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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS Ticonio Con este escritor africano poco conocido, pero de impres– cindible mención por las referencias que a él hace San Agus– tín, cerramos esta exposición de la corriente dualista y pesimista. Poco se sabe de Ticonio. Se hizo sentir en las últimas décadas del siglo N con una actividad paralela a la de San Agustín en los años que siguen a su conversión. Dado el ambiente pesimista que le rodeaba y que hizo suyo, se ~filió a la secta de los donatistas. Con ellos llegó a dar el estigma de «traditores» a los católicos. Por su idea feliz de que la Iglesia no podía limitarse a la donatista del África tuvo que romper con los suyos, pero sin llegar nun– ca a la tesis católica. De sus obras tenemos a mano tan sólo el Líber de sep– tem regulis (P.L., 18, 15-66). Interesa de lleno a la herme– néutica bíblica, pero sólo de soslayo a la historia. Más relación con ésta tenía su comentario al Apocalipsis, que sólo de modo muy parcial se ha conservado, especialmente por haberlo utilizado en gran escala San Beato de Liéba– na. Como la apocalíptica de la alta Edad Media se nutrió de ambos, al exponer dicha apocalíptica será el momento oportuno de comentarlos. Ahora, cuando exponemos la patrística latina, pare– ce lo más pertinente seleccionar los más valiosos textos agustinianos en los que San Agustín muestra tener pre– sente a este escritor. En dos temas de mucha proyección se dan la mano dentro de la inmensa distancia que los separa: el de las dos ciudades y el del universalismo cris– tiano. Sobre la concepción de las dos ciudades hay que afir– mar que es una conquista lenta, que va madurando poco a poco hasta culminar en la gran obra agustiniana: De Ci– vitate Dei. A lo largo de esta tensión dualista que veni– mos exponiendo, hemos entrevisto ya a las dos ciudades en tensión y lucha. Pero Ticonio da un paso ulterior al contraponerlas de un modo explícito. Este texto extracta– do de San Agustín nos lo hace ver: Regula secunda Ticonii... est de Domini corpore biparti– to, quod quidem non ita debuit appellari; non enim revera Domini corpus est, quod cum illo non erit in aeternum: sed dicendum fuit, de Domini corpore vero atque permixto, aut, vero atque simulato, ve! quid aliud: quia non solum in aeternum, verum etiam nunc hypocritae non cum illo esse dicendi sunt, quamvis in ejus esse videantur Ecclesia. Unde poterat ista regula et sic appellari, ut diceretur de permix– ta Ecclesia [De doctrina christiana, lib. III, XXXII; P.L., 34, 82]. La segunda regla de Ticonio... acerca del cuerpo bipartito del Señor, pues no es cuerpo del Señor lo que no será con él eternamente. Más bien debi6 decir: del cuerpo verdadero y mezclado del Señor, o también del verdadero y disimula– do, o algo parecido. Porque no se ha de decir tan s6lo que los hip6critas no s6lo no forman parte del cuerpo de Cristo en la eternidad, pero ni aun ahora lo son, aunque parezcan pertenecer a la Iglesia. Por tanto, bien pudiera darse a enten– der que se hable de una Iglesia mezclada. 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina---~-------------- Un somero análisis de este texto hace ver cómo el ge– nio va corrigiendo los tanteos del que va delante. Pero esta misma genial corrección de San Agustín impide nuestra aquiescencia a la tesis que juzga poco menos que imposi– ble admitir la influencia de Ticonio en La Ciudad de Dios. Pero esta influencia entra por los ojos -el subrayado nues– tro lo decanta- en este comentario de San Agustín a la postura de Ticonio. Con menos influjo de Ticonio en San Agustín, pero con mayor coincidencia, sienten ambos entusiasmo por el universalismo cristiano. San Agustín estaba impregna– do del mismo por las fuentes bíblicas. Pero ello no quita que advirtamos la presencia de Ticonio en San Agustín, quien con complacencia advierte en el mismo este uni– versalismo. Lo dice bien el breve texto que acotamos. Para mejor encuadrarlo, recuérdese que por su visión de una Iglesia universal Ticonio tuvo que romper con los dona– tistas. Por este motivo el jefe de los mismos, Parmeniano, le escribió una dura carta. San Agustín la conoció y refu– tó en tres libros. Una gesta más en su lucha antidonatis– ta. En el primer capítulo hace historia de los sucesos y declara a Ticonio hombre «alacri ingenio et uberi colo– quio». Para nuestro propósito actual basta con que acote– mos las últimas líneas de este capítulo: Epístola itaque Parmeniani, quam scripsit ad Tichonium, reprehendens eum, quod Ecclesiam praedicaret toto orbe diffu– sam, et admonens ne facere auderet, hoc opere statuimus res– pondere [Contra epistolam Parmeniani, Lib. I, I; P.L., 43, 35]. Así pues, la carta que Parmeniano escribi6 contra Ticonio para reprenderlo y porque predicaba que la Iglesia estaba di– fundida por todo el orbe y para apercibirle de que no se atre– viera a decir tal cosa, yo determiné responderle en esta obra. Van, pues, del brazo Ticonio y San Agustín. Alguien diría que coincidieron en el camino un gigante y un ena– no. Pero también los enanos pueden señalar más y facili– tar accesos. Tal vez fuera éste el destino de Ticonio. Se han rastreado por los rincones de la ingente producción agustiniana huellas dualistas y maniqueas. De seguro que no es ajeno a ellas la figura episódica de Ticonio. En todo caso parece muy motivado este juicio histórico de A. Quacquarelli: «Ticonio, riguardo alla concezione della sto– ria, chiude un ciclo e ne apre un altro; chiude cioe il pe– riodo che precede a Agostino ed apre quello delle due citta» (La concezione della storz'.a mei Padri prima di S. Agos– tino, Roma, ESR, 1955, p. 136). Visión cristiana de la historia «incarnacionista» Al comentar el testimonio excelso de San Juan en el pró– logo de su evangelio: «... y el Verbo se hizo carne», anotá– bamos que este testimonio de San Juan nos sitúa en el 45

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