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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS En el cap. 7 Juan describe esta otra visión. Ya no es sólo el Padre Eterno quien la preside desde su tro– no. A su lado está el Cordero Inmolado. Y ante ellos una multitud inmensa, incontable, que venía de toda nación, tribu, pueblo o lengua. Clamaban con voz po– tente: La salud pertenece a nuestro Dios, sentado sobre el tro– no, y al Cordero [Ap 7, 10]. Al mismo tiempo los ángeles que rodeaban el trono, los ancianos y los cuatro animales se posternan ante Dios, diciendo: Amén. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder, la fuerza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén [Ap 7, 12). Cierran esta grandiosa visión apocalíptica las palabras de uno de los ancianos, con las que da razón de dónde viene tanto gentío al profeta que lo ignora: Vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestidu– ras, las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y noche y día le sirven en su templo. Y el que está sentado sobre el trono extenderá su tienda encima de ellos. Ya no conocerán más el hambre ni la sed, y el calor abrasador del sol no caerá nunca sobre ellos; porque el Cordero que está en medio del trono será su pastor y los conducirá hacia las fuentes de agua viva. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos [Ap 7, 14-17). Qué gran pasaje para hondamente regustar el univer- salismo cristiano. Toda la humanidad incorporada a Cris– to. Limpia y purificada en la sangre del Cordero, eleva ante el trono de Dios un cántico eterno de alabanza. Que es, al mismo tiempo, su dicha suprema. Concluye San Juan esta primera parte de su Apocalip– sis, antes de darnos a conocer las pruebas y luchas a que se verá sometida la Iglesia, con esta impresionante descrip– ción. Toca el séptimo ángel su trompeta y se oye enton– ces en el cielo un coro potente que cantaba: Se ha realizado el dominio sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos [Ap 11, 15]. A este potente coro sigue el gesto de los 24 ancianos, quienes adoran a Dios, rostro a tierra, y diciendo: Te damos gracias, Señor Dios, Todopoderoso, que eres y que eras, porque has cobrado tu gran poder, y has estableci– do tu reino [Ap 11, 17]. Grandioso y patético final. ¿Para qué más apocalipsis? Faltaba, con todo, hacer saber lo referente a las pruebas de la Iglesia, antes de llegar a las bodas del Cordero y can– tar con Él al Padre Celestial. Veamos, pues, las pruebas de la Iglesia en un tercer momento. 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Nuevo Testamento _________________ Tercer momento: La Iglesia en sus luchas y en su victoria final. Si todo el Apocalipsis es una secuencia de símbo– los, esta simbología adquiere máximo esplendor en la se– gunda parte, que describe las luchas de la Iglesia en su historia terrena hasta encumbrarse al cielo. Dos símbolos máximos, a los que hacen referencia multitud de otros me– nores, ponen ante los ojos las grandes potencias del mal en pugna contra el reino histórico de Cristo que es la Igle– sia: el gran Dragón frente a la Mujer; la gran ramera que hace guerra al Cordero y se embriaga con la sangre de los santos. El primer símbolo lo describe el Apocalipsis en un fragmento de los más esplendentes de la Biblia y aun de toda la literatura mundial. He aquí su momento de en– trada: Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de estrellas; está encinta y grita, presa de los dolores del par– to. Apareció en el cielo otra señal: era un gran Dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y en la cabeza siete diademas. A esta presentación de personajes se nos hace conocer la lucha del Dragón contra la Mujer: El Dragón se situó frente a la Mujer que iba a dar a luz para devorar a su hijo en cuanto naciera. Ella dio a luz a un hijo varón, que gobernará a todos los pueblos con vara de hierro... La Mujer huyó al desierto donde tiene un refugio preparado por Dios... [Ap 12, 1-6]. Esta lucha, que tiene tanto que ver con las enemista– des que puso Dios entre la serpiente y la mujer, según el relato del Génesis, 3, 15, tiene un paralelo en la batalla celeste, cuando Miguel y los ángeles buenos luchan con el Dragón y los ángeles malos. Hasta que el Dragón fue arrojado a la tierra con sus secuaces. En su fracaso de po– der compensarse, dañando a la Mujer, el texto sacro nos dice: El Dragón se encolerizó contra la Mujer y marchó a lle– var la guerra contra el resto de su descendencia, contra to– dos los que guardan los mandamientos de Dios y conservan el testimonio de Jesús [Ap 12, 17]. Como de toda descripción simbólica son posibles di– versas interpretaciones de este magnífico símbolo expuesto en el cap. 12 del Apocalipsis. El núcleo principal del mis– mo parece, con todo, muy claro en las tres frases que po– demos distinguir en él. La primera presenta el díptico simbólico de la Mujer y del Dragón. Manifiestamente, la Mujer representa en un primer plano a la Iglesia, pues de su historia se trata. Ello no quita que María Virgen se ha– lle de trasfondo en este cuadro deslumbrador, como la li– turgia y el arte nos lo han hecho patente. Gustamos hacer esta observación porque nos parece que es hora de que María, la Madre del Rey y Señor de la historia, entre más de lleno en una visión cristiana de la misma. En la segunda 19
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