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_____ l. VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA EN SUS TEXTOS se espejismos a causa de que las terminologías son afines. En verdad, la visión de la historia de Hegel se halla satu– rada de conceptos cristianos, hasta hacer de la Trinidad uno de los goznes de la misma. No es, sin embargo, un San Juan a la altura del hombre moderno. Tercer aserto: «La luz brilla en la tiniebla, pero la tinie– bla no la aceptó» (Jn 1, 5). En tan breve aserto se halla in nuce la más importante visión de la historia que hasta ahora se ha formulado. Nos referimos a la interpretación de la misma como lucha de dos ciudades a lo largo de los siglos: la ciudad del bien fren– te a la ciudad del mal. San Agustín elevó esta concepción a tal madurez que, pese a sus muchas pero parciales defi– ciencias, no ha sido todavía superada. Al margen de las referencias a San Juan, más o menos explícitas, es innegable que el tema de la lucha entre la luz y las tinieblas, central en las páginas de su evangelio, han creado un clima de diferenciación entre las dos ciuda– des que atraviesa los siglos y llega hasta nuestros días. En este clima se ha introducido más de una idea poco cristia– na. Parece que ha llegado la hora de una visión cristiana plenamente madura. Buen punto de apoyo tenemos en San Juan al mostrarnos al Verbo, inserto en la historia, en lucha perenne entre la luz y la tiniebla. Hechos de los Apóstoles Entre otros muchos, tres hechos, relatados en este libro, deben recordarse en una visión cristiana de la historia. El primer Pentecostés, en el que inicia la Iglesia su his– tórica andadura, ha sido considerado siempre como un hecho paradigmático del universalismo cristiano. Las re– ferencias a este hecho han sido una constante histórica. Como hoy la cultura tiende a hacerse universalista por la rapidez mundial de las comunicaciones, el universalis– mo del día de Pentecostés se está haciendo cada día más efectivo, pese a los particularimos que tiene que superar. El segundo hecho que debe mentarse lo recuerda la li– turgia actual en una de sus oraciones: «Oh, Dios, que re– velaste a Pedro tu plan de salvar a todas las naciones... » (Liturgia de las Horas, 1981, III, p.642). Es clara la alusión a la entrada en la Iglesia del centurión romano Cornelio y su familia. El capÍtulo 10 de Hechos... está dedicado a narrar minuciosamente esta entrada. Muy de notar la re– pulsa de Pedro a comer de todo manjar y la respuesta que se le dio: «Lo que Dios ha purificado, tú no lo declares cosa vulgar». Ante las indicaciones que recibe de lo alto, Pedro habla de esta manera al disponerse a cristianizar a Cornelio y los suyos: «En verdad he llegado a compren– der que Dios no es aceptador de personas, pues el que tema a Dios y obre en justicia, de cualquier gente que sea, le es acepto». Gran principio universalista que no siem– pre se ha tenido en cuenta en toda su amplitud por el pen- . . . sam1ento cnst1ano. 14 Nuevo Testamento _________________ Se refuerza este sentido universalista de San Pedro por el tercer hecho que vamos a comentar. Con todo porme– nor lo relata el cap. 17 de los Hechos. Este histórico capí– tulo narra el primer encuentro del cristianismo con la más -alta cultura humana, al enfrentarse San Pablo con los fi– lósofos de Atenas. Son mentados expresamente los epicú- reos y los estoicos. De tan valioso relato en todas sus partes seleccionamos estas palabras de San Pablo a los doctos del Areópago: De un solo hombre hizo a todo el género humano, para habitar sobre la faz de la tierra, precisando las etapas de su historia y sus fronteras territoriales, para que busquen a Dios, si por ventura a tientas lo pudieran palpar y dar con Él, pues no se halla lejos de nosotros, ya que en Él vivimos, nos mo– vemos y somos, según ya dijeron algunos de vuestros poe– tas: «En verdad, estirpe suya somos». De tan preclaro texto, demasiado olvidado por los pen– sadores cristianos de la historia, subrayamos dos momen– tos. El primero proclama nítidamente un universalismo humano, fundado en un radical monogenismo. Todos des– cendemos de un único hombre, al que con la Biblia San Pablo llama en otras ocasiones Adán. Anote el lector que este monogenismo se halla en total oposición al poligenis– mo, defendido por P. Teilhard de Chardin, quien quiere fundar su gran concepción cósmica en San Pablo. Pero en este punto se halla en contradicción con él. El segundo momento ha sido demasiado olvidado. Nos muestra cómo San Pablo penetra en ese misterioso tan– teo del hombre de buena voluntad en busca de Dios. Ex– presa este tanteo con dos optativos emocionantes. Por el primero, \jlr¡Aaq>r¡0sw.v, alina el andar a tientas, traduc– ción directa del verbo \¡/l)Aa<páw con un anhelo deside– rativo. ¿Se puede expresar de mejor manera el anhelo del hombre en busca de Dios que con este tantear de un mís– tico ciego que busca agarrarse a la Transcendencia? El segundo optativo, süpotcv, recuerda a Arquímedes gri– tando en la plaza: d.ípr¡Ka. Este verbo toma también la forma de optativo, pues no se trata de proclamar una verdad lograda, como la proclamada por Arquímedes, sino de buscarla por si se da con ella. De nuevo este opta– tivo nos da a entender cuán ávidamente Dios es buscado por las conciencias humanas. Y si se le busca, ¿no es que ya se le ha encontrado, como dice Pascal y repite Mi– guel de Unamuno? En todo caso el tema es primario en una visión cristiana de la historia. ¿Por qué entonces apenas se ha tenido en cuenta este impresionante pasaje de San Pablo? Epístolas de San Pablo Ya en su discurso en el Areópago, acabado de comentar, San Pablo abordó frontalmente el tema de la historia hu– mana. Pero en sus Epístolas lo desarrolla ampliamente. SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26
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