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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS de satisfacer a un cristiano que ha leído los sucesos dra– máticos del Apocalipsis. Y si Jesús atestiguó que las puer– tas del infierno no han de prevalecer, ello supone que se darán días de infierno en la historia cristiana de la tierra. Nada de esto se refleja en estos padres griegos tan entu– siastas de la liturgia cósmica. Tan importante deficiencia, debida a un influjo extra– ño al cristianismo, el de la filosofía antihistoricista de Plo– tino y de sus seguidores, no puede hacer olvidar que la patrística griega ha dejado a la visión cristiana de la histo– ria un eterno mensaje de alta vida espiritual. De esta vida tratará de olvidarse la Europa de la técnica y del poder. El lituano Walter Schubart, Europa y el alma de Oriente (trad. esp. Madrid, 1947) ha sentido con hondura este des– garro cultural entre el Oriente y el Occidente europeos. Ve la cura del mismo en este programa que recoge del abad benedictino Herwegen, y que transcribe en el prólogo de su obra: «El abismarse reverencial en la contemplación de lo divino, tal como es propio del hombre oriental, y el impulso occidental de actividad en el campo exterior de la vida tienen que unirse en una nivelación recíproca... Como occidentales siempre pensaremos de un modo más sobrio y sentiremos más fríamente que los orientales. Mas si queremos salir de nuestro pensar intelectualista y de nues– tro activismo calculador, y así lograr un ascenso religioso, la profundización en el espíritu de la piedad oriental será para nosotros una ayuda que no debe despreciarse» (p. 6). Estas autorizadas palabras canonizan la liturgia cósmica oriental que, en su magnificencia espiritualista, ofrece un complemento al activismo histórico de Occidente. Este activismo, hacia metas siempre nuevas, acabará en el ni– hilismo de la técnica de poder si no se va impregnando simultáneamente de espíritu. De este espíritu que rezu– ma con tanta exuberancia el Oriente en su liturgia cósmica. PATRÍSTICA LATINA Una visión cristiana de la historia muy propia tiene la patrística occidental o latina dentro de un acuerdo sus– tancial de pensamiento con la oriental. Expuesta la visión de ésta, toca ahora exponer la de la occidental. Desarro– llamos esta visión de la historia que tanto nos sigue afec– tando hoy día en cuatro apartados. Visión cristiana de la historia con tendencia dualista y pesimista Vinculámos esta visión de la historia a los grandes escri– tores del África cristiana. Bien merecen el título de «gran– des». Pero también hay que poner de relieve que son 42 Patrística latina __________________ «africanos». Sin determinismo riguroso es innegable que la geografía contribuye a forjar al hombre. Y de todos es sabido cuál es la peculiar etología del hombre africano. Un milenio después de los mismos, un gran filósofo ára– be de la historia, Ibn Jaldun, 1332-1406, describía a los moradores de su África ardiente como nobles, duros, de– cididos en el esfuerzo y acrisolados por la lucha (me remito en esto a los estudios arábigos de M. Cruz Hernández). Estas notas, tamizadas por el cernedor cristiano, señalan el carácter de estos escritores de los siglos III y IV. Mas para bien comprenderlos se ha de tener muy en cuenta, además de su carácter geoantropológico, el clima cultural en que viven. Comparten, sin duda, con los pue– blos del Mediterráneo la cultura greco-romana, que asi– milan en mayor o menor grado -más la latina que la griega-. Pero igualmente se hallan muy inmersos en la corriente dualista del gnosticismo-maniqueísmo. Tema lar– go de historia cultural, a la que me remito. De todo ello provienen tres notas específicas, pero de contenido negativo, de estos escritores africanos. En pri– mer lugar, tienden al rigorismo, aunque no siempre, por fortuna, condividan el extremista de Tertuliano. Además, se manifiesta en ellos una clara tendencia dualista, que aflora en una literatura de ataque y de confrontación. Final– mente, late en ellos un cierto amargor pesimista que motiva su poca confianza en la naturaleza humana. Preci– semos ahora estas notas encuadradas dentro de sus grandes aportaciones al pensamiento cristiano. Y más en con– creto, a la visión cristiana de la historia. Tendremos para ello en cuenta a los principales escritores africanos de los siglos III y rv. San Cipriano de Cartago Grandes elogios se le han dado a San Cipriano. El poeta Pru– dencio, en el himno que le dedica en Peristéfanon, n. 13, le llama «decus orbis et magíster». Su biógrafo, Poncio, diácono de la Iglesia de Cartago, se propuso, según dice, escribir su vida y martirio para que viniera a ser «incomparabile et gran– de documentum in immortalem memoriam» (P.L., 3, 1.541). Bien digno de estos encomios es San Cipriano. Pero se le ha visto en ellos tan sólo desde una perspectiva in– terna al cristianismo. Desde esta misma perspectiva se nos muestra aún hoy día como un cantor y promotor de la unidad de la Iglesia, fundada por Cristo. En su libro De unitate Ecclesiae hace esta proclamación, mil veces repe– tida a lo largo de los siglos cristianos: Quisquis ab Ecclesia segregatur, adulterae conjungitur, a promissis Ecclesiae separatur... Alienus est, profanus est, hos– tis est... Habere jam non potest Deum Patrem, qui Ecclesiam non habet matrem [De unitate Ecclesiae, VI; P.L., 4, 519]. Quien es desertor de la Iglesia, se une a una adúltera y no participa de las promesas de la misma... Se hace ajeno, profano, hostil... No puede tener a Dios por Padre, el que no tiene a la Iglesia madre. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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