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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS en la Epístola a los Efesios. Dos capítulos, 2 y 3, dedica a tan importante tema. Primeramente recuerda a los cristianos de Éfeso que fueron todos «hijos de la ira». Pero han sido salvados por la bondad de Dios en Cristo Jesús. Los contrapone en inferioridad con Israel por no haber tenido circunci– sión, ni un Mesías ante sí, por ser ajenos al testamento de las promesas, sin esperanza alguna y sin Dios en este mundo. Pero les dice que «los que estabais lejos, os ha– lláis cerca por la sangre de Cristo Jesús, que es nuestra paz. Éste hizo de los dos pueblos uno, aboliendo en su carne la pared que los separaba junto con las enemistades... y así con los dos, un nuevo hombre, estableciendo la paz» (Ef 2, 13-15). Podía quedar satisfecho San Pablo con esta proclama– ción unitaria de judíos y gentiles. Pero en el capítulo si– guiente formula una de sus reflexiones teológicas más profundas, al afirmar que la llamada de los gentiles a su incorporación a Cristo fue un misterio escondido a lo lar– go de los siglos, pero revelado ahora a los apóstoles y pro– fetas. He aquí cómo sintetiza este misterio: «Que los gentiles son coherederos, miembros de un mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Cristo Jesús» (Ef 3,6). Para expresar el nú– cleo de esta doctrina el texto griego, con enorme fuerza sintética, se sirve de tres adjetivos derivados de herencia, cuerpo y participación. A ellos se les prepone la partícula tan querida de San Pablo cmv. Con ella forman estos tres pregnantes adjetivos: crtJVKAllPOVÓµa-crúvcr(J)µa-cruvµt– 'toxa. ¿Se puede expresar de mejor manera la vital comu– nión de pueblos? Ante estos tres adjetivos lo único que hay que'lamentar es que la historia haya sido tantas veces contraria a los mismos. b) Universalismo de griegos y bárbaros. Es reiterativo San Pablo en proclamar este universalismo. Baste ahora alegar un pasaje de la más alta significación. Se halla en el preámbulo de su Epístola a los Romanos. Consciente de que se dirige a los que viven en la ciudad de Roma, que detenta el poder del mundo y que poder significa su mismo nombre, no tiene reparo en declarar que su Evan– gelio es «fuerza de Dios -Mvaµi<; yap 0wí3- para todo creyente» (Rom 1, 16). Por su parte, él, que se cree un mero servidor del Evangelio, declara que se siente deudor, «tanto de los griegos como de los bárbaros». Esta decisión progra– mática de su apostolado es el conciso atestado de un uni– versalismo en el que nadie tendrá preferencia. San Pablo va a dirigirse lo mismo a los griegos cultos que a los bár– baros sin cultura. Todos están llamados a vivir bajo este trilema: « Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4, 5). c) Universalismo de libres y esclavos. Otra proclama que nos interesa sobremanera recoger, emite San Pablo en su Epístola a los Gálatas 3, 28: «Cuantos habéis sido bautizados en Cristo Jesús, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío o griego, siervo o libre, hombre o mu– jer, pues todos sois uno (partícula masculina) en Cristo Jesús». Como comentario a esta declaración de igualdad en 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Nuevo Testamento ________________ Cristo entre el libre y el esclavo, viene a la mente la deli– cada carta que San Pablo escribió a su amigo Filemón. Intercede en ella a favor del esclavo huido, Onésimo. Éste llevaba la señal de pertenencia. Y la ley romana era muy severa con el esclavo que se hallaba en situación de pró– fugo. Pero San Pablo tiene piedad de él. La carta que es– cribe a su favor transpira un aura de delicada benevolencia. Recogemos algunos momentos de la misma. Como punto de partida, al interceder Pablo por Oné– simo, dice a Filemón: «En caridad quiero suplicarte yo, Pablo anciano y ahora en la cárcel por Cristo, a favor de mi hijo Onésimo, a quien he engendrado en mis prisio– nes». Anótese bien que habla de su hijo -m:pi 'tOlÍ tµoí3 'ttKvou-. ¿Podía darle un título más entrañable? La res– puesta la da el mismo San Pablo, al decir que Onésimo es algo de su propia entraña -'toí3i-' fonv -.a tµa crrcAayxva-. No lo quiere, sin embargo, retener a su lado, aunque se siente con algún derecho. Se lo devuelve a File– món, pero le pide que lo reciba, no como esclavo, sino, más que como esclavo: como hermano querido -acSdcpov U"{UTCTJ'tÓV-. Se dice, a veces, en círculos de alta cultura que el cris– tianismo apenas ha contribuido a la lucha contra la escla– vitud. Ante lo que hemos leído -y que ya hemos comentado- en la máxima inteligencia de la antigüedad, Aristóteles, el cual, en su Política, lib. 1, declara ser el es– clavo un instrumento con alma -opyavov i::µ,¡rnxov-y también una cosa con vida -Ki-fíµa n i::µ\j/uxov-, si lo comparamos ahora con los entrañables términos de la carta a Filemón, es para decir que no quieren leer quie– nes afirman el nulo influjo del cristianismo frente a la es– clavitud. En una emocionante dirección contraria confirma la actitud de San Pablo en la carta que hemos comenta– do el ejemplo de la esclava Blandina. Pese a ser frágil y delicada, cuando enfurece la persecución de los cristianos en la Iglesia de Lyon, 177-178, anima a todos con su heroica constancia en los tormentos y con sus palabras de aliento y de consuelo. Una igualdad sacral aunaba sin duda a todos los fieles de la Iglesia de Lyon: libres y esclavos. Y una esclava pudo ser modelo ejemplar para todos. Nada de admirar por lo mismo, que los derechos pri– marios de la persona, derecho a la vida y derecho a for– mar una familia, fueran defendidos siempre por la Iglesia a favor de los esclavos contra una ley y una praxis invete– radas. ¿Por qué, sin embargo, se llegó tan tarde a la aboli– ción total de la esclavitud? Una vez más la fidelidad al mensaje evangélico falló parcialmente durante siglos. Pero parece haber llegado la hora de deducir las últimas conse– cuencias de las entrañables palabras de San Pablo, al llamar a un esclavo huido «hijo suyo». Y pedirle a su ami– go Filemón que lo reciba como «hermano carísimo». En todo caso, el universalismo paulino de libres y escla– vos es un hito más, pero muy preclaro, de su universalis– mo total. 17

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