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____________________ EPÍLOGO más verdadera que en el relato de Las Florecillas que va– mos detenidamente a repensar. Este relato, poesía en pro– sa, refiere que San Francisco y Fray Maseo recurren en un pueblo «a la mesa del Señor», pidiendo limosna de puer– ta en puerta. Ya a las afueras del mismo se disponen a comer el pari de la limosna. San Francisco se dirige en– tonces a Fray Maseo para reiteradamente decirle: «No so– mos dignos, oh hermano Maseo, de un tesoro como éste». «Pero, Padre carísimo -le replica Fray Maseo-, ¿c6mo se puede hablar de tesoro donde se da tanta pobreza...? Aquí no hay ni mantel ni cuchillo, ni platos, ni casa, ni mesa, ni criado, ni criada...» «Pues esto es -repuso San Francisco- lo que yo juzgo gran tesoro: el que no haya aquí cosa alguna preparada por la industria humana, sino que todo lo que hay nos lo ha preparado la Santa Provi– dencia de Dios, como lo demuestra claramente el pan ob– tenido de limosna, la mesa tan hermosa de piedra y una fuente tan clara.» Es de lamentar que este relato tan precioso del pensar y vivir franciscanos no haya sido suficientemente ponde– rada. Hay una afortunada excepci6n en la obrita del P. Cuthbert: Saint Francis and the poverty. Pese a ser poco citada y comentada vemos en ella una iluminada pene– traci6n en los arcanos de alta filosofía y piedad que pasa– ban por la mente de San Francisco, al contemplar éste sobre la piedra límpida el pan de la caridad. Dos motivos señala el docto franciscanista en este idílico relato. En pri– mer término, la deliciosa convivencia de San Francisco con la naturaleza, a la que éste veía como reflejo del Crea– dor; en segundo luga;, lo que con atrevida fórmula teol6- gica llama «the sacramental character of created life». Detengámonos, por brevedad, en este segundo aspecto que incluye también el primero. Es innecesario decir que el P. Cuthbert no ve en la crea– tura que contempla San Francisco un estricto sacramen– to, pero sí algo que semeja al signo sacramental. Dos notas parece que trasvasa Francisco desde los sacramentos a las cosas: la presencia de Dios en ellas y la eficacia de las mis– mas por ser cauces de su bondad. Analicemos con alguna detenci6n estas dos notas. Por lo que toca a la presencia de Dios en las cosas, es necesario, para mejor aclararlo, distinguir un doble movimiento de la mente: ascendente y descendente. Por el movimiento ascendente sube ella de las cosas a Dios; por el descendente, desde Dios prospecta las cosas, aba– jándose hasta ellas. San Buenaventura, en el capÍtulo I del Itinerarium expone c6mo todas las creaturas nos impelen a subir, de tal suerte que si en los esplendores de las cosas no vemos a Dios, es que estamos ciegos; si sus clamores no nos despiertan, es que estamos sordos, etc... Este es el movimiento ascendente del alma. El mismo doctor seráfico, como ya dijimos anteriormente, hace ver c6mo San Francisco se servía de todos los seres como de una «escala para subir hasta Aquel que es todo deseable». Pero junto a esta escala ascendente San Francisco tuvo la experiencia de ver a Dios fuente de todo, de tal suerte 146 Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ que se puede hablar en este caso de una mirada sobre las cosas desde el mismo Dios en escala descendente. San Juan de la Cruz, en su comentario al Cántico Es– piritt:tal, pone bien en claro esta distinci6n. Después de exponer, en las trece primeras estrofas, los Ímpetus arre– batados del alma en busca de Dios, rastreando al amado «por bosques y espesuras», es decir, por la creaci6n ente– ra, pasa en la estrofa XIV a contemplar estas mismas co– sas como reflejos y destellos del Amado. Según esto, San Juan de la Cruz en las trece primeras estrofas describe el proceso ascendente del alma, mientras que en las siguien– tes es el proceso descendente el que intenta aclarar. Lo muy de notar para nuestro caso es que San Juan de la Cruz, en este momento central de su estudio, tiene ante sí a la figura de San Francisco. Y comenta su conocido dicho: «Dios mío y todas las cosas» Lo comenta en el sentido de distinguir un doble momento en la experiencia del San– to: «ver todas las creaturas en Dios» y «sentir serle todas las cosas de Dios». Evidentemente, el primer momento: «ver las creaturas en Dios», es el momento ascendente y lo ha expuesto el místico doctor en sus primeras cancio– nes. En el segundo momento, por el contrario, al sentir «ser todas las cosas Dios», desde Dios se contemplan és– tas como reflejos y destellos del mismo. Este momento descendente lo expone a continuaci6n San Juan de la Cruz, al declarar los delicados versos de la estrofa XIV, que co– menta así: «Mi Amado, las montañas. Las montañas tie– nen altura, son abundantes, anchas y hermosas... Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios ne– morosos. Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos... Estos valles es mi Amado para mí». Si aplicamos ahora esta mística teología de San Juan de la Cruz a San Francisco que le sirvió de dechado, ad– vertimos al instante que nuestro Santo vivió intensamen– te la presencia de Dios en ambas escalas: se elevaba por las cosas a Dios y a todas ellas las contempla desde D ios. Mas en todo caso hay que decir que San Francisco se siente inmerso en la presencia de Dios, tanto subiendo por una escala como descendiendo por la otra. No quedamos, con todo, satisfechos con este análisis de la vivencia de San Francisco. Proponemos, para com– pletarlo, estas dos preguntas: primera, ¿fue inicial esta ex– periencia de las escalas en la espiritualidad de San Francisco o más bien fruto de su trato Íntimo con el Señor?; segun– da, ¿cuál de los dos movimientos de la mente, ascendente y descendente, tiene primacía en los Santos? Reconoce– mos lo difícil que es dar respuesta a las mismas. Intente– mos, sin embargo, atisbar con piadosa mirada a aquella alma en su Íntimo recogimiento. Un examen reflexivo de la obra filial de E. Longpré, Franrois d'Assise et son expérience spirituelle, pone en evi– dencia que la clave de la ascensi6n de San Francisco no fue, de modo prevalente, otra que Cristo. Lo dice claramente el epígrafe de los tres primeros capítulos: 1. «A la rencon– tre du Christ». 2. «Adhérence au Christ». 3 «Le Christ, la Vierge, l'Eglise». De aquí se deduce que relativamente tarde asoma al alma de Francisco la creaci6n como escala SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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