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____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS Consecuente con esta desestima de la razón, declara que la sabiduría cristiana nada tiene que ver con los filó– sofos, a los que denuncia como a «patriarcas de herejías» (De anima, 3; P.L., 2, 692). Frase de maléfico historial. Nace con ella dentro del cristianismo la desconfianza en la razón, a la que se han sentido inclinados preferentemen– te los «pietistas». Unos años después de Tertuliano, la hace suya Hipólito de Roma. En la Edad Media, San Bernar– do impugna a Abelardo por el uso que hacía de la razón. Y esta desconfianza se ha hecho sentir en las tensas frases de Pascal, con repercusión hasta nuestros días. En los primeros capítulos de su obra, De praescriptio– ne haereticorum, pone en evidencia su desestima filosófi– ca. Como buen jurista alega contra los herejes que los cristianos gozan del derecho de prescripción por heredar de los apóstoles su doctrina. Que es, por tanto, inútil que los herejes se encubran y adornen con las enseñanzas de los filósofos. De ellos y de sus errores da un elenco. Tam– bién menta a Aristóteles, al que pone este membrete: «mi– serum A ristotelem». Y comenta: muda de piel en sus sentencias, retractándose de todo, para no dejar nada por retractar. Al final de su alegato concluye: En verdad, ¿qué hay de común entre Atenas y Jerusalén, entre la Academia y la Iglesia, entre los herejes y los cristia– nos? Nuestra instrucción la recibimos del pórtico de Salo– món, el cual nos enseñó a buscar a Dios con simplicidad de corazón. Lo tengan en cuenta quienes exponen un cristia– nismo estoico, platónico o dialéctico. En pos de Cristo no necesitamos de curiosidad alguna; ni de investigación en pos del Evangelio [De praescriptione, 7; P.L., 2, 23]. Por fortuna los grandes pensadores del cristianismo se han desentendido de estas consignas medio escépticas de Tertuliano. Pero el impacto de las mismas ha dificultado el necesario espíritu de asimilación que ha debido culti– var siempre el pensamiento cristiano. Más que nunca al interpretar la historia. PATRÍSTICA GRIEGA Es común a Oriente y Occidente el estudio de los padres apostólicos y apologistas. Pero esta división geográfica se hace necesaria al abordar la gran patrística. La impone en primer término la diversidad de lenguas: griego o latín. A esta diversidad hay que añadir aspectos doctrinales muy característicos. Los iremos señalando aquí desde nuestra perspectiva actual: la visión cristiana de la historia. Los historiadores están de acuerdo en que la patrística llega a su cenit en el siglo IV. Pero la escuela cristiana de Alejandría, organizada en el siglo III, impone a la patrís– tica griega una horma que se hace sentir a lo largo de su gran historia. Esta horma está formada por la filosofía de la que asumen los conceptos más importantes con los que 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Patrística griega _________________ intentan aclarar el dato revelado. Pues bien, la doctrina filosófica prevalente en la escuela de Alejandría fue el pla– tonismo y neoplatonismo, sin negar otros influjos, sobre todo estoicos. Es ahora muy de notar que la adopción de este siste– ma filosófico del platonismo ha conllevado que la patrís– tica oriental no haya sintonizado con el gran tema de la historia sino de un modo muy parcial, aunque, no pocas veces, con intuiciones geniales. En nuestros varios estudios sobre el pensamiento de San AgustÍn, ensamblado con el platonismo que bebió al llegar a la madurez de su pensar, hemos subrayado es– tas dos notas de dicho sistema. Ambas opuestas al pensa– miento cristiano; y en concreto, al de San AgustÍn. Son el impersonalismo y el antihistoricismo. Nos interesa so– bremanera subrayar en este momento la segunda nota. La gran mentalidad griega ve en la historia dechados ejemplares. Es «magistra vitae» en lo tocante a la ética, como dice Cicerón. Pero no fue capaz de elevarse a una reflexión que pudiera llamarse filosofía de la historia. Dos motivos impidieron esta elevación. El primero, común al platonismo y al aristotelismo, fue su tendencia a valorar lo universal frente a lo singular. A este primer motivo hay que añadir en el platonismo su repulsa de lo sensible, al que niega que tenga en sí consistencia. De aquí que sólo lo eterno sea perennemente válido. Como la historia se inserta en lo singular y cae del lado de lo sensible, no pue– de tener valor auténtico por sí misma. Esta obvia consecuencia la hizo suya el filósofo judío Filón, considerado hoy como el inicio pujante del neo– platonismo, que florecerá dos siglos más tarde en su mis– ma ciudad de Alejandría. Como era muy reflexivo advirtió que su concepción neoplatónica colapsaba la historia sa– grada de su pueblo. Para superar este colapso creyó nece– sario y suficiente acudir a la interpretación alegórica de la misma. Aplicado el alegorismo a la vida de los grandes patriarcas bíblicos, hacía de ellos admirables ejemplares de lo que deben ser las relaciones de las almas con Dios. Aceptado el neoplatonismo por los padres griegos como mentalidad ambiental, les dejó sin base racional para una visión cristiana de la historia. Como entonces coau– naron su filosofía antihistoricista con la historia salutis, que describe la Biblia, es un problema tan importante como delicado. Por lo mismo, habrá que irlo analizando en cada caso con peculiar atención. Por desgracia, los his– toriadores de la Patrología, atraídos por la dogmática tri– nitaria y cristológica, han dejado algo marginado el tema de la historia, como lo lamenta el investigador español M. Berciano: «El estudio de la historia de la salvación en los padres de la Iglesia sigue siendo una laguna en la teo– logía» (Kairós. Tiempo humano e histórico salvífica en Cle– mente de Alejandría, Burgos, 1976, p. 30). No es esto aquí muy grave porque no se trata de hacer historia precisa y definida, sino de dar unos textos-clave, que pudieran en su día servir de puntos de partida para futuras investigaciones. Con estos textos proponemos hi– tos luminosos y orientadores sobre tema tan importante. 29

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