BCCCAP00000000000000000000453

___________________ EPÍLOGO ascendente o descendente. Nos parece ser ésta la interpre– tación más recta de la vía mística de San Francisco. Por lo mismo, lo que bellamente escribe San Buenaventura so– bre una de las escalas, la que hizo San Francisco de todas las creaturas para subir hasta su bien Amado, lo juzgamos fruto de su espiritualidad madura. Cuando llega a vivir in– tensamente estas escalas, es porque ya se halla lleno de Dios hasta poder exclamar: «Dios mío y todas las cosas». Esta so– lución que proponemos se nos hace tema muy incitante. Pero nos tenemos que limitar ahora a esta sencilla formu– lación que tiene casi la sequedad de una tesis de escuela. Por lo que toca a la prevalencia de la escala ascendente o descendente, el texto reiteradamente citado de San Bue– naventura parece dar la primada a la ascendente. Opina– mos, sin embargo, lo contrario. No es que juzguemos equivocado al doctor seráfico, por cuanto no abordó el tema de la prevalencia. Pero desde nuestra reflexión per– sonal optamos porque se da una conexión más inteligi– ble entre las vivencias del Santo si anteponemos la vivencia de la escala descendente a la de la escala ascendente. Y no se alegue que San Juan de la Cruz prepone en la vía mís– tica de su Cántico Espiritual la vía ascendente a la descen– dente, según ya indicamos. Pues este doctor describe allí una de las vías místicas para llegar a la unión con Dios, no la única. San Francisco parece que tomó otra vía que hemos sustancialmente expuesto en la segunda y cuarta vivencia y que pudiera resumirse en esta breve fórmula: por Cristo al Padre. De esta suerte queda aclarada la primera nota que se– ñala el P. Cuthbert al sentido sacramental que San Fran– cisco dio a la creación . La otra nota es ser la creación entera «cauce» por donde corren las inexhaustas bonda– des del Padre del cielo. Es esta segunda nota la que más subraya San Francisco al decirle a Fray Maseo: «Todo lo que hay nos lo ha preparado la Santa Providencia de Dios: el pan de limosna, la mesa tan hermosa, la fuente...». Se ha dicho que San Francisco, «en su mística nueva, trae los indicios tiernos de una nueva manera de contemplar la vida». Pocas veces esta verdad histórica se hace más pa– tente que en las palabras de Francisco a Fray Maseo, las cuales trastruecan nuestras maneras broncas de tratarnos para hacer de todos nosotros y de las creaturas que nos rodean cauces y canales de las bondades de Dios. «Desde aquel día, comenta el P. Cuthbert, vio Francisco la bon– dad de Dios en todo servicio que se le hiciera, tanto por las creaturas inanimadas como por las animadas.» Bello tema de meditación franciscana sobre el que ahora no nos podemos más detener. No podemos, sin embargo, concluir esta reflexión so– bre la naturaleza como reflejo de Dios y cauce de sus bon– dades sin evocar el Himno de las Creaturas. Este himno, que brotó un día del alma de San Francisco es hoy ya ora– ción sacra en la Liturgia de las Horas, ordenada por la Igle– sia. Sobre el mismo se han dado diversas interpretaciones. Su rico contenido las motiva. Aquí, en este momento de nuestra reflexión place considerarlo como la exaltación lí– rica de la vivencia que San Francisco tuvo de la naturaleza 26/SUPLEMENTOS ANTHROPOS Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ en cuanto la contemplaba Íntegramente transfigurada como reflejo de Dios y cauce de su bondad. Reflejo de Dios era, en verdad, para él el Hermano Sol, del que canta: «Es bello y radiante con gran esplendor: de ti, Altísimo, lleva signi– ficación». Llevar significación, ¿no es decir que todo el con– tenido que encierra el sol es un reflejo y destello del Sol Eterno? Cabe lo mismo decir de las restantes creaturas que · San Francisco va mentando en su Himno. Mas si las creaturas son el reflejo de Dios son igual– mente el cauce de su bondad. Que lo diga, si no «la her– mana agua, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos...». Ante esta visión de la naturaleza el alma se siente incitada a cantar con San Francisco al Padre Ce– leste. Pese a nuestras inmensas desgracias hay motivo to– davía para cantar desde el momento en que Francisco nos ha enseñado el hondo sentido que tienen las cosas: las hu– mildes y las grandes; las insignificantes y las muy signifi– cativas. Nos ha enseñado a verlas todas como destellos de Dios y canales de su bondad. Pese a la brevedad que nos hemos propuesto no pode– mos menos de aludir a una objeción frecuente en los am– bientes intelectuales en los que se quiere ligar a Francisco con ciertas corrientes de panteísmo naturalista. Aborda– mos hace años este tema y nos remitimos a aquel estudio. Baste ahora subrayar de nuevo y con mayor conciencia reflexiva que todo panteísmo está viciado en su cogollo por una falsa concepción de la inmanencia. En virtud de esta inmanencia las cosas se vinculan entre sí en una uni– dad cósmica divina en la que todas ellas se identifican con Dios. Pues bien; esta unidad cósmica divina es totalmen– te ajena a la mentalidad de Francisco. Nadie mejor que él ha vivido la presencia del Padre Celestial, desplegando el poder de sus bondades por toda la creación, en plena y total Transcendencia. Si exclamaba «Dios mío y todas las cosas», frase que puede ser del agrado del filósofo panteís– ta, Francisco repetía esta frase porque veía todas las cosas unidas a Dios, no por ser idénticas a él, sino por hallarse respecto de él en total dependencia. Los conceptos de· Transcendencia y dependencia se hallan insertos en el alma de Francisco. Y aunque no hiciera de ellos motivo de sus reflexiones, dan, sin embargo, la clave para distinguir con nitidez el panteísmo naturalista y la bella claridad del mun– do que Francisco contempla como espejo de Dios y tra– sunto de su Bondad. SEXTA VIVENCIA: ...Y los hombres, hermanos Iniciamos esta nueva reflexión con puntos suspensivos para poner en relieve la conexión de esta vivencia de San Fran– cisco con la anterior. En efecto, vimos que en la mente 147

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz