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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS Pero es que estar cerca de la espada es estar cerca de Dios y lo mismo en medio de las fieras. Sólo es de desear que sea en nombre de Jesucristo. Con tal de sufrir junto a él, todo lo aguanto con paciencia, pues me da fuerza él mismo que se hizo hombre perfecto -,oü ,Et..dou ó.v6pcímou yE– voµlvou-. Este genitivo absoluto ha debido ser siempre una pie– dra miliaria en la visión cristiana de la historia. Sobre 1~ realidad del amor cristiano -agápe-, como virtud primaria para San Ignacio, los comentarios abun– dan. Dentro de nuestra perspectiva señalamos dos aspec– tos importantes. El primero es habernos ofrecido una definición esencial de la Iglesia de Roma. R. Guardini la ha dado en nuestros días con estos dos vocablos: «ordo amoris». San Ignacio parece hacerlo con mejor visión históri– ca, al proclamarla: rcpoKa0nµtvn ,fíe; ayánnc; -la que preside la caridad-. ¿Puede enunciarse una mejor defini– ción de la Roma del cristianismo? Cuán otra la historia de éste si esta definición se hubiera traducido siempre en realidad histórica. (Sea esto dicho al margen de disputas secundarias que pueden leerse en Sources Chrétiennes, n. 10, p. 107.) Del segundo aspecto San Ignacio es tan sólo punto de partida y de una mala inteligencia. Pero es de tal significación que ha puesto en peligro uno de los mejo– res mensajes de la Buena Nueva: el del amor cristiano -agápe-. En su Carta a los romanos, repleto de un sacro amor a Cristo, escribe: ó tµoc; epcoc; ecnaúpco,m -mi amor está crucificado-. Los comentaristas de hoy están acor– des en que este éros es propio de San Ignacio, quien tanto quiere a Cristo que el fuego de su amor consume todo lo demás. Pero con la historia del tema en la mano el obis– po protestante sueco, Anders Nygren, Eros undAgape ( Gu– tersloh, 1954, pp. 300 y 454-456), denunció justamente la tergiversación enorme de Orígenes al identificar el éros ignaciano con el mismo Cristo en Cruz. Lo grave del caso fue que la opinión de Orígenes cunde y la asume con en– tusiasmo el pseudo-Dionisio, quien hace del amor-éros uno de los goznes de su perspectiva teológica hasta llegar a so– breponerlo al amor cristiano -agápe-. Y dice seguir en ello a los santos, es decir, a los grandes teólogos, sus pre– decesores. Esta tergiversación que tanto escándalo ha motivado entre los teólogos protestantes -lo he comentado aquí en Salamanca con teólogos luteranos de Finlandia- ha po– dido poner en peligro el genuino concepto del amor cris– tiano, dada la significación histórica del pseudo-Dionisia en la teología y en la mística. Pero el fondo del pensa– miento cristiano siempre mantuvo la primacía de la pura benevolencia de Dios, quien únicamente por su amor de liberalidad con total iniciativa vino en socorro del hom– bre. Esta es la tesis católica a lo largo de los siglos, como reiteradamente he escrito y he comentado de palabra. Sobre el pseudo-Dionisio me remito a lo que se dirá más tarde. 24 Padres apostólicos y apologistas ____________ Bien desearía que esta mala inteligencia de San Igna– cio contribuyera a una distinción neta entre el amor cris– tiano -agápe- y el amor platónico -éros-. Tan drástica es esta distinción en sus orígenes que, saturado el ambiente cultural del Nuevo Testamento, tanto en lo teórico como en la praxis por la irrupción del éros, no aparece en los libros del mismo, ni una sola vez, este vocablo y sus deri– vados: epcoc;, epáco, tpcrn,iíc;, tpcóµevoc;, etc. Gran lec– ción para quienes asumen con facilidad conceptos y praxis extrañas al cristianismo en la encarnación histórica que le es tan necesaria. Papías de Hierápolis Sobre este escritor del siglo I es doble la problemática: so– bre su persona y sobre el valor de su testimonio. Su per– sona ha estado aureolada por su vinculación con la era apostólica, según este testimonio de San lreneo que mu– cho lo veneraba: «Fue oyente o discípulo de Juan y com– pañero de Policarpo» (Adversus haereses, V, 33). Pero Eusebio de Cesarea le calificó de ser «un varón de medio– cre inteligencia» (Historia Eclesiástica, 3, 39). Que pecara de ser algo simple lo declara bien uno de los fragmentos en que pondera la felicidad del milenio que se inventó para los bienaventurados. Se halla este fragmento en San lre– neo (Adversus haereses, V, 33, 3-4, D. Ruiz Bueno, BAC, 65, p. 871): Vendrán días en que nacerán viñas que tendrán cada una mil cepas, y en cada cepa diez mil sarmientos, y en cada sar– miento diez mil ramas, y en cada rama diez mil racimos... Nace con este fragmento una literatura de la exagera– ción que ha perdurado en contacto con el pueblo. En el período barroco se cultivó con insistencia. Sin beneficiar en nada al pensamiento cristiano, ha sido fácil fuente de incontables objeciones contra el mismo. De sus escritos sólo se conservan fragmentos. En ellos la crítica ha hallado testimonios valiosos, como el refe– rente a los dos primeros evangelistas, Marcos y Mateo, jun– to con narraciones con visos de fábula, como el relato sobre el infeliz Judas. En la interpretación de la historia ha dejado huella con su teoría del milenarismo, ya mentado. Pensaba que des– pués de la resurrección de los muertos vendría el reinado de Cristo durante mil años, en el que los bienaventurados gozarían de paz y dicha en la tierra. Lo fundó en una fal– sa interpretación del simbolismo apocalíptico de los mil años. Pero tuvo fortuna. De modo inmediato le siguen San lreneo, San Justino, Lactancia, etc. Damos un texto de Eusebio (Historia Eclesiástica, III, 39, que recopila D. Ruiz Bueno, BAC, 65, p. 876): Entre estas fábulas hay que contar no sé qué milenario de años que dice que ha de venir después de la resurrección SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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