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____________________ EPÍLOGO de nuestro Santo todas las creaturas se aúnan en Dios de quien reciben el ser, efecto de su Bondad. Y terminamos el comentario a esta vivencia con la evocación del Him– no de las Creaturas en el que da el calificativo de «herma– nos» a las cosas, hechuras todas del Padre Celestial. Concluimos diciendo que San Francisco no tiene nada de panteísta. Le repugna la mezcolanza que éste hace de todas las cosas, aunque las llame divinas. San Francisco vio el cosmos a otra luz que hace ver la Transcendencia de Dios respecto de las cosas y la dependencia de éstas res– pecto del mismo... Ahora nos place aplicar esta visión ontológica de los seres al hombre situado por San Francisco en la cúspide de la creación visible. Bien lo declara esta amonestación del Santo: Repara, ¡oh hombre! en cuán grande excelencia te ha consti– tuido el Señor Dios, pues te creó y formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el es– píritu. Y todas las creaturas que están bajo el cielo sirven, conocen y obedecen, a su modo, a su Creador mejor que tú. Y aun los mismos demonios no fueron los que le crucifi– caron, sino fuiste tú el que con ellos le crucificaste, y toda– vía le crucificas al deleitarte en vicios y pecados. Hemos acotado Íntegramente este pasaje porque en él puede leerse toda la grandeza y toda la miseria del hom– bre. Y esto, no a lo Pascal con alusión a lo lábil del ser del hombre en medio de la grandeza cósmica, sino desde otra perspectiva superior: desde el destino que Dios ha dado al hombre. Detengámonos a exponer bre– vemente esta grandeza y esta miseria. Son ellas las raí– ces profundas y jugosas de la auténtica fraternidad humana. Ante la fraternidad cósmica que el Santo vive al con– templar la creación entera bajo la mirada paternal de Dios, al aplicarla al hombre, adquiere ésta una nueva modali– dad esencial que la trueca en fraternidad humana. Hoy el sentimiento de fraternidad está en alza. All menare bro– thers, es el tÍtulo de la obra del Mahatma Gandhi que ha dado la vuelta al mundo. Bello tema para un programa humano. Pero al que tenemos que dar una sólida funda– mentación doctrinal. Esta nos parece plenamente logra– da en el texto de San Francisco que terminamos de aducir. A éste y a parecidos textos tenemos que asirnos para que este sentido de fraternidad, tan cultivado por toda alma auténticamente franciscana, no se deslice hacia un mero sentimentalismo filantrópico. Como sedante espiritual en un mundo de agresión se leen las páginas de los estudiosos sobre la fraternidad fran– ciscana. H. Felder anota cómo bajo el influjo de San Fran– cisco el vocablo «frater-hermano» tiende a primar sobre el de «monachus-solitario». Los relatos que refiere sobre esta vivencia fraterna en los días de la primavera francis– cana son exquisitamente deliciosos. Dígase lo mismo de los que alega L. lriarte en su pulcra monografía, Vocación Franciscana. Todos ellos pudieran resumirse en el encan– tador informe de los Tres Compañeros, cuando escriben: 148 Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ «Se amaban (los hermanos) con íntimo y mutuo amor, se servían unos a otros y se atendían en todo, como una madre lo hace con su único hijo queridísimo. Era su cari– dad tan ardorosa, que les parecía cosa fácil entregar su cuer– po a la muerte, no sólo por amor de Cristo, sino también por el bien del alma o del cuerpo de sus hermanos». Como prueba de que en verdad era así, refieren la anécdota, pura flor franciscana, del demente que tira piedras a los her– manos y hay competencia entre ellos por ponerse delan– te para que al compañero no le alcance el guijarro lanzado por el demente. Sin embargo, no siempre se buscan las raíces sanas de esta fraternidad que San Francisco pregonó por doquier. Él ciertamente las hallaba en lo que afirma en el texto ci– tado. En efecto, frente a tantas definiciones como se han dado del hombre en el plano moral: «Hamo homini lu– pus.. agnus... hamo... Deus», San Francisco es más sencillo y más profundo. Más bíblico habría que decir. Y con la Biblia en la mano hace ver que el hombre es semejante a Cristo y debe vivir asemejándose a él. Esta es su gran– deza en igualdad fraterna. Pero el hombre puede igual– mente tomar el camino torcido del pecado hasta llegar de nuevo a crucificar a Cristo. Insondable miseria que nos afecta a todos y en la que San Francisco nos siente tam– bién, con compasión dolorida, hermanos. Se estudia hoy el humanismo franciscano dentro de la corriente antropológica de nuestro momento. Con ilusión hemos colaborado a este estudio. Ahora, sin tratar de rec– tificar en nada lo dicho por mí y dicho mejor por mis colegas, no puedo menos de poner en máximo relieve que San Francisco ve primariamente al hombre, no desde el hombre mismo, sino desde Dios. Y como estamos con– vencidos de que el mejor modo de ver las cosas es verlas desde Dios, anotamos que esta visión del hombre des– de Dios no merma la significación del humanismo fran– ciscano, antes bien lo acrece y corrobora. Ancho tema nos sale al paso. Ahora tenemos que limitarnos a seguir leyendo en los textos franciscanos esa grandeza y mi– seria del hombre, honda raíz de una auténtica frater– nidad. La grandeza del hombre tal como la prospecta San Francisco está en línea con la mejor tradición cristiana que resumen San León Magno en el conocido apóstrofe: «Agnosce, christiane, dignitatem tuam...». En línea con esta tradición ya conocemos un texto fundamental de San Fran– cisco. Entre otros muchos queremos recordar el de la RnB en su capítulo XXIII. Es este un capítulo de acción de gra– cias a Dios por sus grandes beneficios: creación, redención, santificación... En ellos ve Francisco los caminos de la grandeza del hombre. Pero al mismo tiempo Francisco tiene que reconocer la caída de éste por su culpa y rebel– día hasta tener que ser maldito del Señor. Imposible es pensar mayor m1sena. Es en esta comunión de origen y de destino donde se hallan para San Francisco las jugosas raíces capaces de ali– mentar el árbol humano de la fraternidad universal. Ello es claro ante la grandeza de que todos somos con el mis- SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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