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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS El Apocalipsis de San Juan Ningún libro de la Biblia ha tenido influjo más ostensi– ble en las interpretaciones cristianas de la historia que el del Apocalipsis. Y sin embargo, una confrontación de es– tas interpretaciones con el famoso libro hace ver que han sido sus elementos secundarios lo que más se han comen– tado y suscitado polémica, mientras que los esenciales del mismo se han tenido menos en cuenta. Para quienes pen– samos que la visión cristiana de la historia no ha llegado a plena madurez, interesa sobremanera distinguir en esta obra genial los elementos esenciales. Y frente a ellos, los que son secundarios. Para mejor percibirlos, distinguimos cuatro momentos en el Apocalipsis, visto como un pre– ludio de lo que debe llegar a ser una visión cristiana de la historia. Impresionan hasta el pasmo las pavorosas realidades terrenas descritas por el Apocalipsis. Pero adviértase que siempre son vistas desde arriba, no desde su mera realiza– ción fáctica en la historia. Esta perspectiva, tan honda y tan sencilla, pone de relieve los tres momentos esenciales de la compleja apocalíptica. En el primer momento se con– templa al Padre Eterno, Anciano de días, a cuyos pies viene la creación entera a rendirle homenaje. En el segundo mo– mento se ve a Jesús, el Cordero inmolado, que arrastra en pos de sí a todos los redimidos con su sangre, para lle– varlos ante el trono del Eterno. En el tercer momento se describe la lucha que a la Iglesia, teñida con la sangre del Cordero, le declaran las fuerzas del abismo, que son las fuerzas del mal, las cuales, pese a sus triunfos parciales, son definitivamente aniquiladas, para tener que dejar paso a los nuevos cielos y nueva tierra, que es la Iglesia ya triun– fante por los siglos de los siglos. A estos tres momentos, esencia del Apocalipsis joánico, sigue un cuarto momen– to de temas intrascendentes, pero que han suscitado a lo largo de los siglos máxima curiosidad y han tenido con– secuencias históricas muy importantes. De los cuatro mo– mentos es menester dar una aclaración: Primer momento: El mundo a los pies del Padre en canto de alabanza. Al recordar la lucha que estableció Dios en– tre la mujer y la serpiente, los exégetas advierten que el cap. 12 del Apocalipsis tiene contacto con el cap. 3 del Génesis. Todavía es más patente en el mismo, aunque más difusa, la presencia del cap. 1, en el que se describe la obra de Dios, saliendo de sus manos. Esta obra la muestra el Apocalipsis en su retorno a Dios. Juan se complace en señalar como centro de este re– torno al Padre. A las Iglesias de Asia les desea gracia y paz, de parte del Padre, a quien da estos títulos: «el que es, el que era, el que viene» (Ap 1, 4). Breve espacio des– pués pone en labios del Padre esta declaración: «Yo soy el alfa y la omega. El que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso» (Ap 1, 8). Esta percepción sintética de Dios como principio y fin de todo, como centro en torno al cual todo converge, 18 Nuevo Testamento _________________ se torna apoteósico homenaje a Dios Padre en la primera visión que Juan tiene en la tierra, cuando ante él se abren los cielos. Lo que vio, mil veces lo han recordado incon– tables monumentos del románico, especialmente en el tím– pano de las catedrales, al presentarnos al Anciano de días, sentado en su trono, rodeado por los 24 ancianos y por el tetramorfo de las cuatro bestias. Éstas, sin reposo día y noche, cantaban ininterrumpidamente: Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que fue, el que es, el que viene [Ap 4, 8]. Esta primera escena la completan los ancianos, quie– nes dan una réplica al gesto latréutico de los animales, ado– rando al que vive por los siglos de los siglos, diciendo: Tú eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú eres quien ha creado todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas [Ap 4, 11]. En esta aparición del cielo Juan ha visto postrado ante Dios el mundo creado junto con el espiritual de la Igle– sia. Nos hace entrever las excelsas funciones de la liturgia del cielo. Se ha hecho notar que son eco de esta liturgia celeste nuestros himnos eclesiales: el «Santo, Santo, San– to» de la misa; el cántico de los jóvenes en el horno; el canto del Hermano Sol de San Francisco. Como tesis hay que afirmar que este espíritu latréuti– co, por el que la creación entera se trueca en himno al Padre Celeste, es el punto de referencia y de convergencia de todo el Apocalipsis. Cierto que este libro nos hará asis– tir a otros actos litúrgicos celestiales con aparatosa gran– diosidad, al aparecer entre la multitud de gentes y naciones el Cordero degollado, pero vencedor, que con su sangre a todos ha redimido. Pero esta primera visión señala la meta última y definitiva: Dios Padre. La maravillosa ac– tuación del Cordero consistirá en arrastrarlo todo hacia Él, en un empuje histórico que se inicia ya con plenitud en los días apocalípticos de Juan y han de llegar hasta el día último de la historia. Pero de esta eficaz actuación del Cordero se habla en el momento siguiente. Segundo momento: La acción purificadora y aunadora de la sangre del Cordero. Ya al iniciar San Juan el libro de sus revelaciones, después de declarar al Padre, princi– pio y fin de todas las cosas, evoca a Jesucristo: Al testigo fiel, Primogénito de los muertos y Soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha librado de nues– tros pecados por su sangre, al que ha hecho de nosotros un rei– no, unos sacerdotes para su Dios y Padre; a El sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén [Ap 4, 5-6]. Resume este texto cuanto se puede decir sobre este se– gundo momento. Pero no podemos dejar de ponernos de– lante de las más grandiosas visiones apocalípticas, en las que aparece el Cordero Inmolado, llevando en pos de sí a la humanidad reconciliada para que cante al Padre. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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