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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS Retengamos en la memoria este título de «madre» dado a la Iglesia. Preanuncia a la gran familia humana, contem– plada por San Agustín a los pies de su Creador, su Padre celeste. Ahora sintamos cómo este acorde de unidad bro– ta de la entraña materna de la Iglesia. Esta Iglesia tiene una oración muy peculiar. Se la enseñó Cristo para que la repitiera sin cesar. San Cipriano la comenta con estas palabras que saben a miel en un mundo dilacerado: Ante omnia, pacis doctor atque unitatis magister, singi– llatim noluit et privatim precem fieri, ut quis cum precatur, non pro se tantum precetur. Non enim dicimus Pater meus qui es in coelis, nec Pater meus da mihi hodie; nec dimitti sibi tantum unusquisque debitum postular, aut ut in tentatio– nem non inducatur, atque a malo liberetur, pro se solo ro– gar. Publica est nobis communis oratío; et quando oramus, non pro uno sed pro tato populo oramus, quia totus populus unum sumus [De oratione dominica, VI; P.L., 4, 541]. Ante todo el doctor de la paz y maestro de la unidad no quiso que cada uno y en privado hiciera su oraci6n, para que, al rogar, no fuera solamente para sí. Pues no decimos: Padre mío que estás en los cielos, ni Padre mío, dame hoy...; ni cada cual pide perd6n por su culpa, ni impetra tan s6lo para sí el no ser inducido a tentaci6n y verse libre del mal. Nuestra oraci6n es pública y común. Y cuando oramos, no oramos a favor de uno s6lo sino de todo el pueblo. Porque todo el pueblo somos uno. Estos textos parecen enlazar mal a San Cipriano con las tres supuestas notas señaladas. Le alejan de ellas más que los reiterados elogios. Y sin embargo, desde otra ver– tiente asoman en lontananza, aunque nunca, a decir ver– dad, con el radicalismo de Tertuliano. Pero ya este nombre le aproxima a ellas. San Jeróni– mo testifica que todos los días lo leía y que lo tenía por su maestro. A su vez, una confrontación de las obras de uno y otro hace ver la presencia de Tertuliano en San Ci– priano. Patente en sus obras, De habitu virginum y De ora– tione dominica. Pero más patente aún en De bono patientiae, cuya estructura interna está calcada en el De patientia de Tertuliano. Imposible que este influjo literario no dejara huella en su etiología y en su mentalidad. Ya su mismo biógrafo, el citado Poncio, advierte: «Certe durum erat» (P.L., 3, 1.541). Se refiere a su vida que tiene por tónica la cons– tancia y el vigor. Pero advertimos que esta dureza se ad– vierte también en su campo mental. Si se nos ocurre trazar una línea de dureza desde el montanismo de Tertualiano a el rigorismo de los donetistas, en el paso de un rigoris– mo a otro topamos con la figura de San Cipriano, el cual se anticipa a los donatistas al negar valor a los sacramen– tos impartidos por los herejes. Su rigorismo lo manifies– ta igualmente en las exigencias que pedía para admitir a la reconciliación a los lapsi, es decir, a los que de un modo u otro habían claudicado en el momento de dar testimo– nio de su fe en los días de persecución. Además, San Cipriano, al margen de un posible influ– jo ambiental gnóstico-maniqueo, preanuncia el tema de 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística latina __________________ las dos ciudades, al desentenderse de los que se hallan fue– ra de la Iglesia. La compara con el arca de Noé, único lu– gar posible de salvación en los días del diluvio (De unitate Ecclesiae, VI; P.L., 4, 519). Más tarde se formulará la ex– cluyente fórmula teológica: «Extra Ecclesiam nulla salus». San Cipriano se anticipa a la misma. Combate a quienes desgarran su intangible unidad. Son un anticipo de la ciu– dad terrena en lucha con la ciudad celeste. Con lo que están fuera, con los paganos, apenas tiene consideración. No dice bien esto con la amplitud de aquel gran espíritu. Pero aún entonces muestra a la Iglesia bajo es– tos tres símbolos: como sol que emite por doquier sus rayos; como árbol que extiende sus ramas; como fuente que da origen a múltiples riachuelos (De unitate Ecclesiae, V; P.L., 4, 517). Rezuman universalismo estos símbolos, que están pidiendo ser potenciados por el genio de San Agustín. Pero este universalismo tiene frente a sí a los «otros», sobre lo que San Cipriano apenas se ha detenido a reflexionar, pero que formarán en la obra de San Agustín «la ciudad terrena». Arnobio y Lactando La Patrología de J. Quasten abre su exposición sobre Lac– tancia con este juicio histórico: «Arnobius was superse– ded by his pupil Lucius Caelius Firmianus Lactancius». Este juicio de J. Quasten, pese a afirmar el reemplazo del maestro por el discípulo, incita a aunar a ambos escrito– res. Si grandes son sus discrepancias, no son menores sus convergencias. Ambos, además, encarnan las tres notas que hemos señalado como características de los escritores afri– canos de esta época. Las iremos reconociendo, como trans– fondo, en el pensamiento de los mismos. Inicialmente da satisfacción poder atestar el encendido cristianismo de ambos, propio de conversos. Uno y otro lo son. Arnobio, ya muy entrado en años. Lactancio, en edad mejor para poder asumir más plenamente la doctri– na cristiana. Arnobio, no obstante sus duros ataques al pa– ganismo, tiene momentos de magnánima abertura a los «otros». Place acotar aquí aquel pasaje en que pide a Dios perdón por los que le niegan y persiguen a sus siervos: 43 O summe rerum invisibilium procreator... Dígnus, dig– nus es vere, sí modo te dígnum mortali dicendum est ore, cui spirans omnis intelligensque natura, et habere et agere numquam desinat gratias... de quo nihil dici et exprimí mor– talium potis est significatione verborum... Da veniam, rex summe, tuos persequentibus famulos: et quod tuae benígni– tatis est propium, fugientibus ignosce tui nominis et religionis culturo [Adversus gentes, XXXI; P.L., 5, 755]. Oh sumo Creador de las cosas invisibles... Digno eres, en verdad, si de algún modo el labio humano puede decir algo de ti; de que toda naturaleza inteligente, que aspira a ti, deje de reconocerte y darte gracias... De ti nada pueden decir los mortales con palabras significativas... Ten piedad, Rey sumo, de quienes persiguen a tus siervos: y como es pro– pio de tu benignidad, perdona a los que huyen de dar culto a tu nombre y a tu religión.
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