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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS Lo juzgamos, por otra parte, un necesario precedente para llegar a formular una visión cristiana de la historia que, enraizada en la autorizada tradición patrística, nos ilumi– na hoy en nuestros inquietantes problemas. Clemente de Alejandría Para bien o para mal, según el diverso criterio de intelec– tuales o pietistas, con Clemente de Alejandría el pensar cristiano acusa una profunda inflexión. Intenta éste por primera vez dentro del cristianismo exponer y aclarar la verdad evangélica, utilizando la más alta sabiduría huma– na: la filosofía. Se sitúa en el polo opuesto de la actitud excluyente de Tertuliano. Pero enlaza con los dos máxi– mo apologistas del siglo anterior: San Justino y San Ire– neo. Del primero asume su concepción del Lagos iluminador, actuante en toda verdad adquirida por la men– te humana. Pero precisará y ampliará la acción benéfica del mismo. De San Ireneo hará suya la idea de éste sobre la economía divina de salvación en torno a Cristo, en quien se recapitula. Clemente contemplará igualmente a Cristo como centro de la historia de salvación y, al mismo tiem– po, en quien todo finaliza. Precisar los pasos sucesivos en que se va realizando esta economía divina es el gran tema que quiere exponer Cle– mente. De esta suerte -quizá sin pretenderlo- aclara el estrato más profundo de la marcha de la historia. Expon– gamos tema tan hondo con alguna detención. a) Plan divino unitario. Consiste esencialmente este plan de Dios en intentar realizar la historia salvífica en un proceso ascendente de la humanidad hacia Cristo, meta de perfección y en quien todo converge. Cuatro conceptos-clave utiliza Clemente para exponer este plan divino: oiKovoµía, av0pcorcóTr¡<;, rcm8aycoyía, Katpó<;. El lector advierte que nos hallamos en las raíces de la historia, cuyo engranaje, según Clemente, nos lo dan estos cuatro conceptos sobre los que debemos ahora reflexionar. l. OiKovoµía. La etimología de esta palabra alude al orden que debe haber en una casa. Desde este orden de vida sencilla los estoicos la elevaron a significar el gran– dioso orden cósmico. Clemente la hace ascender aún más cuando en Isaac, preparado para el sacrificio, contempla el tipo futuro de la economía de la salvación -oiKovoµía<; crco-r11píou- En el centro y en la meta de esta divina economía Cle– mente percibe a Cristo, que es Lagos iluminador y salva– dor. Dos funciones de Cristo plenamente entreveradas. En efecto, Clemente contempla a Cristo dentro del plan sal– vífico como Protréptico, como Pedagogo y como Dáscalo o Maestro. Estos títulos parecen corresponderse con sus tres obras principales. Al margen de esta corresponden– cia, algo discutida, es deber histórico avistar al Lagos en esta su triple función, tal como la describe Clemente. 30 Patrística griega _________________ Como Protréptico muestra primeramente el Lagos la ab– surda idolatría de las religiones paganas. Luego Clemente nos lo muestra como el gran citarista que hace cantar a todo el cosmos un himno de alabanza al Creador. En Sour– ces Chrétiennes (n. 2, p. 59) se hace notar que enseñanza tan bella no es mentada, ni siquiera de manera equivalen– te, en nuestros tratados de teología. Mayor motivo para aco– tar aquí este pasaje, en el que podemos leer un primer estrato profundo de la gran visión cristiana de la historia: Este descendiente de David y que existía antes de David, el Logos de Dios, habiendo menospreciado la lira y la cítara, instrumentos sin alma, reguló por el Espíritu Santo este mun– do, y especialmente este microcosmos que es el hombre, alma y cuerpo. El Logos se sirve de este instrumento de mil voces para magnificar a Dios y él mismo canta, haciendo acorde con este instrumento humano. Porque tú eres para mí una cítara, una flauta y un templo: cítara por tu armonía; flauta por tu aspiración, templo por tu razón, de suerte que vibras con la cítara, alientas con la flauta y eres templo en que ha– bita el Señor [El Protréptico, l; P.G., 8, 59]. Este texto nos dice que la historia ha comenzado sien– do un orden bello en el cielo que debe ser reproducido en la tierra. Éste, al menos, era el plan divino. Después que el Logos ha incitado a desechar la idola– tría y convertirse a la verdadera religión, toma el oficio de Pedagogo para dirigir a los que quieran vivir el Evange– lio. Mucho más tarde estará en nuestra consideración la pedagogía divina, utilizada dentro del plan de salvación. Baste ahora comentar la respuesta de Clemente a quienes veían en las palabras de San Pablo a los Gálatas (3, 24) una vinculación del pedagogo a lo infantil e imperfecto. En verdad tiene lugar aquí ese típico desplazamiento, no infrecuente en la historia de los vocablos. En este caso es ciertamente muy notable. En San Pablo el pedagogo, lle– va el niño al maestro, pero él no enseña. En Clemente, Cristo, el Logos, es el gran Pedagogo, el gran educador de las almas. ¿Cómo ha tenido lugar este cambio, mejor, este enriquecimiento de sentido? Un texto de Séneca nos hace ver esta inflexión. Se en– cara en sus Cartas a Lucilio con quienes establecen distin– ción entre sabio y pedagogo. Y escribe: «tamquam quidquam aliud sit sapiens quam generis humani paedago– gus» (Ad Lucilium, 89, 13). En verdad, si para Séneca, al sabio filósofo se le puede llamar «pedagogo del género hu– mano», con más motivo Clemente, más de un siglo des– pués, pudo dar este título al Logos iluminador, que es Cristo. Pero lo enmarca en un clima muy alejado de Sé– neca porque ocultó sus misterios a los sabios y los ense– ñó a los pequeños. Comenta Clemente dicho pasaje con estas delicadas frases: Nos llama niños el Pedagogo y Maestro -nmoayroyói; Kai oioácrKaAoi;- porque estamos mejor dispuestos para recibir la salvación que los sabios de este mundo, los cuales, creyéndose tales, son en verdad necios [El Pedagogo, I, 6; P.G., 8, 287]. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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