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_____ 1. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS hombre. La fundamentaci6n de ésta la dio San lreneo al contraponer a Eva, mujer que provoca la condena, con María, la llena de gracia que inicia la salvaci6n. Siglos más tarde San Bernardo hará eco a San Ireneo con su lapida– ria sentencia. «Ecce si vir cecidit perfeminam, iam non eri– gitur nisi per feminam» (Super missus est, II, BAC, n. 452, p. 616). Tertuliano Los historiadores de Tertuliano resaltan su apasionada des– mesura, que le llev6 a hacer suyo el rigorismo montanis– ta. Desde la visi6n cristiana de la historia, la distinci6n de las dos épocas de su vida tiene menor importancia. Es de notar, sin embargo, que de la teología escatol6gica de Montano hizo suya la creencia en la pr6xima parusía, a la que seguiría el feliz milenarismo de los resucitados en Cristo. Más peculiar de los montanistas foe el anuncio de la tercera edad del Espíritu Santo que dividiría a los hombres en espirituales y psíquicos o carnales. Esta tercera edad, que hará explosi6n en plena Edad Media, parece que no hall6 mucho eco y fue pronto olvidada. San Agus– tín la desconoce; buena prueba de que fue pronto desesti– mada. En otros puntos de la visión cristiana de la historia su influjo ha sido permanente hasta nuestros días, tanto en lo que tiene de positivo como de negativo. Valor pe– renne tienen algunas de sus imborrables sentencias, como estas cuatro que comentamos aquí: En el Apologeticum, cap. I, sale en defensa del cristia– nismo, alegando que tan sólo desea ser conocido. Como buen abogado resalta que no debe haber condena sin co– nocimiento de causa. De aquí que la verdad cristiana pida solamente esto: «Ne ignorata damnetur» (Apolog., I; P.L. , I, 308). En el capítulo 39 de la misma obra Tertuliano ponde– ra, cara a un mundo duro y cruel, la fraterna caridad de los cristianos, quienes depositan sus limosnas a favor de los más necesitados en lo que llama «deposita pietatis». Tan irradiante es esta piedad que hasta los mismos paganos la advierten y la admiran. Ante este hecho Tertuliano acu– ña una de sus felices sentencias y pone en labios de los gentiles esta expresi6n canonizadora de los cristianos: «Vide ut invicem se diligant» (Apolog., 39; P.E., 1, 534). H a sido gran desdicha para el cristianismo que el va– lor histórico de tan ejemplar atestado haya disminui– do por sus múltiples infracciones. Siempre hubiera de– bido ser en la historia fáctica del cristianismo su ley pnmana. En el capítulo final de este Apologeticum se dirige con justo coraje a los perseguidores para increparlos de que en vano refinan sus crueldades y reduplican sus asechan– zas. Alega esta parad6jica raz6n: «Semen est sanguis chris– tianorum»(Apolog., 50; P.L. , I, 630). Con una cuarta frase cerramos este breve elenco. Se halla también en el Apologeticum, comentada esta vez en 28 Padres apostólicos y apologistas ____________ una pequeña obra posterior. En el pasaje que enmarca a la misma, Tertuliano expone cómo la creación entera pro– clama la existencia de Dios. Pero de esta existencia hay un testimonio que es perennemente válido porque lo da naturalmente la misma alma con innata espontaneidad. Ante dicho testimonio Tertuliano exclama: «O testimo– nium animae naturaliter christianae» (Apolog., 17; P.L., I, 433). La pequeña obra que la comenta, como dijimos, lleva este tÍtulo: De testimonio animae. De ella tomamos este pasa¡e: Quiero evocar un nuevo testimonio, más conocido que cualquier otro literario; más penetrante que toda doctrina; más divulgado que cuanto se edita; superior a todo hombre, a todo lo que es humano. Alma, ponte en pie. Si eres algo divino y eterno, como piensan muchos filósofos, no puedes mentir. Si eres mortal, como piensa sólo Epicuro, no debes hacerlo... Me dirijo a ti, alma, no a la formada en escuelas, que hace uso de bibliotecas y se ejercita en las academias y pórticos, ostentando sabiduría, sino, más bien, a ti, que eres simple, ruda, iliterata e inculta... No te pido sino lo que traes al hombre cuando vienes a él y que has aprendido de ti mis– ma o aprendiste de cualquier otro. En cuanto puedo saber– lo, no eres cristiana, pues el cristiano no suele serlo de nacimiento, sino que viene a serlo. Y sin embargo, los cris– tianos piden tu testimonio: el de una extraña contra sus ad– versarios, para que se avergüencen de odiarnos y de reírnos a causa de aquella misma que se halla consciente en ellas [De testimonio animae, I; P.L., I, p. 683]. Enlaza aquí Tertuliano con San Pablo al hablar éste del testimonio natural de la conciencia, según ya expusi– mos. ¿De un modo consciente? No importa resolver ahora este problema literario. Lo importante es que Tertuliano mantenga el universalismo de la voz de la conciencia que propone San Pablo, a quien se había anticipado la «santa pagana» Andgona, al fundar su acción heroica en las le– yes eternas de los dioses. Mérito grande tiene Tertuliano por sus ideas valiosas para una visión cristiana de la historia. Otras, por el con– trario, más bien son un demérito. Ya anteriormente ano– tamos que asumi6 el escatologismo de Montano, hoy relegado al olvido, aunque tuviera su tiempo de influjo. Otras, por el contrario, mantienen su fuerza. Todavía se sigue citando como de Tertuliano este lema teol6gico: Cre– do quia absurdum. Cierto que no se halla en sus escritos. Pero la crítica se pregunta cómo ha sido posible que se le haya atribuido. Esta pregunta nos introduce de lleno en la relación de fe y razón, tal como las vio Tertuliano. En esta relación predomina claramente la desconfianza, según lo hace pa– tente este pasaje que ha dado pie al credo quia absurdum. Esto es lo que escribe en De carne Christi. Damos el texto original en su breve, clara y concisa sencillez: Natus est Dei Filius; non pudet, quia pudendum est, et mortuus est Dei Filius; prorsus credibile est, quia ineptum est; et sepultus, resurrexit; certum est, quia impossibile [De carne Christi, 5; P.L., 2, 806]. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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