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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS de los muertos y que el reino de Cristo se ha de establecer corporalmente en esta tierra nuestra; opini6n que tuvo, se– gún creo, Papías, por haber interpretado mal las explicacio– nes de los Ap6stoles y no haber visto el sentido de lo que ellos decían en símbolos paradigmáticos. Puede recordar el lector que, al iniciarse la segunda gue– rra mundial, uno de los jefes promeda a su pueblo «la paz para mil años». Sigue, pues, siendo actual la utopía mile– naria del obispo de Hierápolis, Papías. El Pastor de Hermas Saludamos esta obra como el primer escrito de la litera– tura cristiana con carácter de libro. Su destino ha sido muy vario. En el tiempo inmediato al mismo se le tuvo por inspirado. Pero poco a poco decae su estima, pues San Agustín ya no le tiene presente. En su contextura continúa la literatura profética y apo– calíptica. Pero con mucha autonomía y espontaneidad. Rehúye todo esquema fijo y estereotipado. Esto hace que su lectura sea muy atrayente. Para recordar que es flor de primavera cristiana. Sobre la historia no siente especial preocupación. Pero a lo largo de la obra se pueden constatar dos ideas impor– tantes: el universalismo cristiano y la colaboración en construir la Iglesia, cuyo fin no parece tardar, si bien no insiste en determinar el tiempo de la parusía que se anun– cia próxima. Leemos su universalismo en la bella alegoría del sauce que expone así el Pastor a Hermas: Mostr6me -dice Hermas-un gran sauce que cubría cam– pos y montes, y a cuyo abrigo se habían recogido todos los que son llamados por el nombre del Señor. Luego el Pastor explica a Hermas la alegoría del sauce: Este árbol grande, que cubre llanos y montes y aun toda la tierra, es la ley de Dios, dada al mundo entero. Mas esta ley es el Hijo de Dios, ya predicado en la extremidad de la tierra. Los pueblos que se ponen a su abrigo son los que han oído el kerigma y han creído en él [ed. D. Ruiz Bueno, BAC, n. 65, pp. 1.033-1.037]. Place sobremanera volver a encontrar aquí el atestado de San Pablo sobre la presencia de la ley natural en todos los hombres. Lo mismo que más tarde dijo San Francisco Javier a los inteligentes japoneses que le preguntaban por el destino de sus antepasados. La parusía se halla de transfondo en las cuatro visiones y en las diez comparaciones propuestas en la obra. El sím– bolo de la Iglesia como torre en construcción, propuesto en la visión tercera y repetido en la comparación novena, es el mejor pasaje en que Hermas refleja su visión de la historia. Acotamos un breve extracto: 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Padres apostólicos y apologistas ____________ La misma Iglesia, bajo la figura de una señora ancia– na, habla con Hermas: ¿No ves delante de ti una torre que se está construyendo sobre las aguas con brillantes sillares? Después, ella misma explica a Hermas la construcción, dándole a entender en un largo discurso el valor respecti– vo de las piedras. Del mismo acotamos tan sólo el pri– mer momento que da la tónica esencial a la exposición del gran símbolo de la torre: Escucha ahora acerca de las piedras que sostienen la cons– trucci6n. Las piedras cuadradas y blancas, que ajustan per– fectamente en sus junturas, representan los ap6stoles, los obispos, los presbíteros y los diáconos, que caminan en san– tidad divina, vigilando y sirviendo con pureza y virtud a los elegidos de Dios... Éstos estuvieron siempre acordes unos con otros, conservando la paz entre sí y escuchándose mutua– mente [ed. D. Ruiz Bueno, BAC, n. d5, pp. 950 y 954]. Cuantos han gustado la antigua liturgia de la «Dedica- tionis Ecclesiae», recordarán que tema primario de la mis– ma era contemplar a ésta, la Iglesia, como edificio en construcción, a golpes de martillo para encuadrar las pie– dras: «Scalpri salubris ictibus/ et tunsione plurima,/ fa– bri polita malleo/ hanc saxa mollem construunt... » (Hymnus ad vésperas). Seguro que todos ellos sentirán con– tento de leer en el venerable libro de El Pastor de Hermas una festiva simbología, que se anticipa al texto litúrgico. Hoy este contenido se siente aminorado por la intrusa idea de que hay que comenzar por destruir para hallar funda– mento sólido a la construcción. Especioso razonamien– to, muy conforme con la lucha dialéctica de la calle, pero poco acorde con el sentido cristiano de la construcción de la ciudad nueva evangélica. En esta faena constructora más vale servirse, como hizo San Francisco, de la paleta que construye que de la piqueta demoledora. Con esta breve reflexión nos despedimos de la prima– vera cristiana del primer siglo. De pocas y sencillas flo– res, pero con promesa de fruto. ¿Se consiguió éste? Lo iremos viendo a lo largo de este proceso histórico. Apologistas del siglo 11 El siglo II fue para la Iglesia un siglo de lucha. Con dolorido reproche Tertuliano hacía notar que de la obra de Nerón tan sólo quedaba vigente este decreto: Christia– nos esse non licet (Apolog., 11, 1). Continuaba, por tanto, la declaración de guerra de los poderes políticos al cristia– nismo. A esta lucha se unió otra no menos aparatosa, pero más maléfica y destructiva. Fue la lucha ideológica susci– tada por el gnosticismo y el maniqueísmo, etc., sistemas erróneos profundamente anticristianos. A su vez, hom– bres eminentes en letras, como Frontón, Luciano de Sa- 25

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