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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS muy sensible la Iglesia, se privaron de la fina y desea– ble aportación femenina a los mejores valores culturales del espíritu. Como nada es perfecto, el historiador tiene que hacer a San Jerónimo más de un reproche. Ineludible le es te– ner que denunciar su modo de escribir contra aquellos que le impugnaban. Contribuyó con ello a crear esa mala literatura que ha sido, no pocas veces, lacra indigna de men– tes cristianas. Consiste esta mala literatura en pensar que la injuria contribuye a la defensa de la verdad y al descré– dito de quienes la impugnan. Por declararse enemigos de la religión cristiana, San Jerónimo llama a Celso, Porfi– rio y Jámblico: «rabidi adversus Christum canes». Y quiere descalificar a los filósofos, descalificándose a sí mismo, cuando escribe en la carta 66: «philosophus gloriae ani– mal et popularis aurae atque rumorum venale manci– pium». Y no se alegue que eran los tiempos. En los mismos días escribía San Juan Crisóstomo con un tem– ple muy distinto, pese a que la vida le fue más aviesa que a San Jerónimo. Lo malo del caso ha sido que muchos escritores cristianos, en la defensa debida a la verdad, han tomado el camino áspero de San Jerónimo y no la serena vía del alto decir de San Juan Crisóstomo. Este incarna– cionismo en lo brutal de la época nunca debió ser algo aceptable para un pensador cristiano. Visión histórica del género humano: San Agustín Viene a la mente, ante el título de este apartado, la simpá– tica porfía que tuvo Arnold J. Toynbee con su madre. En– tregada ésta al estudio de la historia de Inglaterra, el hijo tuvo la temprana intuición de que no era posible com– prender la historia patria sino dentro de la cultura en que se hallaba inserta: la cultura occidental. De aquí su intento de dar una síntesis de la historia humana des– de las distintas culturas en que se había encarnado. Daba por inconcuso que la historia universal humana como hecho constatable ha comenzado en nuestro siglo, cuan– do todos los pueblos y naciones tienen interferencias en– tre sí. Recordamos esta tesis del gran filósofo de la historia para poderle replicar que si la historia universal, como hecho, ha comenzado en este siglo, como intención y pro– pósito nació en la mente genial de San Agustín. Expuso detenidamente esta historia universal en De Civitate Dei, su opus magnum, según él mismo la califica. (Dado el fá– cil acceso a las obras de San Agustín, las citamos por sus libros y capÍtulos, sin más.) Al dar principio a la historia de las dos Ciudades, San Agustín es muy insistente en afir– mar que Dios hizo nacer el linaje humano de un solo hom– bre, para afianzar a éste, no sólo en la sociabilidad, sino también en la unión que brota de los lazos del parentesco -cognationis a/fectu (CD, XII, 21). Con San Agustín nace 50 Patrística latina __________________ en efecto el sentido de que la humanidad forma una sola y gran familia humana. Esta familia, o este género humano como gusta más de decir San Agustín, tiene historia, pues va creciendo y desa– rrollándose a lo largo de milenios. Mas de aquí surge esta pregunta: ¿cuál es el origen y meta de esta historia? Tal pre– gunta rememora el título de la obra de K. Jaspers: Vom Ursprung und Ziel der Geschichte. Pero en ella este pensa– dor se declara agnóstico ante la pregunta bimembre. Sin embargo, San Agustín anticipó la respuesta cuando, al en– cararse con los ciclos que proponían los estoicos, escribe: «¿Qué tiene de particular que errantes en este laberinto no hallen ni entrada ni salida? Ignoran el origen del género humano y desconocen el destino final de esta nuestra mor– talidad, porque son incapaces de penetrar las profundida– des de Dios» (CD, XII, 14). Consciente San Agustín de que tiene en sus manos el instrumento que le desvela los gran– des enigmas históricos, se dispone a declararlos. Pero por parte nuestra, antes de exponer las declaraciones de San Agustín sobre la historia, necesitamos conocer el instru– mento de que se vale para penetrar en los secretos de ésta. Tocamos con este inciso uno de los nervios centrales del pensamiento de San Agustín: el tema de la «sapientia christiana». Para declarar la eficacia de ésta como instru– mento de conocimiento, basta poner ante nosotros este muestrario. Son las Encíclicas papales. En todas ellas se in– tenta exponer y solventar un problema humano-divino. Y para ello se aúnan razón y fe para conjuntamente dar solu– ción al problema propuesto. Son dos luces dirigidas a un mismo objeto para ponerlo en lumbrarada esplendente. Pues bien, San Agustín se anticipó a los papas en esta vía. Ante el tema tan concreto y tan complejo de la historia humana, enfoca hacia él las dos luces mentadas. Y sirvién– dose de ellas según la exigencia del momento, aclara lo que pretende. No es que confunda los campos de la razón y la fe. Tampoco los papas los confunden. Pero es que todos ellos piensan que ambas proceden de una única fuente de luz, el Verbo iluminador de toda verdad que capta la men– te humana. Más tarde vendrán otros pensadores cristianos que distinguirán diversos planos: natural y sobrenatural; de naturaleza y gracia; de filosofía y teología. San Agustín se desentiende de tales distinciones. Veremos en su momen– to que quizá en demasía. Ahora nos toca subrayar que esta doble luz de razón y fe, atemperadamente fundidas, han iluminado a San Agustín sobre los destinos últimos de la historia humana. Es su «sapientia christiana». Preguntémonos, pues, por esos destinos últimos, in– dagando el origen y meta de la historia humana y junta– mente los caminos distintos que el hombre ha pisado al hacer esta su historia. Origen de la Ciudad de Dios Ciega la razón a este tema, según atestigua K. Jaspers, San Agustín acude a la fe. Y ésta le dice que Dios no es sólo creador de todo -verdad atingible por la razón- SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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