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_____ L VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS fase del gran símbolo, el Drag6n se dispone a devorar el fruto de la Mujer, ya en su mismo nacimiento. Al fracasar en este su primer intento, el texto sacro nos in– forma de la tercera fase del símbolo, al decirnos que el Dra– g6n fue a hacer la guerra a quienes eran fieles al testimonio de Jesús. Se podrá discutir si San Juan, al presentar tan aparato– samente las primeras luchas de la Iglesia con los grandes poderes, pensaba en Ner6n, en Domiciano o, en general, en los perseguidores de la Iglesia. Pero su intento prima– rio es claro: con su bullente simbología quiere prevenir al cristiano para que esté pronto a morir en fidelidad a su Dios, a su Cristo y a su Iglesia. El segundo símbolo, el de la gran ramera, tiene poco de excelso, pero muy impresionante en su abyecci6n. Ante el mismo hay que prevenir contra la interpretación muy en uso de ver en ella el símbolo encarnado de la inconti– nencia sexual. Más bien parece simbolizar la idolatría, que es, bíblicamente, una radical infidelidad a Dios, por lo que recibe reiteradamente en los profetas los apelativos de «for– nicación» y «adulterio». Aquí se la describe montada so– bre una bestia de color escarlata, la cual pone a su servicio los reyes de la tierra. Rodeada de este poder, el vidente la percibe así en su saña persecutoria: Y vi a la mujer embriagarse con la sangre de los santos y con la sangre de los testigos de Jesús [Ap 17, 6]. En esta ocasión San Juan precisa el símbolo y declara que la mujer es llevada por una bestia que tiene siete ca– bezas, las cuales son las siete colinas sobre las cuales la mujer está asentada. Todavía hoy sigue siendo Roma la ciudad de las siete colinas. Roma era, pues, la gran rame– ra, perseguidora de la Iglesia. Pero su fracaso nos lo hace sentir San Juan con este atestado: Harán la guerra al Cordero, y el Cordero resultará vence– dor, porque es Señor de los Señores y Rey de Reyes. Y tam– bién están con él, los llamados, elegidos y fieles [Ap 17, 14]. Este triunfo del Cordero se magnifica y esclarece en los capítulos últimos del Apocalipsis con otro símbolo, tÍpicamente bíblico: el de las bodas del Cordero con la esposa que se ha conquistado para sí. Precede a la descripción de este nuevo símbolo la jus– ticiera notificación de la sentencia dictada contra la gran ramera. A esta justa sentencia sigue el canto gozoso de la muchedumbre que festeja el gran triunfo. Al final del mis– mo San Juan evoca el simbolismo de las bodas con las mis– mas palabras que el ángel revelador le comunica, al de– cirle: Escribe: ¡Bienaventurados los que están invitados a las bo– das del Cordero! [Ap 19, 9]. Después de esto al profeta bíblico no le resta más que mostrarnos a la nueva ciudad de Jerusalén, morada feliz de los elegidos. En estos términos entusiastas lo hace: 20 Nuevo Testamento _________________ Y vi bajar del cielo, de junto a Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, preparada como una novia que s; adorna para su esposo. Y oí una voz potente que decía: «Esta es la tienda de Dios con los hombres... El enjugará toda lágrima de sus ojos y no habrá más muerte...». El que estaba sentado en el trono dijo: «He aquí que hago con todas las cosas una nueva creación... Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin ... El vencedor recibirá todo esto en herencia; yo seré su Dios y él será para mí un hijo» [Ap 21, 2-7]. En un segundo momento uno de los ángeles de la re– velación invita a Juan a subir en espíritu a una montaña grande y alta desde la cual contempla la ciudad santa de los elegidos, toda ella resplandeciente, inundada por la glo– ria de Dios. «Y no vi -testifica el vidente- templo algu– no en la ciudad: el Señor, el Dios Todopoderoso, con el Cordero es su templo... Las naciones caminan a su luz y los reyes de la tierra le traen su gloria» [Ap 21, 22-25]. Esta apocalíptica marcha triunfal concluye evocando una vez más el centro de referencia de toda esta liturgia cósmica: Dios y el Cordero. Con estas palabras lo dice San Juan: El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y sus siervos le adorarán. Ellos verán su rostro y su nombre estará sobre sus frentes. No habrá ya noche en ella, y no tienen necesidad de la luz de una antorcha ni de la luz del sol, por– que el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos [Ap 22, 3-5). Este «por los siglos de los siglos» es el único final dig– no de la gran fiesta del reino escatológico de la Iglesia, transformada en nueva Jerusalén celeste. En la historia de aquí abajo sufre y pena. Pero en su caminar tiene por meta la eternidad feliz ante el trono de Dios y del Cordero. Cuarto momento: Aspectos accesorios del Apocalipsis que han incidido notablemente en interpretaciones cristianas de la historia. Con lo dicho anteriormente debiera concluir la exposición de los datos del Apocalipsis. Son los esen– ciales. Y deben ser ellos piedras miliarias en la visión cris– tiana de la historia. Pero el historiador se ve forzado a constatar, a pesar suyo, cómo aspectos accesorios del li– bro han venido a tener enorme repercusión hasta nues– tros días. Baste alegar que hoy los americanistas cuestionan vivamente el influjo que tuvo el milenarismo apocalíptico en la organización de las cristiandades del Nuevo Mun– do. Nos vemos forzados, por ello, a exponer estos puntos secundarios del Apocalipsis, de gran influjo hist6rico, y también alguna de las interpretaciones falsas a puntos esen– ciales. 1) La gran ramera apocalíptica, identificada con la Roma papal. Apena tener que aludir a este tema, desfasado en sí y hoy muy antiecuménico. Ya en público no se le menta. Pero tuvo una ingente significación en las luchas de las sectas contra la Iglesia a finales de la Edad Media y co- SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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