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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS centro de la visión cristiana de la historia, al afirmar que el lagos se ha hecho temporal; que por su carne asumida se ha incorporado a nuestra historia. Hoy llamamos a toda esta metafísica viviente «incarnacionismo». Es de notar que este incarnacionismo tuvo en los pri– meros siglos cristianos un signo predominantemente po– pular. Este hecho motiva el preguntarse con el gran historiador Werner Jaeger si con la forma original tan sen– cilla del Sermón de la Montaña el Evangelio hubiera pe– netrado y conquistado el mundo civilizado. No es el momento de responder a tan incitante pregunta. La he– mos hecho para mejor subrayar que en el siglo IV llegó la hora para el cristianismo de su encarnación en una muy alta cultura. Tuvo este incarnacionismo grandes precurso– res en el siglo anterior: Clemente, Orígenes, etc. Pero es ahora cuando todas las altas mentes cristianas, tanto en Oriente como en Occidente, se hicieron problema de este incarnacionismo cultural. El problema que suscita este incarnacionismo lo pu– diéramos centrar en una sola palabra, de arco tan abierto que llega hasta nosotros: humanitas. Es sabido que su doc– tor es Cicerón, quien hizo de ella lema de su alta vida cultural. De aquí las «humanidades». No es cosa de repe– tir una historia de todos sabida. Pero parece conveniente anotar que el citado Werner Jaeger descompone la huma– nitas en estos dos vocablos griegos por dar ellos su sínte– sis: paideia y philantropia. Como paideia -arte de educar– fue cultivada preferentemente por Cicerón. Y es la pre– dominante a lo largo de los siglos. De donde se originó la praxis del estudio de las bellas letras clásicas para desa– rrollar lo humano en nosotros, para que el hombre lo lle– gara a ser plenamente. Pero aun en este aspecto de la humanitas como paidea San Agustín hace ver que tuvo una doble eficacia. Primeramente, las bellas letras le en– señaron a hablar, a disertar, a ser retórico. Lo que Agus– tín buscaba inicialmente con el dinero de su buena madre, según ingenuamente confiesa. Pero en segundo lugar, junto con este atestado Agustín declara lo que dicen estas líneas: Et usitato iam discendi ordine perveneram in librum cuiusdam Ciceronis, cuius linguam fere omnes mirantur, pee– tus non ita. Sed líber ille ipsius exhortationem continet ad philosophiam et vocatur Hortensius. Ille vero líber mutavit affectum meum... Non ergo ad acuendam linguam refere– bam illum librum neque mihi locutionem, sed quod loque– batur persuaserat [ Confess., III, 4, 7]. Y así lleg6 a mis manos un libro de un tal Cicer6n, cuyo lenguaje admiran casi todos, no tanto el fondo. Tal libro con– tiene una exhortación a la filosofía y se llama Hortensia. Este libro cambió en verdad mis afectos... No era, pues, para acri– solar el lenguaje y el bien hablar por lo que manejaba aquel libro, sino para persuadirme de lo que decía. El lector advierte que en este texto no se trata de la formación cultural humana, proporcionada por las bellas letras, sino del contenido de la obra de Cicerón que im– pelía el alma de Agustín hacia lo eterno. Esto quiere de- 46 Patrística latina __________________ cir que el cristiano no sólo pudo aprender en la cultura clásica un modo digno de expresar sus doctrinas y viven– cias, sino también altas verdades de aquella cultura. Al asimilarlas, el cristiano realizó un prometedor incarnacio– nismo. Es lo que vamos a admirar en los grandes escrito- • res cristianos del siglo IV. El aspecto de la philantropia es más difícil de precisar. Se diluye en un sentimiento que impregna el ambiente y se aspira como el aire. El ThW, IX, pp. 108-111, infor– ma que este vocablo, cp111,av0pú)JtÍU, fue casi desconoci– do por la alta filosofía de Platón y Aristóteles, pero muy presente en el ambiente popular e igualmente en la gran oratoria (Demóstenes, etc.). Más tarde la hace suya la fi– losofía de los estoicos, sobre todo Epicteto. Por lo que toca al Nuevo Testamento la presencia de la misma es parca. Pero San Pablo la canonizó con el célebre pasaje de su Carta a Tito (3, 4), en el que canta la aparición de nuestro Dios Salvador. Se ha llamado a este pasaje «La epifanía de la "philantropia" cristiana». Refrendada por la autori– dad de San Pablo, los escritores de los primeros siglos del cristianismo la utilizan, aunque siempre parcamente. Al margen de la palabra, el contenido de la misma, como «bondad en dirección a los otros», impregnaba el ambiente cristiano. Pudiéramos considerar una excelente traducción de la philantropia este insinuante texto agusti– niano: Nullo enim modo fit minor accedente seu permanente consorte possessio bonitatis; imo possessio bonitas, quam tan– to latius, quanto concordius individua sociorum possidet cha– ritas. Non habebit denique istam possessionem, qui eam noluerit habere communem, et tanto reperiet ampliorem, quanto amplius ibi potuerit amare consortem [De Civitate Dei, XV, 5]. En ningún modo la posesión de la bondad se hace me– nor si llega a ser compartida por un consorte. Más bien la posesión es tanto más bondad cuanto más amplia sea ésta y con mayor acuerdo la caridad amigable posea a los indivi– duos. No tendrá, en verdad, esta posesión quien no quiera hacerla común. Y tanto más llena será la posesión cuanto más sea capaz de amar a su consorte. Aclarado lo que se entiende por Paideia y Philantropia, volvemos a repetir que humanitas asume y sintetiza el con– tenido de las dos. Pero les añade un signo universalista que en los vocablos griegos inmediatamente no se percibe. En este clima de la humanitas vivió la patrología lati– na del siglo IV. Fueron sus máximos representantes San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín. Como a este úl– timo le dedicaremos un apartado especial, presentamos ahora las otras dos grandes figuras. San Ambrosio Unánimes están los historiadores en que San Ambrosio fue constante en su elevado intento de poner al servicio del incarnacionismo cristiano los altos valores de la cul- SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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