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VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS tura greco-romana. Desde la visión cristiana de la histo– ria llama la atención su profundo sentido de continuidad. Su obra De officiis pone en gran relieve este sentido de continuidad. La dirige a sus clérigos. Lo hace para hacer– los ver que la fidelidad al trabajo diario y casero es lo que da consistencia a la historia humana. M. de Unamuno ha visto en ese rudo vivir diario, cumpliendo el propio ofi– cio, la intra-historia de los pueblos. De ella ha surgido la otra más ruidosa, la que ha pasado a los libros. Pero siem– pre mucho menos consistente. Sólo ya por este motivo la obra de San Ambrosio se lee con sumo agrado. Incita con dulce presión a la faena diaria, que teje nuestro vivir individual y colectivo. Entusiasma, en este caso, adentrarse por las fuentes de esta obra de San Ambrosio. Nos ponen ante los ojos uno de los logros más preclaros en la vida del pensamiento. En efecto; como es sabido, San Ambrosio tiene ante sí, al componer su obra, la de Cicerón que tiene el mismo tÍtulo. Éste, a su vez, cita reiteradamente a Panecio con el que declara tener deuda. Es, pues, este filósofo del es– toicismo medio el punto de partida de esas reflexiones so– bre la vida diaria que, expuestas en los libros De Officiis, llegan hasta nuestros días. Educado Panecio en el estoi– cismo clásico, renuncia a las especulaciones metafísicas del mismo y se atiene al vivir diario, a lo conveniente en cada hora -'to Ka0fjKov-. Tan en serio tomó este vocablo griego que escribió un libro con este tÍtulo: 1tepi 'tOÜ Ka0fjKOV'tO<;. Cicerón, con corazón de padre, piensa que a su hijo Marco le serviría de orientación una obra con este título: De officiis. Y la escribe. Empalma San Ambrosio con este delicado clima y se dirige a sus clérigos, también con el corazón en la mano, aconsejándolos como padre... Indu– dablemente corren por estas obras los mismos aires de alta y humana espiritualidad. Y no hace falta decir que ello no perjudicaba en nada a la moral evangélica del santo obispo. Encarnaba sencilla e ingenuamente su pleno cris– tianismo en los límpidos pañales de la mejor cultura hu– mana. RepetÍa el gesto de San Pablo, quien declaró a sus queridos Filipenses que no debían tener reparo alguno en seguir practicando sus austeras virtudes naturales (Phil., 4, 8). No debemos dejar en silencio que San Ambrosio pa– rece tener preferencia por el vocablo griego -ro nplnov. Lo traduce por «decorum». Añade este vocablo a la mera conveniencia del -ro Ka0fjKOV de Panecio una irradiación de pulcritud y gracia, que mantienen muy vivas los voca– blos hispanos «decoro», «decoroso». Y más aún el verbo «de– corar». En este momento no podemos echar en olvido que el espíritu latino, poco entusiasta de la belleza metafísica, es, para con el contrario, muy sensible y delicado al «de– corum». Es uno de los mensajes de la latinidad, hoy en menguante, pero que volverá a resurgir por ser un men– saje perenne en su sencillez. Todavía con mayor satisfacción subrayamos la inser– ción de San Ambrosio en este gran valor de la cultura que llamamos humanítas. Y cosa de admirar. En vez de asu- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina __________________ mirla en el sentido ciceroniano del cultivo de las bellas letras, es decir, como paideia, la entiende de modo prefe– rente en lo que significa el vocablo griego philantropia. Lo proclama muy alto este pasaje que acotamos: Considera, horno, unde nomen sumpseris, ab humo uti– que, quae nihil cuiquam eripit, sed omnia largitur omnibus, et diversos in usum omnium animantium fructus ministrar. Inde appellata humanitas specialis et domestica virtus ho– minis, quia consortem adjuvet... Jam si in uno membro to– tum corpus violatur, utique in uno homine communis totius humanitatis solvitur; violatur natura generis humani [De Of ficiis, III, 16 y 19; P.L., 16, 158-159]. Tú, hombre, considera de d6nde está formado tu nom– bre, del vocablo «humus = tierra». Ésta a nadie quita nada, sino que da a todos con largueza y suministra diversos fru– tos para uso de todos los animales. De aquí que se llame «hu– manitas» esa especial y casera virtud del hombre, por la que ayuda al que participa de su misma suerte... Así pues, si todo el cuerpo sufre quebranto en uno solo miembro, la comu– nión de toda la humanidad se disuelve en un solo hombre. Sufre quebranto en uno solo la naturaleza del género humano. Parece imposible poder expresar de mejor modo el in– carnacionismo cultural cristiano que en estas líneas de San Ambrosio, cuyas palabras centrales nos hemos permitido subrayar. Viene a la mente la tesis de E. Elorduy, el me– jor conocedor del estoicismo en España. De vida voz se la oí varias veces. Opinaba este historiador del estoicismo que el caso singular de la desaparición del mismo, en cuan– to escuela, inmediatamente después de su florecimiento en Séneca, Epicteto y Marco Aurelio se debía a que el cris– tianismo asumió lo mejor de su moral, dejando a trasma– no todo rescoldo monista, ya casi inexistente en los tres grandes nombres citados. La moral cristiana y la moral estoica se han dado la mano para hacer una común anda– dura por espacio de siglos. La presencia de Séneca a lo largo de la Edad Media es buena prueba de ello. Y el que Santa Teresa de Jesús llamara a su pequeño fray Juan de la Cruz «mi senequita» dice mucho de este feliz entrecru– ce del cristianismo con el estoicismo. De este entrecruce hace A. Ganivet el resorte máximo de la vida nacional española. Sea dicho esto de paso. Volviendo a San Ambrosio, le será de gloria perenne el haber «encarnado» la moral profesional cristiana en el enmarque de la filosofía estoica. Y esto llega hasta nues– tros días. Qué magnífica continuidad del espíritu huma– no constatamos aquí: del griego de Rodas, Panecio, al romano Cicerón, de éste a San Ambrosio, Y por éste a los moralistas cristianos que tan detenidamente han veni– do estudiando la moral profesional a partir de Santo To– más, Summa Theologica, II-11, pp. 183-189: de officiis et statibus hominum. Una segunda parte toca exponer ahora en la que la fi– gura de San Ambrosio aparece en peor luz. Historiadores autorizados la silencian. Por no poder compartir este cri– terio, la abordamos con decisión por su importancia ante 47

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