo vital de uno solo. En De vera religione (cap. 27, p.50) se complace en afirmar que todo el género humano, guardando la debida proporción, tiene una vida desde Adán hasta el presente -que se prolonga hasta el fin del mundo- muy semejante a la de los individuos. Partiendo de este sencillo cotejo San Agustín enuncia en De Civitate Dei (X, 14) esta regla de pedagogía humana: «Del mismo modo que van aprovechándose las buenas dis– posiciones de un hombre virtuoso, así las del linaje hu– mano fueron creciendo por determinados períodos, como quien crece progresivamente según el estado de su edad, para que viniera a elevarse de la contemplaci6n de las co– sas temporales a la de las eternas, y de las visibles a las invisibles». De nuevo la fórmula «humanum genus» vie– ne a la pluma de San Agustín, como expresión de la feliz epifanía de una sola y única humanidad, camino de Dios. Declaración clara y patente de que la Ciudad de Dios es universal. El alma sensible de San Agustín ha hallado dos sím- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina __________________ bolos que patentizan el universalismo de la Ciudad de Dios. El primer símbolo es el arca de Noé, en la que se salvaron los restos del género humano. Este símbolo de la Ciudad de Dios, que en esta ocasión San Agustín la iden– tifica con la Iglesia, acoge en su seno a cuantos vienen a ella «ex omnibus gentibus» ( CD, XV, 26). El otro símbolo muestra al género humano formando un grandioso coro. Le ha llamado carmen magnun. Este símbolo ha pasado a la historia literaria, pues Dámaso Alonso lo comenta en su estudio de la Oda a Salinas. Con más frialdad técnica lo abordamos aquí, teniendo delante la carta que San AgustÍn escribió a Marcelino. En esta carta San Agustín le aclara las relaciones entre ambos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, según el plan divi– no. Es cuando ve este plan divino como un magnum car– men, entonado por cuantos intervienen en la ejecución de dicho plan. Merece ser gustado este pasaje en su texto vivo: Aptum fuit primis temporibus sacrificium quod praece– perat Deus, nunc vero non ita est. Aliud enim praecepit quod huic tempori aptum esset; qui multo magis quam horno no– vit quid cuique tempori acommodate adhibeatur; quid quan– do impertiat, addat, auferat, detrahat, augeat, minuatve, immutabilis mutabilium, sicut creator, ita moderator, donec universi saeculi pulchritudo, cujus particulae sunt quae suis quibusque temporibus aptae sunt, velut magnum carmen cu– jusdam ineffabilis modulatoria excurrat, atque inde transeant in aeternam contemplationem speciei qui Deum rite colunt... [Epistolae. Classis, III, 128; P.L., 33, 527). Vuelve sobre tan bello tema en De Civitate Dei (XII, 5), dándole una dimensión cósmica. Desde esta pers– pectiva concluye que, a pesar de las deficiencias parciales de las creaturas, el Creador Supremo debe recibir ala– banza: «omnium creaturarum consideratione laudandus est>,. Se ha tildado de pesimista a San Agustín. Veremos en su debido tiempo que hay algún motivo para ello. Pero place en este momento inicial en que se pone en marcha la Ciudad de Dios para realizar su misión histórica, verla inundada de un sacro optimismo que la incita a entonar un canto solemne al Dios hacia el que se dirige. La segun– da nota que preanuncian las palabras que acabamos de es– cribir es la de ser ciudad peregrina. BeHo nombre para cuantos viven de y en esperanza. La recuerda reiteradamen– te el Vaticano II. También mis alumnos universitarios re– cordarán la ponderación que hacía de ella al exponer en mis lecciones la gran obra agustiniana De Civitate Dei. Él mismo nos había precedido en ello. Se explica en quien vivi6 siempre en tensión y de camino. Los agustinólogos le han llamado mil veces «buscador de Dios». Adensó sus anhelos en la fórmula que ha venido a hacerse de todos: «Hicístenos, Señor, para Ti e inquieto estás...». Con ella abre sus Confesiones, que transparentan su conciencia. Pero es muy de advertir que estos mismos agustinólogos afirman que la historia Íntima que AgustÍn relata en sus Confesio– nes se transforma en historia universal. Interesa anotar aho- 51
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