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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS serio el hecho de que Roma, señora del orbe, viniera a ser centro del cristianismo. En la sucesión de imperios, profetizada por Daniel, piensa que Roma será el último. Por perpetuo, no tendrá sucesor. Como el cristianismo tiene aún más garantía de perennidad, creyó en una unión estable de ambos. Esto explica su desplome ante el saqueo de Roma por los godos de Alarico, en 410. Estas sus pala– bras traducen la conmoción de su espíritu ante tal hecho: Postquam vero clarissimum terrarum omnium lumen ex– tinctum est, immo Romani imperii truncatum caput: et ut verius dicam, in una Urbe totus orbis interiit, obmutui et humiliatus sum... [In Ezechielem Prophetam, lib. I, pream– bulum; P.L., 25, 16]. Este sentirse aplanado ante el oscurecimiento de Roma, luz del mundo, no le impide seguir comentando al profe– ta Ezequiel según el plan que se había fijado. Pero no lee los signos de los tiempos que tan admirablemente comentó San Agusdn. No tenía temple San Jerónimo para elevar– se a los altos problemas de la historia. Y sin embargo, en otro plano más a ras de tierra San Je– rónimo comparte el incamacionismo cristiano, tan eficaz– mente pensado y vivido por San Ambrosio. Ya indicamos que lo realizó en el aspecto literario. En este aspecto actuó en un doble plano: en el de la cultura y en el de las personas. Por lo que toca a la cultura literaria hemos presentado anteriormente esta trayectoria. Clemente de Alejandría hace entrar las letras griegas en el plan divino de salva– ción. No se mantiene esta tesis, pero sí la necesidad de que los cristianos sepan utilizar las letras clásicas para po– der exponer mejor la doctrina cristiana y ser más capaces de defenderla. Es la tesis de San Basilio y la praxis de San Juan Crisóstomo. Praxis cultivada también por los lati– nos: Lactancio, San Ambrosio, etc. Huelga decir que el «ciceroniano» San Jerónimo man– tuvo esta tesis. Pero le dio una matización ulterior al de– clararse por el valor del libro en sí. Percibe su valor cultural. De esta estima del libro dicen mucho las múltiples refe– rencias en sus escritos a los «códices», que da y que reci– be, y la praxis de ir organizando bibliotecas para facilitar el estudio. La suya de Belén y la que sus buenas alumnas del Aventino organizaron en Roma dan fe de ello. Junto con este amor a los libros San Jerónimo toma conciencia de lo que hoy exige la mejor historiografía: el contacto con las fuentes. Es aleccionador este pasaje que transpira una exigencia filológica que parece actual: Tie– ne ante sí a San Pablo, I Cor 7, 35. He aquí cómo comen– ta el difícil pasaje: Proprietatem graecam latinus sermo non explicat: quibus enim verbis quis possit edicere, npoc; -co süox,11µov Kai. sunáps8pov -cé¡'J KUPÍCfl ansptonáo-croc;? Unde et in latinis codicibus, ob translationis difficu!tatem, hoc penitus non in– venitur [Adversus ]ovinianum, lib. I, 13; P.L., 23, 242]. Rezuma este texto amor al códice para tenerlo a mano y para utilizarlo con toda exigencia crÍtica. Constatamos, 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina __________________ según esto, que con San Jerónimo nace en la Iglesia esa corriente de silencioso trabajo que hizo posible la con– servación -siempre parcial- de la gran cultura clásica. No es que San Jerónimo sea un Casiodoro, quien seguía transcribiendo códices ya casi centenario. Pero San Jeró– nimo creó el clima en el que trabajaron el monje citado y los que vinieron en pos de él, a quienes debemos pri– morosos legados de nuestra mejor cultura. En segundo lugar San Jerónimo ejerció gran influjo en las personas para incrementar la cultura cristiana. Su– brayamos lo que apenas se comenta en los libros escola– res. Que San Jerónimo tuvo excelentes alumnas en el Aventino de Roma. A dicha colina se retiró el pueblo - plebs- en protesta contra el Senado. Una descendiente de cónsules, la noble Marcela, hace de su casa, al quedar viu– da, un cenobio de vírgenes que sirven a Dios y abren sus mentes a una alta cultura cristiana. San Jerónimo va allá a darles lecciones bíblicas. Ellas las reciben estilo escolar, pero con sumo interés y aprovechamiento. Cuando San Jerónimo se retira a Belén y se interrumpen las leccio– nes, las cartas del mismo a Marcela hablan muy alto de la intensa convivencia intelectual de San Jerónimo y de sus alumnas del Aventino. En una de ellas responde a Marcela que le ha pedido explicación de los diez nombres con que Dios es llamado entre los hebreos. No era floja ciertamente la pregunta. En otra declara la significación de las palabras que han pasado del hebreo al latín: alleluia, amén, maran atha, efod, etc. Place acotar como muestra de esta intercomunicación cultural de San Jerónimo con sus alumnas, la carta n. 59 a Marcela. Tomamos por brevedad la traducción que de ella nos da D. Ruiz Bueno, Cartas de San Jerónimo ( ed. bilingüe, BAC, 1962, 1.518): Me acucias con magnas cuestiones y no dejas que se me embote por el ocio el ingenio. Tu primera pregunta es qué cosas sean esas que ni ojo vio, ni oído oyó, ni corazón de hom– bre barruntó, las cuales tiene Dios preparadas para los que le aman (I Cor., 2, 9), y cómo, por otra parte, el mismo após– tol añade: A nosotros, empero, nos las ha revelado Dios por su Espíritu... Apena que el prometedor feminismo cultural de San Jerónimo no haya tenido continuidad histórica. Hoy son muchas las monjas que reciben lecciones bíblicas y ha– cen cursos por correspondencia. Pero vienen nada más, ¡qué ironía!, con dieciséis siglos de retraso respecto de las vírgenes cristianas del Aventino, adoctrinadas por San Je– rónimo. En su momento se dirá que la ideal figura de Ma– ría, virgen y madre, dignificó a la mujer medieval. Pero sobre ella pesaban irritantes prejuicios. Tal vez el peor de todos haberla declarado Aristóteles: «mas dimidiatum» -en versión latina de máximo influjo-. San Jerónimo para nada tuvo en cuenta tal despropósito. Pero repeti– mos que su obra no tuvo la continuidad deseada. Las es– porádicas mujeres medievales, dadas a la cultura, no llegan a formar círculo ni a crear un clima favorable a la educa– ción de la misma. Con ello la cultura en general y de modo 49

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