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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS No tiene, en verdad, mucha representación en Clemente lo comunitario. En sentido cristiano, lo eclesial. Pero esta mengua no sería tanta si en él no hubiera surgido una in– tensa preocupación por el hombre singular. La ascensión de éste hasta el Logos, hasta Dios, es lo que al fin absorbe su atención. Sus Stromata lo reflejan hasta la saciedad. Pero su preocupación por el hombre singular, que es el sabio cristiano, está más en conformidad con el neoplatonismo que con el mensaje evangélico. Este es un mensaje de in– tercomunicación de personas, de sentido universalista, abierto a la humanidad -av0pwrcó't"r¡c;-. Así lo pensó Clemente en sus momentos de lucidez. Pero no dedujo las magníficas consecuencias que se hallaban in nuce en el neologismo fecundo de la av0pwrcó't"r¡c;. Orígenes El primer esfuerzo del pensamiento cristiano para cons– truir un sistema intelectual lo realiza Orígenes, juzgado el más grande escritor de la Iglesia anterior a San Agus– tÍn. Una lectura somera de su obra De principiis pone ante la vista una inicial summa theologica, preanuncio del glo– rioso historial de ésta. Para ello utiliza la filosofía neopla– tónica que intensamente estudió. Pero es menester repetir que esta filosofía es radicalmente antihistórica. Si a ello añadimos que sistema -él ya lo intentó- e historia han tenido una secular repulsa hasta que Hegel los identificó, viendo en la historia la máxima y única sistematización posible, no es de maravillar que la historia bíblica, como economía de salvación, no tenga en la síntesis doctrinal de Orígenes el puesto que le corresponde dentro del pen– samiento cristiano. Ya es significativo que de los tres sen– tidos que admite en el texto bíblico, el ínfimo, propio de la gente sencilla, lo califique así: «sic enim appellamus com– munem istum et historialem intellectum» (De principiis, IV, 11; P.G., XI, 263). Sobre el sentido histórico y común está el espiritual. Esto no dice mucho a favor de la historia. Y sin embargo, su sentido cristiano y su respeto a la Escritura vencen estos obstáculos y formula una visión de la historia que en varios aspectos enriquece las pers– pectivas anteriores. Con todo, en un punto importante viene a ser un retroceso respecto de su antecesor Clemente: en no centrar la cultura profana dentro de la economía de la salvación, pues ve en ella tan sólo un excelente me– dio para exponer el mensaje bíblico. En carta al que más tarde será llamado San Gregorio Taumaturgo, le da este consejo: «Lo que los filósofos dicen de la geometría, mú– sica, gramática, retórica y astronomía respecto de la filo– sofía, lo debemos decir nosotros de la filosofía respecto del cristianismo» (P.G., XI, 67). De la filosofía se sirve, en efecto, para ilustrar el mensaje revelado. Casi siempre para aclararlo, pero también para distorsionarlo en más de una ocasión. Lo cual no justifica el que se le haya tachado de tener más de filósofo pagano 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística griega _________________ que de comentador bíblico. En torno a la historia, pese a asumir de la filosofía ambiental la palingenesía o apoca– tástasis universal, se le siente saturado del sentido bíblico. Este sentido bíblico le hizo ver el plan divino de salva– ción como una semilla de misterio, echada al surco de la historia para dar fruto en sazón. He aquí cómo comenta aquel pasaje de San Juan en que relata cómo Jesús invita a los apóstoles a mirar los campos que blanquean: Es en verdad semilla aquella raz6n del misterio, silencia– do desde los tiempos eternos y ahora dado a conocer por la revelaci6n, por las Escrituras proféticas y por la venida de nuestro Señor Jesucristo. Esta luz verdadera, irradiándo– se en torno, hizo que las mieses blanquearan en los campos. Según esta raz6n los campos en los que fue esparcida la se– milla fueron las Escrituras de la ley y los profetas, que no llegaron a blanquear por no tener la presencia y la llegada del Hijo de Dios. Llegaron a blanquear los que recibieron la enseñanza del Hijo de Dios [Commentarium in Evange– lium ]oannis, XIII; P.G., XIV, 482]. Según esto, Moisés y los profetas son los preanuncia– dores de la época mesiánica. Tanto los exalta Orígenes que parece menguar la novedad aportada por el Nuevo Testa– mento. Pero claramente responde a esta objeción ponien– do en relieve la obra de Jesús, a quien bíblicamente señala como plenitud de los tiempos. Así escribe en otro pasaje del mismo comentario a San Juan: En verdad, no tuvieron Moisés y los profetas una condi– ci6n inferior para no ver en un principio lo que los ap6sto– les vieron en el advenimiento de Cristo. Como que esperaban la plenitud de los tiempos -ÓJ<; m:piµevóvte<; ,o rctd¡proµa -rofí ;.::póvou- [1. cit.; P.G., XIV, 486]. Hasta este momento de su reflexión Orígenes comen– ta con entusiasta lucidez la economía de salvación, tal como la pensaban y vivían las mentes cristianas de los dos si– glos anteriores. Al ascender a la meta última es cuando Orígenes es más original. También hay que decir que más desorientado. Dos temas es preciso recordar aquí: su vi– sión de la Iglesia y su convencimiento sobre la restaura– ción universal -arcoKa't"ácnacnc; rcáv't"CúV-. En su concepción de la Iglesia, Orígenes tenía ante sí dos textos bíblicos, que mutuamente se completan, pero entre los cuales puede darse preferencia a uno o a otro. El primer texto, el del Apocalipsis, describe a la Iglesia en su doble momento de lucha en la tierra y de triunfo en el cielo. El otro de la Carta a los hebreos, que Orígenes tiene como perteneciente a San Pablo, contrapone el monte Sinaí, rodeado de fuego y turbión, a la Jerusalén celeste, ciudad del Dios vivo con miríades de ángeles y de electos del Se– ñor. Choca que Orígenes, habiendo escrito con ardor su Admonitio in exercitationem ad martyrium, él mismo hijo de un mártir, no haya comentado preferentemente las dos ciudades apocalípticas, la de la tierra en martirio y la del cielo en gloria, sino que reguste de la ciudad celeste, vien– do en la de la tierra una mera sombra tipológica de la futura. 33
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