BCCCAP00000000000000000000453
VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS trística. Es que los escritores de este siglo dan la pauta, en Oriente sobre todo, para la visión cristiana de la histo– ria. Clemente de Alejandría y Orígenes son mentores de una dirección doctrinaria que, muy criticada en algunos aspectos, persiste en los grandes padres del Oriente. Algo paralelo ocurre en Occidente, aunque en menor escala con San Cipriano, San Hipólito y Lactancia. PADRES APOSTÓLICOS Y APOLOGISTAS DEL SIGLO 11 El tÍtulo mismo de la sección pide dos apartados: 1) los padres apostólicos de fin ales del siglo I y principios del II; 2) los apologistas del II con entrada en el III. No es mera diferencia de tiempo. Es contemplar el pensamiento cris– tiano replegado en vida Íntima y que regusta del mensaje evangélico. O es verle en sus primeras luchas contra los poderes humanos que lo persiguen. Es la diferencia entre San Ig– nacio, el apasionado amador de Cristo, y San Justino, el primer filósofo cristiano, que se enfrenta doctrinalmente con los emperadores y con los errores contrarios al cris– tianismo. Padres apostólicos La lectura de los escritos sencillos de estos padres causa al espíritu un gozo paralelo al que se siente en campo de primavera. Primavera de la Iglesia son en verdad. Pero si recordamos el bíblico río caudaloso, embalsado sobre todo por San Pablo y el Apocalipsis, tenemos que reconocer que aquí nos hallamos con pequeños arroyuelos. Cuatro de ellos, por ser los más destacados desde nuestra pers– pectiva, presentamos aquí. «La didaché» Veneración merece esta pequeña obra, primogénita de la literatura no canónica. Se escribe a fines del primer siglo, probablemente antes del último evangelio. Sólo por este motivo ya conquista nuestras simpatías. Sobre el con– tenido de la misma nos remitimos a este juicio ponde– rado de su editor español, D. Ruiz Bueno: «Fuera de lo arcaico de algunas expresiones, ¿habrá nada que haga sospechar al cristiano del siglo XX que se le recita un pedazo de catecismo del siglo I y no uno de sus devo– cionarios?» (Padres apostólicos, BAC, 1979, 4~ ed., n. 65, p. 51). 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Padres apostólicos y apologistas ____________ Por lo que a la historia se refiere, cierra sus sencillas instrucciones con el tema escatológico, centrado en la vuel– ta del Señor: la parusía. Ésta no es anunciada como inmi– nente. Más bien se subraya la incerteza de la hora, para incitar a la vigilancia. Damos los momentos esenciales de este pasaje, n. XVI (ed. citada de D. Ruiz Bueno, pp. 92-94): Vigilad sobre vuestra vida: no se apaguen vuestras lámparas, ni vuestros lomos se desciñan, más bien estad preparados. No sabéis en verdad la hora en que el Señor ha de venir... En los últimos días los corruptores se multiplicarán; las ove– jas se trocarán en lobos y el amor cristiano -agápe- cambiará en odio... Entonces para la creación de los hombres vendrá el incendio de la prueba, y muchos se escandalizarán y perecerán. Pero los que permanecieren en la fe serán salvos por el que fue anatema– tizado. Y entonces se mostrarán los signos de la verdad. En pri– mer término el despliegue del cielo; después el signo de la voz de la trompeta; y en tercer lugar, la resurrección de los muer– tos... Entonces el mundo verá al Señor que viene sobre las nu– bes del cielo. San Ignacio de Antioquía Emociona este santo viejo, quien, en su viaje martirial de Antioquía a Roma, escribe a los cristianos de esta ciudad que le permitan, como trigo de Dios, ser triturado por los dientes de los leones, para venir a ser pan puro de Cristo. La historia, como objeto de reflexión, la deja de mano en sus amonestaciones, vibrantes de amor a Cristo y a su Iglesia. Pero dos de sus temas preferidos queremos poner en relieve: la verdad de la carne de Cristo y la realidad histórica del amor cristiano. Ambos afectan a las raíces de la historia cristiana. La verdad de la carne de Cristo la defendió San Igna– cio con gesto firme contra los docetas. Pensaban éstos ser indigno de Dios que tomara carne terrena. De esta pre– misa deducían que el cuerpo de Cristo fue meramente apa– rente en su realidad humana y en su obra salvadora. No nació, padeció, murió o resucitó. Tan sólo lo hizo de ma– nera que pudiera ser tenido como algo real. Este escándalo, para ciertos espiritualistas, del Verbo en carne, viene retoñando a lo largo de la historia, vivida por los cristianos. El problema llega hasta nuestros días con el nombre «incamacionismo». Por este motivo damos relieve a esta primera manifestación antiincarnacionista, impugnada por San Ignacio. Lo hace, sobre todo, en su Carta a los esmirniotas. De ella tomamos este extracto (ed. citada de D. Ruiz Bueno, pp. 489-491): 23 El Señor sufrió por nosotros a fin de que seamos salvos; y sufrió verdaderamente, así como se resucitó a sí mismo, no sólo en apariencia, como dicen algunos incrédulos... Por– que si sólo en apariencia hizo todo esto el Señor, también yo estoy encadenado en apariencia. ¿Por qué entonces me he entregado yo a la muerte, al fuego, a la espada, a las fieras?
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz