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___________________ EPÍLOGO Dirá alguno que esto es literatura. No podemos con– dividir tal opinión, pues nos hallamos en los estratos más profundos de la metafísica. Esta afirma que todas las co– sas, y especialmente el hombre, han hecho voto solemne de pobreza Óntica. Todas son radicalmente nada. ¿Puede darse una más solemne pobreza? Lo que sucede es que el hombre, en su soberbia, no la quiere reconocer. Por el contrario, el pobre y humilde Francisco abrió bien los ojos a esta eterna metafísica de la menestoricidad huma– na, para sentirse en ella de modo más pleno dependiente de Dios. Y en esta dependencia vive feliz. Como el niño llevado por la ternura materna. Esta manera de contemplar la vida se completa con aquella otra que San Buenaventura nos describe en estos términos: «Para que todas las cosas le impulsaran al amor divino (Francisco), exultaba de gozo en cada una de las obras de las manos del Señor y por el alegre espectáculo de la creación se elevaba hasta la razón y causa vivificante de todos los seres. En las cosas bellas contemplaba al que es sumamente hermoso y mediante las huellas impresas en las creaturas buscaba por doquier a su Amado, sirvién– dose de todos los seres como una escala para subir hasta Aquel que es todo deseable...». Al perder las cosas su valor en sí por la pobreza, ésta las transparenta para mostrarlas como reflejos y dechados de Dios. Entonces, todas ellas, por humildes que sean, se truecan en escala de luz por donde el alma, en la no– che de la existencia, asciende a su Dios y Creador. El mundo se hace entonces transparente por la pobreza. Por ella, ésta ha recobrado aquella diafanidad inocente de la primera mañana de la creación. Esta excelsa metafí– sica ha sido vivida en plenitud por el alma, todo luz, de Francisco. CUARTA VIVENCIA: Por Cristo al Padre Mil veces se ha comentado el hecho de quedar Francisco en cueros ante el Obispo de Asís, después de arrojar a los pies del padre avaro sus vestidos. Para el arte pictórico ha sido tema selecto. Con no menos insistencia se han co– mentado las palabras que en tal momento pronuncia Fran– cisco. Repitámoslas con el mismo calor con que las recogieron los Tres Compañeros del Santo: «Oídme todos y entendedme: hasta ahora he llamado padre mío a Pedro Bernardone... Quiero desde ahora decir: Padre nuestro, que estás en los cielos...». Esta escena ejemplar en la que vemos a Francisco des– nudo, mirando al Padre que está en los cielos, parece de– cirnos que la vivencia filial de Francisco respecto del mismo es ya intensa desde los días en que sale del siglo. 144 Vivencias primarias del alma de San Francisco _______ Y sin embargo, una meditada reflexión sobre los movi– mientos de esta conciencia lleva al convencimiento de que esta vivencia de tan alta significación es algo tardía en la vida del Santo. Por supuesto, Francisco se ha sentido, como todo buen cristiano, en las manos de Dios. Ello basta para explicar que ante el desentrañado padre de la tierra haya vuelto su mirada al Padre del cielo. Sin embargo, insisti– mos en que Francisco va sintiendo con intensidad creciente esta vivencia al intimar más y más con Cristo Crucificado. Nos parece que en esta vivencia San Francisco mantiene la actitud de la Iglesia, la cual ha siempre elevado su ple– garia al Padre «per Dominum nostrum Jesum Christum». Karl Adam, en su obra Cristo nuestro hermano, recoge una conferencia suya muy meditada a la que titula: «Por Cristo nuestro Señor». Ya desde un principio se hace estas preguntas: «Para nuestra postura religiosa, ¿es Cristo lo supremo, lo más alto o hemos de ir todavía más allá de Cristo?, ¿por Cristo al Padre?, ¿por Él, que se hizo hom– bre, al Dios Trino? ¿En qué sentido es la postura del cris– tianismo cristocéntrica y en qué sentido es teocéntrica?». En la respuesta que da se lamenta de que en ocasiones la devoción privada ha destacado tanto el culto de Cristo que ha hecho de él el punto céntrico de su piedad, mientras que la adoración de la Trinidad se relega a otro puesto. «¿Cuántos son, se pregunta, los que rezan al Padre por su Hijo en el Espíritu Santo?» Con esta observación ape– nada concluye su razonamiento: «La figura de Cristo ha absorbido, por decirlo así, todas las manifestaciones de fe y vida religiosa». Este pasaje de K. Adam es todo un desafío a algunas interpretaciones de la espiritualidad fran– ciscana. No son pocos los que juzgan que esta espirituali– dad, tanto si es pensamiento teológico, como si es profunda vivencia, es siempre una espiritualidad cristo– céntrica. ¿También en el sentido combatido por K. Adam? No damos respuesta ahora a la tesis, pues hemos querido tan sólo hacer más sensible e hiriente el grave tema. Ante el mismo reconocemos que hay motivos para ela– borar legítimamente una teología cristocéntrica según el pensamiento franciscano. Pero el teólogo ha de advertir que sus disecados análisis no se pueden aplicar sin más a las vivencias religiosas de San Francisco. En estas, se en– trecruzan unos motivos con otros de un modo tan admi– rable que están pidiendo, no análisis, sino veneración y asimilación. Ahora bien; pocas veces dos vivencias se re– claman mutuamente en San Francisco con mayor inten– sidad que el amor que tuvo a su Cristo y su querencia filial para con el Padre del cielo. En una perspectiva doctrinal es esto lo que se intuye en la mente de San Buenaventura cuando sintetiza la es– piritualidad franciscana en su ltinerarium mentís in Deum. Si se coteja la estructura de éste con la tesis de K. Adam, nos parecen concordantes. En efecto, el Padre es, en el in– comparable opúsculo, el centro de referencia. Lo es al ini– ciarse la reflexión cuando San Buenaventura afirma que de él procede todo en el cielo y en la tierra. Y lo es al final, cuando, de modo solemne y conclusivo, pide el doc– tor seráfico a quien le ha seguido en su ascensión escalar: SUPLEMENTOS ANTHROPOS/26

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