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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS mana aprenderá a alabar y a celebrar la Deidad una y trina, uniendo sus tres cantos con las Potestades superiores. For– man así una consonancia acorde en torno a Dios [Mystago• gia, XIX; P.G., 91, 695]. Hoy la fenomenología religiosa, al abordar el paradig– mático «in illo tempore», comprueba que toda fiesta vie– ne a ser un recuerdo de aquella primera hora feliz y un deseo de que vuelva. La liturgia cósmica de los padres grie– gos recoge lo valioso de esta añoranza humana y en las grandes fiestas cristianas ve plasmada su realización. De ello tienen que felicitarse cuantos vean la historia desde una perspectiva cristiana. Tanto más cuanto nos sentimos inmersos en un presuntuoso nihilismo de lo sagrado. Y sin embargo, la crítica histórica obliga a suscitar una insuperable objeción a este finalizar la historia en litur– gia cósmica. Y es que, de hecho, la historia ha sido olvida– da. Ya delata bien este olvido el escaso uso que estos padres griegos hacen del libro del Apocalipsis, donde se descri– be el drama histórico de la Iglesia. De este drama apenas una alusión en estos padres, que de tanto mirar al cielo se han desentendido de la tierra. ¿Y por qué esta mentalidad cristiana, enraizada en la Biblia, se ha desentendido de un elemento tan esencial a la misma cual es la historia? Esto es más de notar por cuan– to el Corpus Dionysiacum mantiene una terca insistencia en quererse vincular a las Escrituras Sagradas. Es, con todo, irritante que cuanto más se aleja de ellas, tanto más rea– firma esta vinculación. Tal es el caso del contraste entre éros-agápe. El Corpus Dionysiacum, entusiasta del éros, nada cristiano y sí muy platónico, se atreve a pedir que nadie le reproche ir contra las Escrituras -napa -ra 11,óyta– al celebrar el nombre del éros. Más irritante es áun que se apoye en San Pablo, al interpretar desde el éros el espi– ritual desahogo de éste: «Vivo yo, ya no yo: es Cristo... ». Se atreve a escribir que San Pablo pronuncia estas pala– bras «como verdadero amante» -me; aÁrt0r¡c; spaa-ri¡c;-. Y sin embargo, San Pablo, que usa un centenar de veces la palabra agápe, no tiene la menor referencia a éros, eráo, erastés y demás vocablos derivados, que se mascaban en– tonces. Para un historiador este autoengaño del Corpus Diony– siacum plantea un serio problema histórico-crítico. Al margen del mismo, esta obcecaci6n del Corpus nos ilu– mina en su silencio sobre la historia. En efecto, este silencio nos muestra ahora una doble raíz. La primera se nutre de la tendencia del autor del Corpus a cultivar y valorar la vida interior, la vida con– templativa. Ante la dualidad permanente de acción y contemplación, el Corpus optó, con el clima que le rodea– ba, por la contemplación. Hasta transparentar fría deses– tima por la acción. Esta sobreestima de la contemplación, que da necesa– riamente la espalda a la historia, no parece acorde con el mensaje bíblico. Pero lo es menos la segunda raíz del si– lencio del Corpus sobre la historia. Esta segunda raíz se nutría de la savia más jugosa de aquella época: el neopla- 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística griega _________________ tonismo. Ya desde Clemente y Orígenes esta filosofía, se– gún ya indicamos, dio su impronta al pensamiento cris– tiano del Oriente. La misma gran patrística griega del siglo IV no rehuyó nutrirse de esta filosofía. Pero el historia– dor advierte que los dos grandes pensadores que cierran esta época, el autor del Corpus Dionysiacum y San Máxi– mo el Confesor, se sienten más impregnados de este jugo filosófico. Ya hemos destacado estas dos notas del neoplatonis– mo: su impersonalismo y su antihistoricismo. Pues bien, el historiador advierte que el personalismo cristiano se man– tiene firme frente al impersonalismo neoplatónico tanto en el Corpus Dionysiacum como en San Máximo. No acae– ce lo mismo con el antihistoricismo. Aclaremos con algu– na detención este punto. En el neoplatonismo no hay más historia que la de los procesos -próodoi- que motivan la emanación des– cendente de todos los seres desde el Uno --ro ev- y el retorno al mismo, impulsados por la fuerza omnipotente del éros. En este retorno, al tratarse del hombre, se ponen de relieve estos tres momentos ascendentes de purificación, iluminación y perfección. Esta perfección se logra plena– mente cuando tiene lugar la inmersión de la mente hu– mana en el Uno -to en-. Ésta es la única historia humana que merece la pena de ser vivida. Nos hallamos, por tan– to, en esta concepción neoplatónica, no con una visión histórico-lineal, sino con una visión jerárquico-vertical. Sobre la visión histórico-lineal, que es la genuinamen– te cristiana, no hace falta insistir. Pero necesita comenta– rio la neoplatónica a la que he calificado de jerárquico– vertical. Al iniciar este comentario, pido al lector que deje a trasmano la idea de jerarquía que se respira en la calle. Se parece a la iepapx,ía, idea central en el Corpus Diony– siacum como un poste de teléfono -valga la compara– ción- a un árbol otoñal cargado de sabrosos frutos. En efecto, en el Corpus Dionysiacum la iepapx,ía es la reali– dad benéfica, cargada de fruto espiritual, que comunica los inmensos beneficios de la Trinidad -0eía 0wpx,ía– en raudales descendentes de los que beben los diversos se– res los dones de Dios según su peculiar capacidad asimi– ladora. La Ítpapx,ía es, por lo mismo, constitutivamente vertical. Sólo pretende llevar a todos los seres los dones divinos. Cuando son los hombres quienes reciben y aceptan estos dones, se dice de ellos que están jerarquizados. En este sentido, San Buenaventura habla en plena Edad Media «de anima hierarchizata». Da a entender con ello que el alma se halla plenamente bajo el influjo de la acción divina, cuyos dones acepta y hace fecundos. Pero todo ello nos habla de que con esta mentalidad nos hallamos inmersos en una visión jerárquico-vertical de la realidad humana. Una alta vida espiritual se respira por estos altozanos, más celestes que terrenos. Pero qué lejos nos hallamos del ajetreo de la historia. Bien significativo que de ella se ha– ble en el Corpus, viéndola desde el cielo, al señalar la in– cumbencia que tienen los ángeles encargados de custodiar a los pueblos, a ellos confiados (De coelesti hierarchia, IX; P.G., III, 262). Pero este pobre recurso a la historia no pue- 41

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