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____________________ EPÍLOGO Francisco vivió un cielo anticipado. Pues bien; nos pare– ce que en este caso hay que estar por la afirmativa. Nos lo exige el gran doctor franciscano al afirmar que San Fran– cisco retornó al estado de inocencia. ¿Y qué fue este esta– do de San Francisco sino vivir en la tierra un anticipo del cielo? Surge aquí la ruda objeción de haberse logrado siem– pre un infierno en la tierra cuando se ha intentado con– vertir a ésta en un paraíso. Aceptamos este reto en la respuesta a la objeción. Pero vemos en ella una ulterior confirmación de lo que hemos afirmado de San Francis– co. La objeción sobreentiende que existe en el alma hu– mana un anhelo tal de paz que ha anticipado con la utopía el cielo en la tierra. Lo malo ha sido que se ha buscado reiteradamente este cielo por tales trochas y atajos que han llevado a la ilusa humanidad al abismo del infierno. Que– da, con todo, en alza la bandera del deseo de la humani– dad. Atrevámonos a decir que este deseo lo ha realizado San Francisco al volver al estado de inocencia, estado de paz lograda y de alegría plena. Una vez más la poesía ha tenido la genial iluminación de expresar con claridad lo que la prosa se atreve solamente a sugerir. He aquí, a este propósito, los versos del poeta Eduardo Marquina, que muere en Nueva York con hábito franciscano: Necesitó... la Humanidad doce siglos de penitencia, doce lóbregos siglos de abandono y ausencia, para volver a la diafanidad de su inocencia... La diafanidad de la inocencia, lograda por la Humani– dad, fue el pensar y el vivir del seráfico Francisco, a quien otro poeta, Rubén Darío, llama: «alma de querube, len– gua celestial». La intuición del arte pictórico nos pone aun más ante los ojos este misterio de la santidad de San Francisco como regusto de un anticipo de cielo. Nos referimos en concre– to al pintor Murillo, cuyos inconfundibles cuadros han querido, en un idealismo desbordante, trasladar el cielo a la tierra. Los incontables angelitos que los enmarcan no sólo dan un colorido tÍpico a estas obras, sino que decla– ran el intento latente en ellos de hacer descender el cielo a la tierra. Pocas veces Murillo lo logra de modo más diá- 150 Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ fano que el conocido cuadro de la Indulgencia de la Por– ciúncula, pintado en el convento de Capuchinos de Sevi– lla. Hoy es una joya más del Museo del Prado. Ante esta pintura, se ha escrito, nos hallamos en la gloria. Pero en una gloria sin enigmas ni misterios, pues todo en ella es gracia y claridad. Lo que ha motivado que el crítico de arte, J. Camón Aznar haya podido escribir: «El pueblo, el buen pueblo ingenuo que admira las bellezas que no necesitan interpretación, vuelve siempre los ojos a Muri– llo como a un manantial de emociones armoniosas y pu– ras». Pocas veces como en el cuadro de la Indulgencia Murillo es tan sencillo, íntimo y popular. Pero al mismo tiempo con hondura teológica. Transparenta este cuadro el gran misterio de la reconciliación entre el cielo y la tie– rra que intentó San Francisco con la famosa Indulgencia. En él se ve al Santo que eleva sus manos en súplica; a la Virgen María quien con ternura de Madre intercede; al Señor que con sereno ademán otorga; y por doquier las cabecitas de los ángeles quienes, marginados, han dejado por un momento su cielo para venir a la tierra a curio– sear y testificar este misterio de reconciliación. El símbo– lo sensible de este misterio de reconciliación lograda son las espinas de la zarza, trocadas en rosas. Qué calma tan serena invade el alma al mirar este cua– dro. Cuadro de paz y alegría, tal como fueron sentidas en una Íntima vivencia por San Francisco. Ante el mis– mo podemos resumir nuestra reflexión en esta única fra– se con la que concluimos: por la reconciliación lograda por San Francisco la tierra se anticipa a ser cielo ·en una paz que culmina en un canto de alegría. Con esto muy de notar: que lo que en San Francisco fue un logro lo ha dejado a nosotros como programa. Nunca como esta vez el desmoche que todo escritor tiene que realizar en la redacción de su obra ha sido he– cho por mí de modo más implacable. El libro que bulle «in mente» protestaba por ello. Pero he querido dar aquí un esquema esencial del mismo como homenaje al her– mano, compañero y amigo. Y también, con el deseo de que dé pie a coloquios con otros franciscanistas. Lo cual pue– de ayudarme a que sea menos imperfecto el libro que pien– so redactar en honor de San Francisco. Libro que ha de contener lo mejor de mi pensar y de mi vivir. ENRIQUE RIVERA SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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